Los autobuses que transportan a los miembros de las fuerzas ucranianas que se han rendido tras semanas encerrados en la acería Azovstal salen de Mariúpol

Los autobuses que transportan a los miembros de las fuerzas ucranianas que se han rendido tras semanas encerrados en la acería Azovstal salen de Mariúpol Reuters

Europa

Por qué la resistencia de Mariúpol ha podido cambiar la guerra más allá de la épica

Mariúpol obligó a Putin a restructurar lo que pretendía ser una guerra relámpago y acabó convirtiéndose en una guerra de desgaste.

18 mayo, 2022 03:24

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La batalla por el control de la ciudad portuaria de Mariúpol pasará a la historia por su crueldad, su simbolismo y el heroísmo de todos aquellos que han defendido la ciudad hasta su último centímetro. La retirada en autobuses rusos de buena parte de los heridos en la acería de Azovstal supone el primer paso de una larga rendición. El conglomerado aún no está bajo el control absoluto de las tropas rusas y todavía quedan soldados tanto del Batallón del Azov como de la infantería marina en el interior de sus túneles. Cuánto tardarán en salir y de qué manera, está por determinar.

Este lunes, en comparecencia pública televisada, el presidente Volodimir Zelenski justificaba la decisión de rendir Azovstal con la frase: “Ucrania necesita a sus héroes ucranianos vivos”. Desde que el 1 de marzo, la 8ª Unidad de Armas Combinadas procedente de Crimea empezara el sitio a la ciudad, ha habido margen de sobra para el heroísmo y la épica: para siempre quedarán las imágenes de su maternidad arrasada, del teatro donde cientos de refugiados se protegían de las bombas convertido sorprendentemente en objetivo militar. Siempre recordaremos las calles llenas de edificios calcinados, el otrora glamuroso puerto convertido en una morgue…

La épica ha seguido hasta el punto de que la rendición de Azovstal llega casi tres semanas después de que Vladimir Putin diera por tomada la ciudad y decidiera poner fin a cualquier operación militar más allá de rodear la acería y capturar a los que se fueran rindiendo. Tres semanas de supuesta paz en Mariúpol en las que no ha dejado de haber guerra, pese a la propaganda rusa. Los drones y los aviones rusos han seguido bombardeando las fábricas, la artillería ha seguido funcionando noche y día e incluso se rumoreó el uso de bombas de fósforo blanco, sustancia prohibida por la Convención de Armas Químicas de 1997 en documento ratificado por todos los países de la ONU excepto Israel, Corea del Norte, Egipto y Sudán del Sur.

La evacuación de los soldados de Azovstal.

La evacuación de los soldados de Azovstal. Reuters

De hecho, no hay que descartar la relación entre el uso de estas armas y la inmediata rendición de los resistentes en Azovstal. Algún día lo sabremos. Sea como fuere, queda como otro elemento que formará parte de la narrativa heroica de la toma de Mariúpol. Lo llamativo es que, pese a su lógico atractivo mediático, tanto el heroísmo como sus narrativas son solo una parte de esta batalla de dos meses y medio, muy probablemente la menos importante. La resistencia de la joya del Azov ha podido ser decisiva en el discurrir de la guerra, igual que la de Stalingrado lo fue en la II Guerra Mundial.

La ciudad que cambió todos los planes

Volvamos al 1 de marzo de 2022. Rusia ha atacado Kiev desde Bielorrusia y está a unos treinta kilómetros de la capital. También ha atacado Járkov desde Belgorod y ha conseguido rodear la ciudad. Aunque las tropas del Donbás se encuentran con la inmediata respuesta de las fuerzas de élite ucranianas desplegadas en la zona, las unidades provenientes de Crimea prácticamente se pasean por el sur: en pocas horas, toman Melitopol, toman Jersón y amenazan Mikolaiv, el acceso por tierra más sencillo hacia Odesa. Si consiguen que Mariúpol ceda sin mucho esfuerzo, podrán unir fuerzas con las tropas del este y establecer desde el principio un pasillo tremendamente útil en términos de suministros y organización.

Sin embargo, no lo consiguen. Mariúpol, último bastión del Azov, resiste… y en esa resistencia obliga a Rusia a dedicar un tiempo, unas tropas y una munición que no tiene o que, por lo menos, tiene que retirar de otros lugares. Si la octava unidad hubiera podido entrar cómodamente en la ciudad y avanzar sin más hacia el resto de Donetsk, el futuro del Donbás tal vez habría quedado sellado hace meses. La resistencia de Mariúpol, por dolorosa que fuera, por incomprendida que resultara en determinados momentos, era clave para evitar que Rusia pudiera centrarse únicamente en un frente. Al partir en dos las líneas de ataque, Mariúpol obligó a Putin a restructurar lo que pretendía ser una guerra relámpago y acabó convirtiéndose en una guerra de desgaste.

Varios refugiados ucranianos llegados de Mariúpol se registran en el centro humanitario de Zaporiyia.

Varios refugiados ucranianos llegados de Mariúpol se registran en el centro humanitario de Zaporiyia. Gleb Garanich / REUTERS REUTERS

Todos los esfuerzos dedicados a la conquista de una ciudad en ruinas fueron esfuerzos que no se pudieron emplear en Severodonetsk, ni en Járkov capital, ni mucho menos en las inmediaciones de Kiev. Tampoco en Mikolaiv ni en Zaporiyia, que resistieron los primeros y tímidos ataques rusos y se han beneficiado de sus inmensas pérdidas militares para mantener una cierta tranquilidad a lo largo del último mes y medio. Si Mariúpol hubiera caído, no cabe duda de que ambas capitales regionales habrían caído también… o al menos habrían sufrido un infierno parecido al que ha sufrido el puerto más importante de Donetsk.

Las consecuencias de la rendición

Lo importante de esta resistencia, además, es que sus consecuencias no tienen vuelta atrás. Rusia ha perdido tantas tropas en el asedio a la ciudad, ha desviado tantas unidades y ha perdido tanto equipamiento que no está en condiciones ahora de reubicarlo todo con garantías de éxito. Desde hace semanas, cuando Putin anunció la victoria que no era tal, Rusia ha ido desviando parte de estas tropas hacia el Donbás, pero ya es tarde: estas unidades están demasiado dañadas, presentan demasiadas bajas y su moral está demasiado afectada como para suponer un factor importante en el frente este.

Un buen ejemplo de ello es la incapacidad de Rusia para avanzar a un ritmo amenazante. Casi tres meses después del inicio de la guerra y un mes después del comienzo de la llamada “segunda fase” de la operación militar especial, Rusia sigue sin poder completar la conquista de la región de Lugansk. Es cierto que cada día cierra un poco más el cerco sobre Severodonetsk y Lisichansk, pero no termina de culminar su ataque. Ambas ciudades siguen bajo control de las fuerzas especiales ucranianas, sus únicos refugios en la provincia, con un total de 200.000 habitantes a su cargo.

También siguen acercándose a Limán, pero no toman Limán. Después de renunciar a Kiev, a Járkov, a Odesa, a Dnipro, a Zaporiyia y a Mikolaiv -del oeste del país, ya ni hablamos-, el ejército ruso no es capaz siquiera de conquistar de una vez una ciudad de 20.000 habitantes desde la cual podría avanzar (o no) hacia Kramatorsk y Sloviansk, las capitales burocráticas y militares del Donbás ucraniano. La realidad del fracaso ruso es esta: de soñar con una invasión total del país a tirarse un mes intentando cruzar un río.

No tiene pinta de que la rendición de Azovstal vaya a cambiar excesivamente esta circunstancia. Las últimas tropas que aún quedaban alrededor serán reubicadas en otros lugares, probablemente en el frente de Severodonetsk y en la defensa de Jersón, pero están agotadas y esperando un remplazo que no llega. No hay mucho que puedan aportar ahora mismo a esta guerra. Pudieron en su momento, pero Mariúpol se interpuso en su camino. Una resistencia que probablemente cambiara la guerra y sus efectos para siempre, más allá de heroísmos y símbolos, que también cuentan, por supuesto.