Ilustración: Tomás Serrano.
Sánchez, ante el riesgo de que las derrotas autonómicas de 2026 hundan sus expectativas de llegar a 2027 y mantenerse
Feijóo plantea el año como una carrera de obstáculos para el PSOE con la idea de hacerle llegar debilitado, aunque con la contraindicación de sus negociaciones con Abascal.
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Alberto Núñez Feijóo ha utilizado casi todos los medios posibles para hacer oposición al Gobierno de Pedro Sánchez.
Por ejemplo, con su mayoría absoluta en el Senado que le permite constituir comisiones de investigación.
También con media docena de manifestaciones en la calle.
Llevando a la Fiscalía y a los tribunales conductas que consideró que podrían ser delictivas.
O con el peso de la inmensa mayoría de las comunidades autónomas que están gobernadas por el PP.
Y, obviamente, con la actividad parlamentaria diaria, sus votos en el Congreso como partido más votado y en las sesiones de control con sus preguntas al Gobierno.
Ahora, el principal partido de la oposición experimenta una fórmula nueva en Democracia que consiste en construir un camino tortuoso al PSOE con elecciones escalonadas en distintas comunidades autónomas, con pretensión de tender una trampa a Pedro Sánchez.
Primero en Extremadura el 21 de diciembre, luego en Aragón el 8 de febrero, en marzo en Castilla y León y, finalmente, en Andalucía en mayo o junio.
Las dos últimas correspondía celebrarlas por el fin automático de la legislatura, pero Alfonso Fernández Mañueco y Juanma Moreno han rechazado la posibilidad de coordinar las convocatorias. Y en Extremadura y Aragón se han precipitado con el argumento de la imposibilidad de aprobar los Presupuestos de las dos comunidades.
El PP busca debilitar a Pedro Sánchez, aprovechando que las encuestas le son muy adversas. También que en dos de ellas comparecen como cabezas de lista del PSOE dos personas muy próximas al presidente del Gobierno: Pilar Alegría y María Jesús Montero.
Es decir, el PP quiere convertir esas elecciones escalonadas en plebiscitos limitados en los que Sánchez pueda ser castigado por su gestión mediante personas interpuestas.
Para la Moncloa es una irresponsabilidad del PP utilizar las elecciones autonómicas como si fueran elecciones generales parciales, lo que, en su opinión, supone una falta de respeto a los ciudadanos de esas comunidades.
El 'efecto Vox'
¿Cuál es la contraindicación que puede tener esa estrategia? Que finalmente lo que condicione todo el recorrido electoral sea la relación entre el PP y Vox.
Que los de Feijóo suban en esas comunidades y que estén en condiciones de gobernar, pero dependiendo del partido de Santiago Abascal que, a su vez, pueda elevar el precio de esos acuerdos. Y que esas sucesivas negociaciones contaminen las elecciones autonómicas que se sucedan luego.
Todo eso ya ha ocurrido en las elecciones extremeñas del 21 de diciembre.
María Guardiola ha ganado con mucha diferencia sobre un PSOE hundido, pero depende de un Vox que ha ganado más escaños y en cuya mano está la investidura y las siguientes decisiones, como la aprobación de Presupuestos.
Luego será Aragón, donde nunca ha habido una mayoría absoluta y donde el PP de Jorge Azcón sueña con llegar a una mayoría que le permita pactar con los partidos regionalistas y le eviten el trago de tener que negociar con Vox.
En Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco es imposible que pueda evitar el pacto con Vox.
Y en Andalucía, Juanma Moreno ya empieza a contemplar la imposibilidad de renovar la mayoría absoluta.
Los de Abascal juegan en las comunidades autónomas a condicionar esos gobiernos desde fuera, sin entrar en coaliciones como hicieron en 2023.
El partido de extrema derecha ha visto que su decisión de abandonar los gobiernos autonómicos en 2024 ha sido acertada, porque le ha permitido quedar a salvo del desgaste de gestión.
Por ejemplo, ha eludido gestionar la dana en la Comunidad Valenciana o los incendios forestales en Castilla y León, asuntos por los que el PP sufre.
El otro efecto de la yincana electoral es el referido a la política nacional y, más concretamente, el de la continuidad de Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno parece haberse conjurado con su equipo más próximo para resistir, para a la vez volcarse en esos comicios y decir luego que el candidato no es el presidente del Gobierno. Y, sobre todo, para subirse a la gran paradoja de celebrar los ascensos de Vox para combatir al PP.
Por un lado, para usar los pactos de ambas formaciones y que se visualice en unas generales que Abascal puede ser el vicepresidente de Feijóo y, al tiempo, buscar la manera de crear entre los dirigentes populares la idea de que con su actual líder será imposible gobernar en solitario.
Entienden en Moncloa que si esa idea cala en el PP y todas sus baronías, puede haber un momento en el que se pregunten cómo es posible que estando el PSOE en una situación tan delicada, Feijóo no sea capaz de despegarse de los socialistas y garantizar un triunfo electoral de su partido.
A priori, el momento más complicado para Sánchez sería una derrota abultada en Andalucía, por consolidarse la imagen de que ya no volverá a ser el feudo socialista que fue y porque ese hundimiento lo sufriría directamente su número dos, María Jesús Montero.
Una cadena de derrotas del PSOE podría provocar pánico en todas las comunidades sobre el futuro del partido con Sánchez y acelerar desde dentro un hipotético fin de ciclo.
Los dados han empezado a rodar en el tablero.