Hay otros modos de estar en el mundo distintos de la lógica contemporánea. Todos estos modos están vinculados al sentido del humor. Perdón, todos estos modos están vinculados a la inteligencia. Perdón, todos estos modos están vinculados a la audacia. ¿Acaso no he escrito lo mismo por tres veces? ¿No suena muy parecida esta música? Sin humor [¡inteligencia, audacia!], ninguno de nosotros podría salir de la cama cada una de nuestras mañanas, todas iguales, en una clara apropiación del mito de Sísifo, o de esa peli icónica que es Atrapado en el tiempo. Me da igual el estereotipo cultural en el que te sientas más cómodo. Por cierto, creo que esta frase, o de pelaje similar, la dijo Woody Allen. O, simplemente, necesitaba que hiciera acto de aparición porque es uno de los creadores con los que más me he reído y al que jamás podré agradecer lo suficiente todas y cada una de sus películas. Sí, incluida Vicky Cristina Barcelona [… ese viaje en avioneta].

Esos otros modos de estar en el mundo comparten una misma inquietud, pero realizada desde ámbitos poco cotizados en el ahora. No solicitan exhibición en redes ni mentiras a demanda que ayuden a conciliar el sueño ante la exigencia de la verdad en las biografías propias –y ajenas-. Te piden que, si te diriges a una persona, sea porque esa misma persona te importe, no porque esperas obtener algo de ella a cambio. [Hombres del mundo, aprovechamos para deciros, las mujeres de este mundo, bastante más pequeño que el vuestro, que hay vida más allá del pulgar hacia arriba en una conversación de WhatsApp].

Estos modos también suelen poner en valor a las personas a través de la dignidad, es decir, intentan mostrar alternativas a ponerse un precio para caer bien siempre, caer bien para que te voten los de Vox [¿Quiénes serán?], o, evitar, como diría la gran filósofa de este tiempo, Migde Maisel, engañar a tu mujer con otra que le habla a una planta de plástico. No nos engañemos, los adúlteros siempre han preferido a las mujeres que hablan con plantas de plástico frente a las que son capaces de hacerte reír hasta que se te partan las costillas. Ni mucho menos a las que se saltan las reglas del poder masculino. Es lo que tiene el complejo del ego y el ego acomplejado.

Estos modos también ponen especial empeño en hacernos ver que el pasado es pasado – qué evidencia tan convincente- y no se somete a esta suerte de actualización diaria consistente en generar un relato que le venga bien a la persona que soy hoy, miércoles. Mañana, que es jueves – otra evidencia convincente-, ya veré cuál es el pasado que mejor me sienta. Color y talla incluidos. El filósofo Terry Eagleton tiene una frase que es puro espectáculo, también algo aterradora, sobre esa obsesión contemporánea en torno a la producción de subjetividades: «No se trata solo de que ahora todo el mundo tenga una historia: es que todo el mundo es una historia. Quién eres es la historia que cuentas sobre ti mismo». Hay quien debe tener un fondo de armario para cada temporada.

Todos estos modos están en Midge Maisel, protagonista de la serie The Marvelous Mrs Maisel creada por Amy Palladino. Como muchas, me he quedado huérfana tras llorar y reír con el último capítulo de la serie. Ando buscando ese mundo con esos modos, vestida con mi mejor traje, eso sí. Sé que la escritora Brenda Navarro [¡leedla!] entiende mi preocupación por este tema. Sé que ese mundo, con esos modos, existe y lo sé porque estuvo. A Palladino le bastaron cuatro minutos para armar la mejor y mayor reivindicación en torno a esa manera de estar en el mundo cuando los hombres dejan de tener miedo a las mujeres brillantes y con agallas. Un mundo que ofrece su mejor versión desde la dureza e injusticia de un orden pensado para la comodidad de ellos.

«Quiero una gran vida. Quiero experimentarlo todo. Quiero romper todas las reglas que existen. Dicen que la ambición es un rasgo poco atractivo en mujeres. Tal vez. Pero, ¿saben que es poco atractivo? Esperar a que algo pase. Mirar por la ventana pensando que tu auténtica vida te espera ahí fuera, pero no querer abrir la puerta para ir tras ella. Ni aun cuando te lo dicen. Ser cobarde sólo es bonito en El mago de Oz».

Más allá de estos cuatro minutos que ya forman parte de la historia de la ficción audiovisual contemporánea, echaré de menos la belleza de esta serie. Su gusto por la elegancia. La música, los bares y cócteles. Los bailes con hombres guapos y muy bien vestidos. Sí, ese gusto por lo elegante. La seducción. Y, ante todo, echaré de menos esa tremenda historia de amor y amistad entre dos mujeres que espero tropezarme, cada día, en los pasillos de mi memoria: Midge Maisel y Susie Myerson Así que, mujeres del mundo: Tits up!