El líder militar de Burkina Faso, Ibrahim Traore, en una imagen de octubre de 2022.

El líder militar de Burkina Faso, Ibrahim Traore, en una imagen de octubre de 2022. Reuters

África

O arma o escuela: 1 millón de niños en Burkina Faso corren el peligro de ser captados por los yihadistas

Es el drama que vive este país africano de 20 millones de habitantes, donde aproximadamente un 35% de la población tiene entre cinco y 18 años y que es actualmente la nación del mundo con más escuelas cerradas.

21 mayo, 2023 02:46
Uagadugú

Basta con imaginarse el Santiago Bernabéu con todos sus asientos ocupados por niños. Multiplicarlo por doce. Escuchar un único lamento que se eleva. Y el enorme clamor que generarían este millón de gargantas infantiles supondría el número aproximado de niños que no van a la escuela en Burkina Faso. Un millón de niños. El mismo número que tiene toda Andalucía. Basta con imaginar que ningún niño de Andalucía pudiese acceder a la educación primaria ni secundaria. Es el drama que vive este país africano de 20 millones de habitantes, donde aproximadamente un 35% de la población tiene entre cinco y 18 años y que es hoy la nación del mundo con más escuelas cerradas.

Según reflejaron en 2022 los datos de la ONG 'Save The Children', 5.709 escuelas han cerrado como consecuencia de la guerra que libra hoy Burkina Faso contra el yihadismo. El Consejo Noruego para Refugiados determinó en 6.100 los colegios cerrados en febrero de 2023.

Más de 10.000 maestros han tenido que huir a las zonas del país todavía controladas por el ejército, acosados por las amenazas que los terroristas vierten sobre ellos y dejando atrás a diez compañeros asesinados en los últimos tres años. Cuando hablamos de un país con una tasa de alfabetización del 41%, que una de cada cuatro escuelas haya cerrado en los últimos meses augura un futuro nefasto para las generaciones venideras.

Niños de Boussouma y Korsimoro estudiando en una escuela de Burkina Faso.

Niños de Boussouma y Korsimoro estudiando en una escuela de Burkina Faso. Save the Children.

Ali Tapsoba fue Secretario General del sindicato de profesores de Burkina Faso durante diez años. Hoy se lleva las manos a la cabeza. Considera que la gravedad de la situación va más allá de la mera educación de los niños, ya que el cierre de las escuelas afecta a todas las capas de la sociedad: "Las escuelas sirven en las zonas rurales como centros de reunión para todo el pueblo y los profesores hacen de referentes para sus alumnos. Sin la posibilidad de ir a clase, los niños pierden el rumbo. El hombre nace del niño que fue, y si ese niño tuvo que huir de la guerra, trabajar en lugar de aprender a leer, o si ese niño vio cómo los terroristas mataban a su padre, ¿qué hombre nacerá de allí?".

La educación como resistencia

Pero los burkineses son gente fuerte. Gente íntegra. Así lo señala Tapsoba con orgullo. En algunas zonas afectadas por las políticas yihadistas, los ancianos han promovido "escuelas móviles" que, si bien no consiguen una educación ininterrumpida para los niños, sí que acuden a cada localidad una o dos veces por semana para que los profesores, los pocos que se atreven, enseñen los conceptos básicos.

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Un concepto básico que lleva enseñándose en las escuelas de Burkina Faso desde la década de los ochenta es lo que Tapsoba califica como "la teoría de movilización popular". Igual que en España puede enseñarse Educación para la Ciudadanía, en Burkina se enseña a los niños "los conceptos de la información, la movilización y la acción".

Se les muestra que la fuerza está en los números. Que mil gallinas pueden espantar a un zorro. Esta teoría de la movilización popular pretende mantener el poder en las manos del pueblo, y por ello sería habitual ver en cada uno de los ocho golpes de Estado exitosos que se han sucedido en el país a la población burkinesa que se levanta junto a los golpistas, si consideran que el Gobierno en funcionamiento no está cumpliendo como debería.

Un grupo de niños acude a una clase en Burkina Faso.

Un grupo de niños acude a una clase en Burkina Faso. Save the Children.

Que las escuelas cierren lleva, según el sindicalista, a que el pueblo burkinés olvide el poder que posee en sus números. La población se volverá maleable. Las futuras generaciones serán más violentas a raíz de los traumas abiertos por la guerra, puede ser, es pronto para saberlo, pero sin duda se moverán débiles e influenciables por quienes ambicionen el poder. Los yihadistas lo saben y cierran las escuelas, asesinan a los maestros que les plantan cara y permiten en su lugar que las escuelas coránicas permanezcan abiertas, haciendo gala de una doble moral donde se sacuden las manos y señalan al imán si los padres les preguntan dónde queda la educación de sus hijos.

Existe además un pensamiento que crece cada día en el ideario burkinés y que los yihadistas aprovechan para sí. Resulta que el número de personas que reniegan del modelo educativo occidental ha aumentado en Burkina Faso junto al sentimiento antifrancés que domina a la población, yihadistas o no. Lo dice Omar Kouanda.

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Omar ha sido profesor en cuatro pueblos del norte del país desde hace 21 años. Y al maestro tampoco le gusta el modelo occidental donde "papá te lleva a la escuela" o donde "un hijo puede denunciar a su padre por maltrato".

Omar opina con la mano en el corazón que los niños deben caminar a la escuela dentro de una distancia razonable, respirar el aire fresco de las mañanas, conversar mientras pasean con el resto de sus compañeros; y si un padre considera necesario darle una bofetada a la criatura para que memorice las lecciones de la vida, pues se le pega la bofetada y el niño baja la mirada con el respeto que debe mostrarse a un progenitor.

Unos niños juegan en el pueblo de Karma, muy cerca de Uagadugú, capital de Burkina Faso.

Unos niños juegan en el pueblo de Karma, muy cerca de Uagadugú, capital de Burkina Faso. Save the Children.

"Es evidente que no apoyamos la violencia gratuita contra los niños", especifica Omar, "y, si sabemos de algún caso de abuso, acudimos a los otros varones de la familia para que intervengan, eso si no lo hacemos los propios profesores. Lo mismo ocurre cuando los padres no dejan que sus hijos vayan al colegio". Kouanda tiene una mirada dura: parece un profesor estricto. Posa las manos crispadas sobre la mesa sin moverlas a lo largo de toda la conversación. Y nombra el descontento general que existe en el país en lo que respecta a las salidas laborales de los niños que cumplieron las normas y terminaron el colegio.

Y ese descontento se junta con el recelo que provocan las ONG europeas cuando aparecen en un poblado con nuevas ideas para educar a sus hijos, con la precariedad que obliga a los padres a escoger qué hijos y qué días irán a la escuela, con la presión de los yihadistas. El futuro analfabeto de las generaciones que llegan se construye como una pirámide de desdichas.

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Suma y sigue. Los terroristas acusan a los maestros de propagar un modelo educativo occidental y no musulmán o, en su defecto, africano. Padres laicos o animistas ven cómo sus hijos se radicalizan por las enseñanzas de la sharía que vierte el imán en sus oídos. Los niños del norte que todavía acuden a la escuela apenas cursan todos los días de la semana de corrido, llevando a que la mayoría vayan atrasados en los contenidos mínimos.

Crece el número de niños soldado

El psicólogo burkinés Ismael Kousse lanza además una dificultad añadida y que conoce en profundidad debido a su labor sobre el terreno: el incremento de niños soldado entre las filas yihadistas. Kousse confirma que, alejados de las aulas e influidos por las enseñanzas radicales de algunas escuelas coránicas, los críos de las regiones norteñas toman las armas como una alternativa razonable y se convierte en tarea de los psicólogos reintegrarles en la sociedad pese a las escasas ayudas estatales.

Un grupo de militares patrullando en Burkina Faso.

Un grupo de militares patrullando en Burkina Faso. EP

Y en lo que respecta al Estado, antes que esforzarse en procurar la integración de los menores, corren ejemplos como el vídeo que difundió recientemente el diario francés Libération y donde podía apreciarse cómo militares burkineses asesinaban a adolescentes a pedradas acusándoles de terroristas. Kousse lo tiene claro: "Para los militares, los niños dejan de serlo en cuanto se convierten en yihadistas".

Y Ali Tapsoba hace como los adultos preocupados por las generaciones futuras. Se lamenta de que los adolescentes beban alcohol y fumen drogas y tabaco. Y que su país viva una distopía juvenil donde también deciden ingresar en las filas de los yihadistas.
"¿Qué tiene eso de bueno para mi país?".

O arma o escuela. Y la sociedad burkinesa se desangra en sus etapas más tiernas. El psicólogo también menciona un "tejido social deshecho", en parte por el cierre de las escuelas que ha llevado a un deterioro de la "solidaridad social". Apenas si tiene tiempo de tratar los traumas que desfilan frente a él. Guarda en su recuerdo y con especial emoción a una niña a la que no pudo tratar porque Kousse le recordaba al hombre que la violó. Al verle entrar en la habitación, a la chiquilla le entró un ataque de histeria que no se le pasó hasta que otras mujeres le aseguraron que Kousse no volvería.

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Si no son traumas son desilusiones. Desilusiones como la de Fátima, una niña que cumplió los 13 años este mes de abril y que siempre soñó con ser maestra. Todas las mañanas caminaba diez kilómetros desde su poblado a la escuela y dedicaba las tardes a trabajar, haciendo malabares con los obstáculos de la vida, hasta que los terroristas mataron al jefe de su poblado y su familia decidió huir. Fátima vive ahora en una casa de refugiados a las afueras de Uagadugú y va a la escuela, sí, su sueño prosigue, pero hoy es la peor de la clase y su ilusión se desvanece: como predijo el profesor Oumar Kouanda, Fátima no sabía que pese a sus esfuerzos iba atrasada con respecto a sus compañeros de la capital. Ahora los niños se burlan de ella por su supuesta ignorancia.

Dos mujeres caminan por las calles de Burkina Faso.

Dos mujeres caminan por las calles de Burkina Faso. Save the Children.

Traumas como el de Mohammed, un agricultor de la etnia mossi cuyo hijo adolescente murió en un combate contra el ejército burkinés tras enrolarse en las filas yihadistas. Movido el quinceañero por ese fervor desleal que atenaza a la juventud. Los alumnos que pierde Oumar se convierten en los clientes que se le acumulan a Kousse. Y Burkina Faso llora por el hoy. Pero también tiembla por el mañana.