Lo digo sin orgullo. He sido periodista latifundista. Soy asociada de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) desde hace años. Tantos como llevo dando la espalda a los verdaderos problemas del oficio mientras no me afectaran demasiado directamente a mí. Me asocié, como muchos, por acceder a un Servicio Médico que, con el grave peligro que me dicen que puede correr a partir de 2017, sigue siendo un muy buen motivo para asociarse a algo.

Otra cosa es que sea el único. Y que eso sea para presumir.
Llevada por una suma de casualidades y curiosidades me dejo caer por la sede de la APM, en Juan Bravo. Me encuentro a Victoria Prego, Marisa Ciriza, Esther Jaén, Andrés Aberasturi, etc, apurando la explicación de su candidatura cuando quedan tres días para votar la cúpula de la Asociación, el 19 de noviembre.

Esto no debería interesar a nadie. Que un perro muerda a un niño es triste pero no es noticia y los problemas de los periodistas, menos. Que si estamos degradados, desacreditados, desvitaminados y desmineralizados, que si algunos ya nos empiezan a pagar y a mirar peor que a lo más tirado del servicio doméstico sin papeles…

Y de repente alguien detona una bomba devastadora de tristeza. Alguien comenta: "¿Habéis visto lo de París? ¿Cuántos medios españoles han cubierto decentemente esa matanza?". Como el lobo no muerde al lobo no vamos a caer en la sordidez acusica de señalar. Baste meter el dedo en el ojo tricolor bañado en lágrimas.

¿Les he contado que, siendo yo corresponsal en Nueva York de un conocido periódico de nuestro país, la noche que cazaron a Bin Laden me puse a disposición para tirarme en plancha en la Zona Cero, y las órdenes fueron no moverme de mi casa en Brooklyn y despachar un perfil para la web del difunto líder de Al Qaeda que al parecer nadie en la redacción de Madrid, diezmada por recortes y despidos, estaba en condiciones de escribir ni bajo una avalancha mundial de información?

“Tenemos que dignificar nuestra profesión, la única civil que se cita en la Constitución”, recuerda Victoria Prego, esa vieja leona de la Transición que debería estar viviendo de las rentas y ya ves, aquí arremangándose. Yo no tengo tantos galones ni laureles pero de repente me descubro un caudal de rica vergüenza fresca. Ya no es por nosotros, no es por cómo nos miran o nos pagan. Es que París vale una misa… y un periodismo de verdad. Serio e indomable.
A las barricadas. Y a las urnas.