Una tienda de souvenirs en un centro comercial de Moscú. Reuters
La Casa Blanca rebaja la cumbre de Alaska a un "ejercicio de escucha" de Trump a Putin y se abre a otra cita en Rusia
Los europeos temen que el Kremlin utilice la oferta de alto el fuego para esquivar nuevas sanciones estadounidenses. Moscú puede aceptar una pausa para rearmarse y reanudar más adelante los ataques.
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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el dictador ruso, Vladímir Putin, se verán este viernes en una base militar en Anchorage, en el estado vecino de Alaska, en la que será la primera reunión bilateral desde el regreso del republicano a la Casa Blanca.
La Casa Blanca no quiere grandes expectativas. Insiste en que no habrá grandes pactos ni anuncios de alto el fuego. Sólo será una toma de contacto para “medir” al líder ruso y calibrar su disposición a poner fin a la guerra en Ucrania.
La secretaria de prensa de Donald Trump, Karoline Leavitt, habló ayer de “un ejercicio de escucha” y de un paso previo a una posible cita tripartita con el presidente Volodímir Zelenski.
Preguntada sobre la ausencia del ucraniano, respondió que la cumbre se organizó a petición de Putin.
La convocatoria cogió cuerpo después de que el enviado especial Steve Witkoff escuchara la semana pasada un plan para Ucrania en Moscú. Uno donde se contempla un cese de hostilidades condicionado a que Kyiv renuncie a territorios clave, algo inaceptable para Zelenski.
Trump, que prometió sanciones si Putin no le daba señales de querer la paz, aceptó la idea como un avance suficiente para cerrar una cita.
El presidente estadounidense, que se ha jactado de poder “saber en dos minutos” si es posible un acuerdo, asegura que está dispuesto a abandonar las conversaciones si detecta que no hay margen para pactar. “Puede que diga: buena suerte, sigan luchando, o que vea opciones para un trato”, resumió el lunes ante los periodistas.
El encuentro de Alaska tendrá lugar siete años después de la controvertida rueda de prensa en Helsinki, cuando Trump se alineó con Putin en contra de las conclusiones de sus propios servicios de inteligencia sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016.
Aquella comparecencia fue calificada de “vergonzosa” por figuras del propio Partido Republicano y generó alarma entre sus asesores, que reconocieron su preocupación por la facilidad con la que el mandatario asumía planteamientos del Kremlin.
En Rusia, mientras tanto, la cita se presenta como una oportunidad para relanzar las relaciones bilaterales. Altos cargos del Kremlin han insinuado que en la agenda figuran proyectos conjuntos en infraestructuras y energía en el Ártico "más allá del tema ucraniano". El exembajador Alexander Yakovenko llegó a afirmar que la guerra es ya un asunto secundario en los vínculos entre Washington y Moscú.
La propaganda estatal subraya la imagen de Putin como interlocutor en pie de igualdad con el presidente de Estados Unidos, algo que el propio mandatario puede utilizar para contrarrestar su aislamiento internacional y la orden de arresto emitida por el Tribunal Penal Internacional.
Los europeos temen que el Kremlin utilice la oferta de alto el fuego para esquivar nuevas sanciones estadounidenses. La expiración sin renovación del último paquete de medidas punitivas contra Rusia, justo antes de la cita en Alaska, no calma los nervios. Por eso el canciller alemán, Friedrich Merz, convocó una llamada para este miércoles entre las grandes potencias del continente, la Comisión y la OTAN con Trump. El objetivo es que no ceda a las exigencias de Putin.
Moscú puede aceptar una pausa en los bombardeos aéreos que le permita reparar daños en su industria y rearmarse para reanudar en unos meses o unos años los ataques.
Los propagandistas de la televisión pública rusa, un buen termómetro de lo que pasa por la cabeza de Putin, sostienen que la guerra no terminará en Alaska. El popular Vladímir Soloviov, por ejemplo, pregona que "la victoria total es inevitable".