Decenas de camioneros protestando en Ottawa, Ontario, Canadá.

Decenas de camioneros protestando en Ottawa, Ontario, Canadá. Reuters

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Cómo los antivacunas y la extrema derecha han puesto a Trudeau y a Canadá contra las cuerdas

Miles de camioneros iniciaron protestas a finales de enero. Tres semanas después, el movimiento se ha agrandado y ha bloqueado vías comerciales. 

13 febrero, 2022 02:54

Cuando el 22 de enero de 2022, un grupo de transportistas partieron de la Columbia Británica rumbo a Ottawa, la capital de Canadá, el primer ministro, Justin Trudeau, calificó la protesta de “minoritaria”. El origen del movimiento estaba en la normativa, dictada a finales del año pasado, de exigir el “pasaporte de vacunación Covid” a partir del 15 de enero a todo aquel que cruce la frontera con Estados Unidos.

Teniendo en cuenta que cada día unos cincuenta mil vehículos cambian de país en una dirección o en otra, era esperable algún tipo de protesta, pero Trudeau tenía razón: en aquel momento eran pocos (aunque ruidosos) y las políticas sanitarias de un país no pueden depender de las protestas que provoquen.

Otra cosa es la gestión de esa protesta. El gobierno canadiense olvidó que “pocos” pueden ser “suficientes” para sembrar el caos si están bien organizados. Trudeau cometió dos errores: uno, dejar que la comitiva llegara a Ottawa y se instalara ahí, colapsando calles, avenidas, entradas y salidas de la ciudad, casi aislándola del resto del país con las consecuencias que eso puede tener para la capital de cualquier estado.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, durante una rueda de prensa este viernes.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, durante una rueda de prensa este viernes. Reuters

El segundo error, una vez atravesado ese Rubicón, fue luchar con sus propias armas, amenazar con la violencia y ejercerla incluso mediante el envío de más y más policías y miembros de la guardia nacional para enfrentarse a destiempo con los transportistas.

Tal vez habría sido más fácil dejar que el movimiento se pudriera solo, entre las enormes molestias que estaba causando a la ciudadanía. La opinión pública, tarde o temprano, se pondría en su contra y eso acabaría con el sentido de las protestas. Trudeau reaccionó tarde y reaccionó mal. Aparte, no contó con otro factor que ha acabado siendo clave: la presencia de elementos políticamente activos y expertos en este tipo de revueltas. Poco a poco, conforme pasaban los días, personajes ajenos se fueron añadiendo a la protesta, diversificándola, llevándola a los medios y haciendo de la misma una lucha política con todas las letras. Entre los más peligrosos, los activistas James y Sandra Bauder.

Un camionero canadiense protesta contra las medidas antiCovid del país.

Un camionero canadiense protesta contra las medidas antiCovid del país. Reuters

QAnon y la extrema derecha

James Bauder, fundador de lo que él mismo llama “Canada Unity”, está vinculado a grupos ultraderechistas de la red QAnon, la misma que estuvo detrás de la toma del Capitolio y de numerosas protestas en apoyo de Donald Trump y contra las vacunas en Estados Unidos. La palabra clave para Bauder y sus compañeros, es “libertad”.

Es mucho más fácil vender un mensaje en favor de la libertad que en contra de las vacunas. ¿Quién está en contra de “la libertad”? La libertad lo justifica todo y de ahí que las distintas protestas, ampliadas al Quebec, a Toronto y, sobre todo, a la frontera de Ontario con Estados Unidos, colapsando el Ambassador Bridge por el que pasan cada día miles de vehículos en ambas direcciones, trasladando millones de dólares de mercancías.

Make Canada great again, uno de los lemas que se pueden leer en las pancartas de los manifestantes.

"Make Canada great again", uno de los lemas que se pueden leer en las pancartas de los manifestantes. Reuters

En la semana de ocupación de Ottawa hemos visto protestas contra la vacunación obligatoria, peticiones de que Trudeau sea juzgado por crímenes contra la humanidad, banderas con el logo de QAnon y simbología nazi de todo tipo. La Policía se ha visto obligada incluso a evacuar al primer ministro de su residencia al considerar que su seguridad estaba en riesgo. No hablamos ya de transportistas luchando por unos supuestos derechos hasta cierto punto negociables sino de un punto de reunión de la alt-right norteamericana, tanto canadiense como estadounidense.

Junto a los Bauder, organizan la protesta, o más bien su mensaje, personajes complejos como Tamara Lich, independentista del oeste de Canadá, Benjamin Dichter, obsesionado con la “islamización” del país, o Pat King, uno de los mayores agitadores anti-Trudeau y anti-vacunas del país. Por si eso fuera poco, el “Convoy de la Libertad” ha contado con el apoyo explícito del magnate Elon Musk y del expresidente Donald Trump, además del de personajes como Sean Hannity, la mano derecha de Trump en FOX News.

Manifestantes cortando carreteras de Canadá.

Manifestantes cortando carreteras de Canadá. Reuters

La situación es caótica ahora mismo en la capital y en varias de las ciudades más importantes de Canadá. Está por ver si, pese a todo, el último movimiento de los transportistas ha sido su mayor error. Al fin y al cabo, hablamos de una turba que toma las decisiones a menudo por impulsos y que, pese a los intentos por capitalizar su protesta, no es fácil de organizar. La toma del Ambassador Bridge, que va ya para cuatro días, puede costarle al movimiento muy caro.

Frontera de EEUU

Mientras la protesta se mantuviera local, el resto del mundo podía simpatizar o no. Cuando se empieza a bloquear fronteras, y por lo tanto se empiezan a retrasar los suministros y la producción industrial, la cosa cambia. El gobierno de Estados Unidos ya ha instado formalmente a Canadá a que haga todo lo posible para liberar el Ambassador Bridge, incluso la justicia ha amenazado con multas y penas de prisión a los transportistas si siguen ahí amontonados. El Ambassador Bridge tiene una importancia estratégica que no tiene ni siquiera Ottawa y cabe preguntarse qué van a hacer los líderes de la protesta al respecto.

El puente Ambassador, bloqueado.

El puente Ambassador, bloqueado. Efe

Una opción es esperar la violencia de las fuerzas de seguridad canadiense y convertir su causa en la de unos mártires del globalismo. La otra es rendirse, abrir el camino y retroceder posiciones, lo que se podría interpretar como una señal de debilidad. Si fuera por QAnon y sus simpatizantes, la primera opción tendría más papeletas. El asunto es que esa violencia, esas multas y esa prisión la tienen que sufrir otros, los que conducen los camiones. Van ya tres fines de semana de protesta y caos y eso es muchísimo dinero perdido. Los supermercados empiezan a vaciarse y la producción de automóviles se está viendo afectada seriamente tanto en Detroit como en Ontario. La región canadiense declaró el estado de emergencia este pasado viernes.

En la tarde del sábado, se empezaba a hablar de movimientos de camiones descongestionando el puente. Si esto es el final de la protesta o simplemente una pausa en busca de otros objetivos, está por ver. Llegados a este punto, el Gobierno de Trudeau ya no puede ceder en nada. Sería ridículo. Ya has dejado que paralicen el país durante tres semanas, no hay margen alguno para la negociación. Los transportistas que quieran seguir haciendo su trabajo tendrán que vacunarse o atenerse a las exenciones médicas disponibles. Al menos, hasta que la legislación se relaje para todas las profesiones.

Extensión a Francia

La lucha por “la libertad” y contra el globalismo, irónicamente, parece haberse extendido en los últimos días a Francia. Hablamos de un país que siempre ha tenido un importante y ruidoso número de antivacunas y antirrestricciones protestando activamente. Les ha faltado la determinación que se ha observado en Canadá… y el hecho de que la Policía francesa no se anda con tantos remilgos. Ante el éxito de la protesta en Ottawa, surgió en el norte del país una idea semejante: llenar el acceso de París de vehículos, decenas de miles de ellos, para colapsar la capital.

Aunque algunos han conseguido burlar el dispositivo policial y establecerse en torno al Arco del Triunfo y los Campos Elíseos, golpeando el claxon continuamente al grito de “libertad, libertad”, la policía ha reaccionado con detenciones y gas lacrimógeno para dispersar a los manifestantes. Advirtiendo lo que venía pasando en Canadá y conscientes de la necesidad de parar el movimiento desde sus inicios, la prefectura de policía de París había prohibido la manifestación en cuanto fue anunciada. Su actuación ha sido rápida y contundente, algo que se echó de menos en Ottawa. La libertad de los parisinos ha triunfado sobre “la libertad” de los protestantes.

Manifestantes este sábado en París.

Manifestantes este sábado en París. Reuters

Aunque los organizadores de estos “convoyes de la libertad” -el mismo término usado en Canadá- presumen de la amplitud del movimiento, el número de 3.300 vehículos desplazados no ha bastado en ningún momento para burlar el despliegue de más de 7.200 gendarmes, operativos día y noche para evitar desmanes como los producidos el viernes en Chartres, localidad relativamente próxima a la capital.

Hay que tener en cuenta que París, a diferencia de Ottawa y el resto de grandes ciudades de Canadá, está muy acostumbrado a este tipo de manifestaciones violentas: el recuerdo de los 'chalecos amarillos' y su vandalismo de 2018 y 2019 siempre está presente, así como la amenaza de que la inflación y el alto precio de los combustibles revitalice el movimiento según se acercan las elecciones presidenciales.

¿Veremos más “convoyes de la libertad” en el resto de occidente? No es descartable. Lo extraño, de hecho, es que el movimiento no se haya expandido ya por Estados Unidos, pero es cierto que Estados Unidos no es un país tan permisivo como Canadá y, en general, es más práctico: una protesta que suponga una caída de productividad siempre estará mal vista.

Si se consigue parar las protestas en Francia, es probable que no veamos intentos parecidos en Roma ni en Berlín, aunque no hay que descartar algún tímido intento. De momento, en España no ha habido en toda la pandemia ninguna protesta parecida y la aceptación de las vacunas es casi unánime, así que, en principio, es una amenaza que no debería siquiera rozarnos.