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Ken Follet, nuestro best-seller ecuménico de guardia, es un hombre muy particular en las distancias cortas.

Le miro intrigada. Anoto mentalmente: pelo blanquísimo (como de zorro plateado). Ojillos vivarachos. Gafas pesadas de montura oscura. Una paz contagiosa en época de guerra. Una sonrisa de niño grande, siempre un escalón por debajo de la carcajada. Está a un segundo de troncharse.

Por dios, qué contento está, qué demonios le pasará. Igual sabe cosas que nosotros no.

Digamos que en Ken Follet hay júbilo. Casi un júbilo fuera del tiempo. Está encantado de la vida. Le gusta este sitio: el mundo. Le gustamos nosotros, los defectuosos y fascinantes seres humanos. Nos estudia.

Nos dedica su obra, que es casi antropológica. Habla de nuestras gestas, de nuestro ego enfermo, de nuestra nobleza. Somos poéticos, somos destructivos. Somos historia e imaginación.

Yo creo que Ken Follet nos mira en panorámica, como a machos y hembras antiguos y modernos, amándonos entre nosotros, torpedeándonos, chocando los unos contra los otros hasta el fin de los tiempos.

Seguro que sonríe así también por haber vendido casi 200 millones de libros contándonos esto y aquello.

Leo su biografía.

Este chico mayor tan simpático vive en su propio castillo y a veces rescata catedrales agrietadas, memoria y belleza en descomposición. Él quiere ser un pilar de la tierra, como aquella novela que le hizo tan rico. Hay quien estima su fortuna en más de 60 millones de dólares (¡sólo con sus libros!). Espero que se invite al café.

Acaba de publicar El círculo de los días (Plaza & Janés), una novela épica sobre uno de los mayores enigmas de la historia: la construcción de Stonehenge.

A él le va lo humano y lo monumental, así que conversamos animadamente con el autor sobre las mujeres de la vida. Y de su vida. Que son ambas cosas: tiernas y colosales. 

El misterio de Stonehenge comenzó hace 5.000 años en en Neolítico. ¿Cómo eran las mujeres entonces?

Bueno, no lo sabemos. O sea, que nos lo tenemos que inventar. Pero sí sabemos que a lo largo de la historia su papel se ha subestimado. Te pongo un ejemplo: durante mucho tiempo creímos que eran los hombres los que construían las catedrales, porque absurdamente parecía un trabajo “de hombres”, ¡tan duros, con la piedra…! (ironiza). Pero no es cierto: también las mujeres participaron en la construcción de las catedrales.

"Las mujeres se han considerado propiedad de los hombres a lo largo de la historia: en el matrimonio, incluso hoy día, el padre ‘entrega’ a la chica al marido"

¿Cómo lo sabemos? Joseph Campbell, un historiador francés, estudió los registros tributarios de la ciudad de París, el pago de impuestos donde figuraba el nombre de la persona (el trabajo y cuánto pagaban), y se dio cuenta de que los nombres femeninos pagaban impuestos como “hacedoras de vidrieras”, o responsables de los trabajos de cristal, o como albañiles, incluso. Nunca nos habíamos dado cuenta de estas cosas.

Cuando empecé a escribir sobre Stonehenge me di cuenta de que tendría que haber una comunidad intelectual de personas que estudiaban el sol, las estrellas y el movimiento de los astros. En la mayor parte de las civilizaciones era así: una de las primeras cosas que hace la gente es estudiar los cielos. Y normalmente se trata de una cuestión religiosa.

Hablamos con Ken Follet sobre sacerdotisas y mujeres intelectuales y místicas.

Hablamos con Ken Follet sobre sacerdotisas y mujeres intelectuales y místicas. Sara Fernández.

Habla en su libro de sacerdotisas. Una figura muy enigmática.

Bueno, lo que yo digo es, ¿y por qué iba a ser un sacerdote y no una sacerdotisa? Ese ha sido el pensamiento: “Como normalmente, el papel de la mujer se ha subestimado, hay muchas opciones de que esta figura intelectual y mística al mismo tiempo fuera también femenina… haré que este personaje, en lugar de ser un sacerdote, sea una sacerdotisa”.

¿Cree que las mujeres empiezan a ser tomadas como posesión en el Neolítico, que es cuando surge la civilización y el asentamiento, la agricultura? O sea: “queremos tierras, queremos mujeres”.

Oh, sí. A lo largo de la historia, las mujeres se han considerado propiedad de los hombres. Y cuando uno piensa hoy en el matrimonio, incluso hoy en día, muy a menudo la mujer es, digamos, que ‘entregada’ por un hombre a otro hombre, es decir, de su padre a su novio.

La mujer pasa de ser hija a ser esposa. Hoy que nos creemos tan ilustrados, y hoy que decimos que la mujer ya es igual en la sociedad al hombre, cometemos desigualdades gravísimas: hoy la mujer sigue siendo entregada por su padre.

"El patriarcado comenzó con la agricultura: antes de eso se consideraba que si una mujer mantenía relaciones sexuales con muchos hombres, tendría hijos más fuertes y por tanto era más valiosa”

Mire, en la llanura de Salsbury había tres comunidades: los agricultores, los ganaderos y los guardabosques. Pero no creo que los ganaderos pudieran tener propiedad privada porque tenían, por ejemplo, 2.000 vacas, y a lo mejor 200 pueblos.

Era imposible decir que esta vaca era de alguien: eran todos propietarios en comunidad, colectivamente, era un ganado que pertenecía a una colectividad, así que la propiedad privada no era tan importante.

O sea que quizá (y esto soy yo quien lo piensa) las mujeres no eran propiedad de nadie dentro de la comunidad. Y desde un punto de vista literario, de cualquiera de las formas, es un contraste que me parece muy interesante.

Ken Follet durante la entrevista.

Ken Follet durante la entrevista. Sara Fernández.

Entonces, ¿cuándo cifra usted la aparición del patriarcado?

Yo creo que debió de empezar con la agricultura. Con el trabajo más intensivo del cultivo. Antes de que se inventara, todos éramos cazadores y recolectores y entonces no existía el matrimonio: el matrimonio se inventó con la civilización.

Cuando éramos sólo eso, cazadores y recolectores, no había normas, ni tribunales, ni Gobierno, ni, por consiguiente, matrimonio.

Los antropólogos señalan que esos cazadores y recolectores tenían sexo, por así decirlo, con quien pillaban. No con alguien repetidas veces, no con alguien en concreto.

No había una unidad familiar fundada. Y creían, de hecho, que si una mujer mantenía relaciones sexuales con muchos hombres, tendrá hijos más fuertes. Por tanto, era más valiosa.

"La intuición femenina es totalmente real: las mujeres prestan más atención a los detalles. Los hombres, sólo cuando juegan al póker"

¿Existe un miedo ancestral a la mujer por su capacidad de parir y por su relación extraña con la tierra, mágica, telúrica?

Yo en eso no creo. Es una idea bonita, sí, romántica, pero no. Cualquier grupo de personas que estén oprimidas, subyugadas, siempre van a inventarse que tienen poderes mágicos. Porque no tienen poder real.

El poder real se les ha arrebatado, entonces dicen que tienen poderes de brujería, o poderes de vudú. Algo que les proporcione ese poder imaginario porque otros agentes de la sociedad las han intentado humillar.

Ken Follet reflexiona sobre la intuición femenina con la traductora y la periodista.

Ken Follet reflexiona sobre la intuición femenina con la traductora y la periodista. Sara Fernández.

Entonces, la intuición femenina, ¿es un arma contra los hombres?

(Ríe) Es una buena pregunta. La intuición femenina existe, pero yo creo que quizá sea porque las mujeres prestan más atención a los detalles. Esto también lo hacen a veces los hombres, sobre todo cuando juegan al póker (ríe). Sólo ahí, ¿no?

Ahí los hombres observan a los otros jugadores de póker y estudian su lenguaje corporal. Porque cuando uno juega a póker, una de las cosas que tiene que adivinar o que detectar es que alguien está echándose un farol, tirándose un farol. ¿Ese otro tiene buenas cartas o sólo finge tenerlas?

“Las mujeres siempre saben cuando un hombre esta mintiendo: es terrible para nosotros”

Cuando un hombre finge, hay algo que siempre hace. Se toca la nariz, o el lóbulo de la oreja, o guiña sin querer… tiene un tic. Se llama “pista”, porque te dice algo. Los jugadores de póker detectan este tipo de cosas, pero el resto de tipos no.

Y yo creo que las mujeres detectan esos detalles constantemente, tienen ese tipo de inteligencia, muy sagaz, muy observadora, muy exacta. Las mujeres siempre saben cuando un hombre miente. Siempre. ¡Es terrible!

¿Para usted?

(Ríe) Sí, para mí también, por supuesto. Para nosotros.

Stonehenge es un enorme misterio. Las mujeres, desde luego, también lo somos. ¿Qué cree usted que es lo que los hombres aún no han entendido de las mujeres?

¿Por dónde empezar?

¿Escribimos un libro?

¿Otro? (Bromea). Mire, voy a responder a su pregunta de otra forma. Yo a menudo escribo desde el punto de vista de una mujer. Y a veces la gente me pregunta: “¿Cómo sabes hacer eso? ¿Cómo puedes entrar a los pensamientos de una mujer?”.

"Los hombres siempre le hablan a las mujeres de sus cochazos o de que son el jefe de la empresa. Tienen que callarse y escucharlas, dejar el ‘yo, yo, yo’"

Y la respuesta es la siguiente. Normalmente, cuando un hombre le habla a una mujer, se pone muy pesado diciéndole lo importante que es (¡él, naturalmente!), el cochazo que tiene, que es el jefe de su empresa, su enorme autoridad… lo que mola… (ríe).

Pero si uno quiere comprender a las mujeres, lo mejor que puede hacer es callarse y escuchar, porque si uno escucha, las mujeres te dicen cosas, te cuentan cómo se sienten. Lo único que hay que hacer es asentir con la cabeza y decir “¿sí? ¿De verdad? No me digas. Cuéntame”. En lugar de decir “yo, yo, yo, yo”… porque nosotros siempre hacemos eso, nos centramos demasiado en nosotros mismos.

Así que el entendimiento y el amor comienzan como la escritura: aniquilando el ego.

Oh, absolutamente. Porque si no todos los personajes serían justo como el autor. Justo como yo (ríe).

Quería preguntarle por las mujeres que más le han inspirado en su vida, tanto laboral como artística o emocionalmente. ¿Qué hay de las mujeres que usted ha amado?

Bueno, primero tengo que empezar con mi madre, porque mi madre era muy imaginativa. Tenía una cabeza muy interesante, burbujeante, siempre en ebullición, muy curiosa… Y esto lo sé en parte porque lo recuerdo, pero también porque me lo han contado. Me han contado cómo era ella cuando yo tenía uno, dos o tres años.

"Conocí a mi mujer en un mitin político. Me enamoré de ella porque quería cambiar el mundo. Fue ministra e hizo muchas cosas en favor de las mujeres"

Ella siempre me regalaba canciones, me las cantaba, me recitaba poemas, me contaba cuentos. Y la gente decía: “Esta mujer le habla todo el rato a su bebé”. Les parecía extraño, pero yo creo fue fue bueno. Mi padre era un hombre encantador, pero no tenía esa fantasía de mi madre. Mi imaginación la he heredado de ella.

Usted ha dicho que está loco… por su mujer, Barbara Broer.

Sí, es impresionante que después de tantos años juntos aún estemos locos el uno por el otro. Hablamos incansablemente. Es una conversadora excepcional, una mujer que admiro muchísimo.

Las manos de Ken Follet.

Las manos de Ken Follet. Sara Fernández.

¿Cómo se conocieron?

En un mitin político. Ella quería cambiar el mundo. Eso me enamoró de ella. Y quería hacerlo convirtiéndose en miembro del Parlamento. En diputada. ¡Y lo logró!

Wow.

Le llevó mucho tiempo, pero trabajó muy duro. Lo merecía. Se formó. Pulió ideas. Se presentó a las elecciones en dos lugares distintos y perdió.

"Las mujeres malas son las que hacen que pasen las cosas. Son interesantes para la ficción. Pero en la vida, yo amo a las buenas"

Luego se presentó otra vez y ganó. Se convirtió en parlamentaria. Y en el gobierno de Gordon Brown fue ministra. Hizo muchísimas cosas en su ministerio, sobre todo en favor de las mujeres.

Por ejemplo, creó una organización que sigue existiendo para ayudar a las mujeres que quieren convertirse en políticas. Ahí se las forma para trabajar en política, para hacer oír su voz. Imagínese: para estudiar el arte de la entrevista, para saber expresarse y responder, para trabajar la oralidad.

¿Sabe a quiénes admiro también mucho? A las sufragistas.

Las sufragistas tuvieron que quemar algunas cosas para hacerse oír. Molestaron. Ellas decían que hablaban el lenguaje de la guerra porque era el lenguaje que hablaban los hombres.

Sí, tiene sentido. Pero lo más sorprendente de todo esto… ¡es que ganaron la guerra a los hombres!

¿Cuál es su personaje de ficción femenino favorito?

¡Oh! Lo tengo. Becky Sharp. Es la protagonista de una novela que se llama Vanity Fair. Es una chica mala. No tiene dinero. Pero se lo monta muy bien…

¿Las chicas malas son más interesantes a la hora de escribir?

(Ríe) Bueno: son las que hacen que pasen las cosas. En la ficción, las mujeres malas son más interesantes. En la vida, yo amo a las buenas. Mire, Becky Sharp es un personaje realmente alucinante.

Ella coge dinero y nunca lo devuelve. Le gustan los hombres, pero sólo si son ricos. ¿Sabes? Tú la admiras, porque aunque sea mala, es una combinación de maldades muy atractiva. Y es tremendamente inteligente.

"Cuando uno hace el amor, uno es uno mismo. Los hombres no pueden fingir. Y a las mujeres… les cuesta"

Hablemos de sexo y de amor: un pilar importante en sus novelas, a veces muy tórridas en ciertas escenas. ¿Qué dice el sexo de nosotros, señor Follet? ¿Qué revela de nosotros? ¿Nuestra personalidad, acaso?

Oh, sí que sí. Nuestra forma de practicar sexo revela nuestra verdadera personalidad. Todas las defensas que tenemos se caen. Tienes que quitarte la ropa, y eso ya da miedo. Yo creo que cuando uno hace el amor, uno es uno mismo. Es muy difícil fingir. Desde luego, los hombres no pueden fingirlo en absoluto. Y a las mujeres… les cuesta.

El último trabajo de Ken Follet.

El último trabajo de Ken Follet. Sara Fernández.

¿Cómo ha cambiado su forma de entender el amor desde que tenía 18 años hasta ahora?

No estoy seguro de que haya cambiado en absoluto.

En ese caso, ¿cómo la define?

Hum. Wow. Puedo decirte que soy un hombre enamorado y muy feliz. ¿Sabes? Estoy encantado de envejecer con Bárbara. Es genial, la vida es estupenda. Es mi mejor amiga, es mi amor. Hay algunos problemas con la vejez, pero lo vamos solventando. Desayuno con ello todas las mañanas y luego espero con ansia que llegue el mediodía para almorzar con ella.