El logotipo del proyecto de gasoducto Nord Stream 2 se ve en un tubo en la planta de laminación de tubos de Cheliábinsk, Rusia.

El logotipo del proyecto de gasoducto Nord Stream 2 se ve en un tubo en la planta de laminación de tubos de Cheliábinsk, Rusia. Reuters

Mundo

Por qué el nuevo gasoducto con Alemania puede ser el enésimo Caballo de Troya de Putin

Ante la necesidad de más gas natural, Alemania y Rusia han construido un gasoducto bajo el agua que controlará Gazprom.

30 diciembre, 2021 03:06

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Nada hace más feliz a Vladimir Putin que ver a Europa en problemas. Más aún cuando sabe que la solución depende de él. Como dijo en septiembre, Dmitri Kiselyov, una de las estrellas de la televisión rusa, ante el incremento incontrolado de los precios del gas en la Unión Europea y la amenaza de un otoño y un invierno más fríos de lo habitual: "Tienen miedo de helarse y le piden a Rusia que les calentemos inmediatamente". Kiselyov se regodeaba en esas palabras que parecían querer continuar: "… pero no les va a salir gratis".

Desde verano, la Unión Europea viene quejándose de que Rusia no es capaz de abastecer a Europa de gas suficiente. Que podría, pero que no quiere. La demanda es altísima y regular la oferta hace que los precios se disparen, mucho más teniendo en cuenta los graves problemas que está habiendo en la otra fuente de suministro energético: el eje Argelia-Marruecos. Rusia, capaz de dejar directamente sin gas a sus vecinas Ucrania o Georgia cuando consideran que se portan mal, parece estar siguiendo una política parecida con la Unión Europea, y más en concreto con su socio privilegiado en esta materia: Alemania.

Ante la necesidad de más y más gas natural -una necesidad incrementada por la llegada de Los Verdes al poder y su exigencia de que se complete el cierre de las plantas de energía nuclear-, Alemania y Rusia acaban de completar la construcción de un gasoducto bajo el agua que controlará Gazprom, la ubicua compañía estatal de gas rusa, y que, en principio, completará el suministro necesario para satisfacer las necesidades de toda Europa, España incluida.

Ese gasoducto, llamado Nord Stream 2, corre paralelo al Nord Stream original, y su puesta en funcionamiento depende simplemente de que Alemania convenza a sus socios -Bruselas- y a sus propios tribunales de que la operación es legal y cumple con los acuerdos firmados, algo que no consiguió el pasado mes de agosto (cuando un juez de Düsseldorf rechazó el proyecto tal y como le fue presentado por las partes).

La urgencia de Alemania es comprensible por su peculiaridad ecologista, pero es compartida por buena parte de Europa. Ahora bien, ajustar la legislación no es fácil. Y, sobre todo, la apertura de un segundo gasoducto deja en el aire una pregunta inevitable: ¿Es buena idea aumentar la dependencia respecto a Rusia en materia energética? Si el frío o el calor del continente van a depender de Putin, ¿no es una manera de darle una ventaja estratégica demasiado grande?

Las dos salidas de tubería del gasoducto Nord Stream 2 se muestran en las instalaciones de aterrizaje en Lubmin, Alemania.

Las dos salidas de tubería del gasoducto Nord Stream 2 se muestran en las instalaciones de aterrizaje en Lubmin, Alemania. Reuters

El miedo a Putin cuando huele la necesidad ajena

Parece claro que, a estas alturas, Rusia no va a aumentar su producción ni va a rebajar sus precios. No le interesa. Le interesa, como decía el presentador, que nos muramos de frío y luego pidamos ayuda. Saben que los occidentales no somos la gente más sufrida del mundo. En ese sentido, la presión de la propia Gazprom y, por lo tanto, de Putin, para que se autorice el segundo gasoducto es implícita: no van a ampliar el suministro del primer canal hasta que no se apruebe el segundo.

Merkel amenazó en su momento con sanciones si se demostraba que Rusia estaba regateando para forzar una decisión, pero aquí tenemos al gato que se muerde la cola: ¿Qué sanciones puedes imponer a alguien que tiene algo que necesitas? ¿Cuánto puedes tirar de la cuerda si tú vas a ser el peor parado cuando se rompa?

Con los precios completamente disparados en todo el continente, Bruselas no será difícil de convencer de la necesidad de ser "flexibles" en las condiciones que se impongan a Gazprom. Otra cosa es la legislación interna de Alemania, que será más complicada de ajustar, pero, tarde o temprano, se conseguirá. Ahora bien, el momento geopolítico no puede ser peor para llegar a esta clase de acuerdos con Rusia: la deriva militarista de Putin en los últimos meses no invita a pensar en nada bueno.

La represión interna es salvaje, lo que ha derivado en la ilegalización esta misma semana de la ONG Memorial, la única que hacía una labor de defensa de los represaliados políticos dentro del marco de la ley. Los discursos anti-occidentalistas han subido uno o dos puntos su agresividad y las tropas siguen amontonándose en la frontera con Ucrania, rozando ya las doscientas mil unidades.

En estas condiciones, es normal que Estados Unidos esté con la mosca detrás de la oreja. Al fin y al cabo, los europeos sacamos algo a cambio del acuerdo. Puede que sea un Caballo de Troya, por supuesto, y que a la larga lamentemos haberlo fomentado, pero nos soluciona el problema energético y su derivada económica.

Aunque se intente rebajar la preocupación desde los distintos gobiernos, a nadie se le escapa que estos precios son insostenibles en el medio plazo y que cargar ese dineral sobre una ciudadanía cansada y empobrecida supone un riesgo indudable. A Vladimir Putin, por supuesto, tampoco se le escapa. Todo lo que sea causar malestar en Europa redundará tarde o temprano en su beneficio.

Estados Unidos presiona, pero no aporta soluciones

¿Qué alternativas le quedan a Alemania y, junto a Alemania, al resto de Europa? Pocas. De hecho, Estados Unidos exige, pero tampoco ofrece soluciones. La secretaria de estado para asuntos europeos, Karen Donfried, declaraba recientemente: "Los Estados Unidos ven el gasoducto Nord Stream 2 como un proyecto geopolítico ruso que debilita la seguridad energética y la seguridad política de una parte significativa de la comunidad euro-atlántica". El beligerante senador Ted Cruz consiguió que el Senado -de mayoría demócrata- estudiara la posibilidad de sancionar a cualquier empresa relacionada con el proyecto este mismo mes de enero.

Obviamente, esto puede abrir una enorme crisis diplomática, y Estados Unidos tendrá que calcular si le merece la pena enfrentarse a un aliado como Alemania solo para evitar una posible ganancia de Putin sobre el tablero estratégico. Hay, incluso, quien piensa que esa ganancia no será tal.

Que, en realidad, no es Putin quien se beneficia del acuerdo pudiendo abrir y cerrar el grifo a voluntad, sino que es la propia Europa la que, al convertirse en un cliente tan importante, hace que Rusia tenga que comportarse de una manera más aceptable. La cantidad de dinero que perderían los rusos si Alemania decidiera rechazar el suministro, o si el gasoducto no llegara nunca a funcionar, sería inmensa. Tanta, que igual les merece la pena replantearse la inminente invasión del este de Ucrania.

Con todo, eso parece parte del pensamiento buenista habitual entre los demócratas estadounidenses. La realidad se ve mejor de cerca y aquí parece que las cartas están bien claras: de un lado, un continente que necesita urgentemente gas natural; de otro, un país con gas natural que puede permitirse esperar su momento. No se observa en Putin urgencia alguna. Por supuesto, cuanto antes se cierre todo, mejor para él… pero si los europeos deciden seguir pasando frío y pagando a precio de oro el alivio energético, allá ellos.

Este mismo otoño, en referencia a los dirigentes europeos con los que Rusia lleva seis años negociando, el propio Putin comentaba: "Hablar con estos así llamados expertos siempre ha sido más bien complicado porque lo hacen desde su esnobismo habitual: siempre creen que llevan la razón y nunca aceptan que se les discuta. Espero ver que empiezan a rectificar ahora".

En el fondo, por supuesto, el acuerdo comercial no tiene nada de malo. Lo peligroso es que la deriva de Putin, ese repentino odio hacia todo lo occidental, impregne también el acuerdo. Todos estamos encantados de recibir el gas ruso en nuestras casas. Lo que no sabemos es qué viene con ese gas, ni si nos acabará saliendo más caro.