La oficina del primer ministro nepalí, en llamas.

La oficina del primer ministro nepalí, en llamas. Navesh Chitrakar Reuters

Asia NEPAL

La 'primavera asiática' pasa de Indonesia a Nepal: cómo la 'Generación Z' estalló contra la censura y el abuso de sus élites

La Generación Z de Nepal convirtió un hashtag contra los privilegios de la élite en una revuelta digital que tumbó al Gobierno y desafía la censura.

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En septiembre de 2025, Nepal fue escenario de la mayor ola de protestas de su historia reciente.

Lo que comenzó como una reacción airada ante el lujo que los hijos de políticos y empresarios afines exhibían en redes sociales —los llamados nepo-kids— terminó convertido en un movimiento de alcance nacional, mezcla de hartazgo social y destreza digital.

En apenas dos semanas, la presión de la calle obligó a dimitir al primer ministro K. P. Sharma Oli y expuso una nueva forma de activismo juvenil: horizontal, sin líderes visibles y articulado casi por completo en plataformas en línea.

El detonante

La chispa surgió en TikTok e Instagram, cuando empezaron a circular imágenes de descendientes de dirigentes presumiendo automóviles deportivos, relojes de diseñador y viajes por Europa en un país donde uno de cada cuatro ciudadanos vive bajo el umbral de pobreza.

Reuters y Al Jazeera documentaron estas publicaciones, que pronto se propagaron con el hashtag #NepoKids, encendiendo un torrente de comentarios que denunciaban “la vida de millonarios de los hijos de los líderes mientras el pueblo apenas sobrevive”.

Los memes se multiplicaron. Jóvenes usuarios contrastaban mansiones y coches de lujo con los salarios precarios de la mayoría, preguntando si el dinero de los impuestos financiaba aquellos privilegios.

Lo que parecía una campaña de denuncia en línea se convirtió en una catarsis colectiva: las redes se volvieron foro donde una generación expresó años de frustración frente a la corrupción y el nepotismo.

Pantallas y calles

La respuesta del gobierno fue intentar apagar el fuego con censura. A comienzos de septiembre prohibió 26 redes sociales —Facebook, Instagram, X (Twitter), YouTube, WhatsApp, entre otras— con el argumento de combatir la “desinformación”.

Lejos de calmar los ánimos, la medida, descrita por Efe como un ataque directo a la libertad de expresión, amplió la indignación y fortaleció el vínculo entre desigualdad y autoritarismo.

El apagón digital no detuvo la organización. Jóvenes recurrieron a VPN, Telegram y Discord para eludir los bloqueos y mantener la coordinación. En cuestión de días, miles de estudiantes y trabajadores ocuparon calles y plazas de Katmandú y otras ciudades.

Según AP News, al menos 19 personas murieron en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad antes de que Oli presentara su renuncia. El propio gobierno, debilitado, levantó la prohibición de redes para intentar contener la crisis.

Protesta sin líderes

Lo ocurrido en Nepal refleja el modelo de protesta horizontal que la Generación Z ha perfeccionado en la última década.

Como en Hong Kong o durante las revueltas prodemocráticas de Tailandia, las decisiones se tomaban colectivamente en foros y chats cifrados.

No existieron dirigentes visibles a los que el Estado pudiera neutralizar: las convocatorias nacían en Twitter o Instagram y se replicaban en segundos en grupos de Telegram, donde se votaban puntos de encuentro, se compartían mapas de riesgo y se organizaban cadenas de suministros.

Esa estructura distribuida permitió adaptarse con rapidez a la represión. Cuando la policía cerraba una plaza, mensajes en tiempo real redirigían a los manifestantes hacia otro lugar.

La ausencia de jerarquías también complicó las campañas de desinformación oficial: no había portavoces únicos a los que desacreditar.

Narrativas propias

Además de organizar la logística, las redes sirvieron para construir el relato. Los jóvenes no esperaron a los medios tradicionales: produjeron vídeos, memes y transmisiones en directo.

Cada manifestante con un teléfono se transformó en reportero ciudadano, documentando abusos y desmintiendo versiones oficiales.

Las imágenes de enfrentamientos, emitidas en vivo por Instagram o Facebook Live, recorrieron el mundo pese a la censura.

Figuras con amplia audiencia digital, como el alcalde de Katmandú y exrapero Balendra “Balen” Shah, amplificaron el mensaje con discursos anticorrupción.

Colectivos como Hami Nepal promovieron la protesta pacífica y se desmarcaron de actos violentos, ganando legitimidad entre los jóvenes.

Un fenómeno regional

Aunque Nepal ofrece un caso extremo —un gobierno que cayó presionado por un hashtag—, la combinación de privilegio exhibido y activismo digital se repite en otras latitudes.

En Cuba, los nietos de Fidel Castro han provocado polémicas con vídeos de fiestas y coches lujosos.

En Venezuela, la hija de Hugo Chávez fue retratada abanicándose con dólares en plena crisis económica.

En México, el hijo menor de López Obrador apareció con accesorios de diseñador, contradiciendo el discurso de austeridad.

La reacción más común en países autoritarios, como Irán o China, ha sido la censura: Teherán bloqueó la cuenta Rich Kids of Tehran y Pekín eliminó miles de publicaciones que “promueven la adoración del dinero”, temeroso de que la ostentación alimente el resentimiento social.

Desde Nepal hasta Indonesia, Filipinas, Bangladés y Sri Lanka, los jóvenes asiáticos han respondido con furia a sistemas marcados por corrupción y desigualdad.

En Katmandú, tras días de disturbios que dejaron más de 30 muertos, los manifestantes asaltaron el Parlamento y negociaron con el Ejército para definir la transición.

En Yakarta, estudiantes salieron a las calles contra los privilegios de los diputados; en Filipinas, universitarios protestaron contra proyectos fantasmas; en Bangladés, el hartazgo juvenil tumbó a Sheikh Hasina; y en Sri Lanka, un movimiento transversal obligó al presidente Gotabaya Rajapaksa a huir.

Estos episodios revelan una generación más formada, dispuesta a reclamar oportunidades y transparencia, y que incluso ha incorporado símbolos comunes, como una bandera negra con calavera surgida en Indonesia y adoptada por activistas nepalíes.

La nueva plaza pública

La revuelta nepalí confirma que la plaza del siglo XXI está simultáneamente en la nube y en la calle. Las redes sociales permiten a los jóvenes convocar, narrar y documentar su lucha sin depender de estructuras jerárquicas ni de medios oficiales.

Pero también los expone a la vigilancia y a apagones digitales que los Estados emplean para sofocar el disenso.

Nepal demostró que esas tácticas pueden volverse en contra. El intento de silenciar a la Generación Z terminó acelerando el colapso del gobierno y dejó una advertencia para las élites de todo el mundo: en la era del teléfono inteligente, cada foto de lujo malhabido o cada prohibición arbitraria puede transformarse en el combustible de una indignación viral capaz de derribar gobiernos.