
Felipe González y José María Aznar, juntos en la comida donde se les ha impuesto la medalla de la confederación de empresarios iberoamericanos. Efe
Cumbre Aznar-Felipe junto al Congreso: "Buscábamos centralidad. Ni extrema izquierda ni extrema derecha"
Los dos expresidentes han mantenido una conversación en el Casino de Madrid, de la calle Alcalá, donde la CEAPI (Confederación de Empresarios Iberoamericanos) les ha impuesto su medalla de honor.
González: "A alguna gente le parece una novedad que este señor y yo estemos juntos. Lo haremos más veces. España necesita centralidad".
Aznar: "Debemos convencer a la gente de la importancia de recuperar estos espacios. Hoy, la vida política se sustenta en la destrucción del adversario".
Conviene empezar por el final. Si revisamos la imagen con el VAR, podemos concluir que ha habido bastante abrazo. Ha sido en el Real Casino de Madrid, en la calle Alcalá, a pocos metros del Congreso de los Diputados. Cuando los empresarios iberoamericanos les han impuesto la medalla de honor, se han quedado solos en el escenario. Aznar le ha extendido la mano a Felipe y Felipe ha arrimado un poco de pecho... lo suficiente como para pasarle el brazo por encima de la espalda.
Eso, según los usos amorosos de la posguerra que escribió Carmen Martín Gaite, los de aquellos días en que Felipe hacía sus primeros bolos políticos, puede considerarse sensual. Si se mira con las gafas de Moncloa, pecado carnal. Con la excepción del mayorcísimo nieto de Aznar, el público ha resultado terriblemente joven, con una media de unos sesenta años. Eso daba valor al libreto: no daban crédito con el abrazo. Y menos con lo de los acuerdos. Resultaba imposible encontrar las diferencias.
Si hubiera que dar un titular –hay que darlo, que para eso nos pagan–, podríamos rescatar una frase de Felipe asentida por Aznar: "Nosotros buscábamos centralidad. No estuvimos en la extrema izquierda ni en la extrema derecha". Un recado a Sánchez, que gobierna con la extrema izquierda. Y al padre Feijóo, que según las encuestas sólo puede hacerlo gracias a la extrema derecha.
Rebobinemos.
Felipe González Márquez, pelo blanco, ochenta y tres años, felizmente despojado de su bastón, mucho más robusto que la última vez que lo vimos, disfrutón, pertrechado de la ironía de Isidoro. Llega al Casino, lo asaltan los periodistas. Finge una escapada llevándose las manos a la cabeza como tapándose del ruido. Metáfora de España. Se acerca a los micrófonos. Es como si quisiera exhibir la habilidad que tuvo y que conserva. Puede afrontar un canutazo para no decir nada sólo para divertirse.
Le preguntan por los mensajes filtrados de Sánchez. "De verdad, no sé de qué me hablan. ¿Hay mensajes que se están filtrando? Es bueno estar informado, ¿eh?". Guiña el ojo y se va. Felipe llega sin partido, pero está Cebrián, que fue más importante que el partido.
Felipe ya no es del PSOE. Es como si fuera otro Rey. Felipe I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV, Felipe V, Felipe González y Felipe VI. Piensen, lectores, en los votantes que hoy tienen 18 años. ¿Cómo vamos a convencerles de que este González es del mismo partido que Sánchez?
Llega Aznar... con partido. Con Cuca Modric, con Juan Bravo, con algunos más. El padre Feijóo le llamó para avisarle de que convocaba Congreso. Es curioso. El PP, estando más dividido de ideas, está más unido de caracteres. Total que Aznar, y Ana, claro, Ana Botella, aparecen, no dicen nada, y suben al salón, donde lo van a decir todo.
El salón es importante, el del Madrid del poder. Es un casino donde no se juega a la ruleta, pero se juega a gobernar. Techos más altos. Mucho más que una mayoría absoluta. Óleos de mujeres desnudas, lámparas que no cabrían ni en el despacho del director y suelo de madera.
También es importante la mención del organizador: CEAPI. Una cosa que nosotros, de política, no sabemos lo que es, pero que debe de ser algo muy importante. Porque tienen dinero como para invitarnos a todos a solomillo y poder suficiente como para no exigirnos luego que escribamos al dictado del solomillo al que nos han invitado. Son gente maja, de traje y canas, de vestidos de colores. Nuria Vilanova, su presidenta, que es simpatiquísima, organiza copas en casa, reúne a líderes empresariales y hace cosas que desconocemos para mejorar la relación entre España e Iberoamérica.
Hoy, les imponen las medallas de honor. Como dicen en la organización, uno trajo a España los bonsáis y el otro el pádel. Pero no les dan las medallas sólo por eso.
Comienzan preguntándoles por su momento más difícil en la presidencia. González –ya están los dos sentados juntos, ¡el del dóberman y el de la cal viva!, en un escenario con dos vasitos de agua– elige los atentados de ETA. Y añade, en lo que a él concierne, el referéndum sobre la OTAN con el que enmascaró su cambio de opinión. "No puedes preguntar a los ciudadanos si quieren participar en un pacto militar. Eso es una decisión de gobierno", dice a modo de confesión.
Aznar menciona su marcha. Se fue voluntariamente con 51 años, dos menos de los que tiene Pedro Sánchez ahora: "Estaba en buena forma, en una edad buena, pero era lo conveniente". Dice que lo hizo para fortalecer las instituciones y que hubiera "distintos actores" que interpretaran la "continuidad histórica de España". Tiene guasa que lo diga delante de alguien que estuvo casi catorce años en Moncloa y que hubiera estado más de haber podido. Pero hoy son... ¿amigos? "Enamorados", que dirían en iberoamérica.
Felipe tiene una cosa muy divertida –y muy eficaz–. No se le ve cuándo va a soltar el croché. A Aznar sí, porque entrelaza las manos y pestañea con algo más de profundidad. Está saludando Felipe y, cuando no han acabado los segundos de la cortesía, como le han llamado Isidoro, responde: "Estas tonterías que decimos de que hace cincuenta años, con la muerte de Franco, empezó la libertad... Son bobadas". Aunque lo dice en primera persona, quien dice eso es el Gobierno, que ha lanzado una campaña con un porrón de pasta para dibujar el fenecimiento biológico –nunca político– del dictador como un estreno de libertades.
Nos cuenta Nuria Vilanova, la presidenta de Ceapi, que se les dio a ambos la posibilidad de hacer el acto por separado. Ninguno quiso. Los dos quisieron cumbre y "centralidad". Antisanchismo, vamos. Antiabascalismo. Una pena. Será esto bueno para homenajear la Transición, pero con dos actos nos habrían servido dos solomillos.
"A alguna gente le parece una novedad que este señor y yo estemos juntos. Lo hemos hecho más veces y lo haremos más cuando toque", confirma González. Aznar lo dice más como leyendo El Espectador de Ortega que tanto le gusta: "Somos actores diferentes que interpretan la continuidad histórica de España".
Por miedo a que el abrazo acabe pareciendo algo más, Felipe apostilla: "Centralidad significa compartir estos espacios, pero no significa estar de acuerdo en todo. Nosotros teníamos muchas pelas, pero manteníamos la centralidad, que es lo que decide la convivencia. No estábamos en la extrema izquierda ni en la extrema derecha".
Aznar nos explica las bondades de la restauración... de 1876. Algunos de los de la sala quizá habían nacido, pero nosotros no. Así que escuchamos con atención. Un tal Cánovas y un tal Sagasta "se reconocieron, se aceptaron como españoles". Quizá por eso haya de postre "mignardises", que es algo que desapareció de los menús allá por 1900. Nos lo explica amablemente un corresponsal de Zarzuela.
Sigue en el escenario una enumeración de los riesgos de la polarización, de olvidar la Transición, de la pendiente resbaladiza de los extremos... Tanto se van pareciendo Felipe y Aznar que podemos apuntar las frases sin especificar quién las dice. Hay una que repiten los dos prácticamente igual: "Estoy sustancialmente de acuerdo". ¡El dóberman! ¡La cal viva! Pedro Sánchez es el mejor terapeuta de pareja que ha dado España. Los psicoanalistas argentinos no le llegan a la suela de los zapatos.
Critican a Trump, pero llaman a mantener una relación diplomática eficaz con Estados Unidos. Llaman a expandir más si cabe la relación de España con Iberoamérica. Terminan y se sientan a comer. Nosotros también.
P.D: el solomillo, sensacional. Esperemos que la crónica tenga un tono acorde a su salsa de bourbon. A eso saben la centralidad y la Transición. A bourbon. A Sánchez no le gusta el bourbon.