Diseño: Arte EE / El Español

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Política MOCIÓN DE CENSURA

La siesta furtiva de Tamames y la bronca del ujier a su mujer descalza en la 'moción de los tochos'

La visita del Mediador de Tito Berni, la huida de Sánchez, el gasto ingente en folios, invitados dormidos en la tribuna. Todo esto fue la moción.

22 marzo, 2023 02:26

Ramón y Carmen llevan toda la vida juntos. Sin transfuguismo. Eso es el amor: estar cuando todo pinta mal. Estar dormido, estar tumbado, estar hasta las narices… pero estar. Por eso, mientras Abascal y un ujier llevaban a Ramón cogido por los hombros camino del escaño, Carmen subía a la tribuna de prensa.

Los dos sabían que se iba a hacer largo, pero no tanto. A Ramón, en su casa, cuando la conspiración, le explicaron los de Vox que primero hablaría Abascal. Ramón sabía que, más o menos, Abascal consumiría media hora. Lo que no imaginaba es que Sánchez lo haría cientos de minutos.

Sánchez entró al Congreso entusiasmado. Cuando anda, deja floja la cadera, como Carlos Baute. Podría haber sido profesor de baile en el Ramsés. Fue muy feo que no se acercara al escaño de Tamames a saludarlo. Porque Ramón, literalmente, no se podía mover. Tanto es así que los fotógrafos, en contra de lo que siempre sucede, guardaron un ostensible perímetro de seguridad.

Cuando ya estábamos sentados (Ramón, Carmen y nosotros) empezó la mañana más larga de nuestras vidas. Las tribunas de invitados se llenaron de octogenarios. De corbatas a rayas y pañuelos en la solapa. De chalecos debajo de la americana. Tiene razón Abascal: la etiqueta del Congreso ha perdido mucho. Él dice que los diputados no deberían alquilar un esmoquin. ¿Por qué no?

Rufián sí saludó a Tamames. Le pillaba de camino. Dos hombres de nación de naciones. Los de Vox estaban tranquilos porque habían leído, como toda España, el discurso entero del viejo profesor. Y eso no salía. A Tamames le llamó mucho la atención que en este Congreso los adversarios no se saluden. Giró su butacón para mirar fijamente a Aitor Esteban, del PNV, que no le dio bola.

Dijo Abascal que los medios estamos comprados por el PP y por el Gobierno; que nuestros textos en contra de la moción ya están escritos como si de necrológicas se tratara. Ramón, en ese momento, tenía la mano en el corazón y nos entró el miedo. No tenemos preparado el obituario de Ramón.

La casualidad nos llevó al lado de Carmen, en la tribuna de prensa. Por lo que vimos, Ramón ya no anda con capacidad suficiente para armar un proyecto de país. Tenía que habernos hablado de amor. Setenta años juntos. Estaban por ahí los hijos, algún nieto. Carmen es una pasada. Valiente, bailonga, dura de carácter. Dragó —sentado unos metros más allá— dejó escrito que era la más guapa de la clase y que todos querían conquistarla.

Umbral le escribió un poema lúbrico, que dice: "¿Recuerdas tú tus noches en el heno, escogiendo luceros en la paja? Yo te miraba en las mañanas rosa trasladando tus muebles y tu llama". Cuenta un discípulo de Tamames que Ramón se enfadó. Umbral también dijo que Carmen, "más que una mujer, es un clima". Nos dimos cuenta inmediatamente. Hacía mucho aburrimiento en el Congreso.

Fue en ese instante: Carmen, vestido verde, se descalzó, estiró las piernas y puso los pies en la butaca (vacía) de delante. Al ujier casi le da un infarto. Se acercó corriendo -"¡señora, señora!"-, sin saber que era la mujer de Tamames. Ella y sus amigos alegaron problemas de circulación. Carmen tuvo que calzarse y se echó un fular, como si fuera una manta, por las piernas. El ujier no había leído aquella novela de Raúl del Pozo: "No es elegante matar a una mujer descalza".

La batalla de los egos

Sánchez también jugó mucho con las piernas. Cuando hablaba Abascal, se puso en modo taberna. Las cruzó, entrelazó las manos y las apoyó encima. Balanceaba sus zapatos negros. Se miraba las uñas. Cuando le tocó el turno a Ramón, se colocó de otra manera en señal de respeto.

Y le tocó, por fin, a Ramón. Dos horas y media después de que diera inicio la sesión. Era todo una mentira, la "gran broma final" que canta Nacho Vegas. Porque, ¿cómo es posible que, en una moción de censura, el candidato tarde dos horas en tomar la palabra? Diagnostica Chapu Apaolaza sobre el ego de Tamames: "Vino a hablar y se fue hablado".

Tamames intentó mantenerse fresco, consciente del esfuerzo que iba a tener que hacer. Por ejemplo, no aplaudió ni una sola de las palabras de Abascal, que le había arrendado la tribuna. Los de Vox sí iban a aplaudirle a él, pero dudaban. Lo explicamos: con el amado líder, Iván Espinosa de los Monteros sincronizaba las ovaciones con una palmada. Con Tamames, todo era una incógnita y los diputados de la derecha radical se lanzaban, temerosos de Dios, a probar suerte. Carmen se incorporó. Tocaba escuchar.

Su marido ya lo había dispuesto todo. Había sacado una carpeta azul de una cartera negra. Y de la carpeta azul había sacado el discurso impreso. Entregó una copia a Abascal y otra a Espinosa. 

En la batalla de los egos triunfó Sánchez. Porque Ramón, que ganas de hablar tenía, se acercó al micrófono derrotado después del mitin (leído) de Sánchez. Procedió a leer su dictamen, pero lo redujo considerablemente e incluso olvidó mencionar dos puntos clave: lo de que Sánchez ha convertido España en una "autocracia absorbente" y lo de la necesidad de un adelanto electoral.

Carmen y nosotros vimos lo que fue. Un hundimiento. Aquel Ramón no era el Ramón que otrora conocimos. Aburrido, anodino. Fin. Sánchez, pletórico, subió a la tribuna para responderle cargado de un peso que hubiera derribado a Ramón… y a cualquiera: un montón de folios escritos por su gabinete. Empezó a leerlos. Uno tras otro. Sin prisa, sin pausa.

Ramón era hombre muerto. Su intervención había sido infumable. Carmen lo sabía, nosotros lo sabíamos. Pero Carmen se enamoró de un hombre atrevido. Lo dijo Dragó, que se inventó todo esto: el miura es imprevisible.

El viejo profesor se convirtió en Raúl González. Chutó el único balón que pasó por sus pies. Estando Sánchez en plena perorata, levantó la mano. "¡Oigan, oigan!". El presidente y Batet (la dueña de la Cámara) le dieron la palabra, cosa que nunca se hace. Debieron de pensar que Ramón tenía que ir al baño o que se encontraba mal. 

Entonces, Ramón disparó: "¡Es que venir aquí con un tocho de folios!". Le cerraron, rápido, el micrófono. Pero él siguió: "Lo que no es procedente es que traiga aquí un tocho de folios preparados para hablar de cosas que yo no he dicho". Han pasado muchos años. Ramón no sabe que el Congreso, y el presidente, son así. Se traen escritas incluso las réplicas, sin importar lo que se diga en la tribuna.

Ramón no entendía. Sánchez le había recriminado cosas que se le había olvidado decir y cosas que, finalmente, no había querido decir. Pero, como todo era tan aburrido, nadie comprendía muy bien qué pasaba. Ramón estaba solo ante el peligro. Ya no tenía papeles para responder a Sánchez. Había llegado la prueba de la verdad. 

Tras los cien minutos de discurso del presidente, Ramón improvisó. Se dejó llevar por el jazz. Pidió un cambio en el reglamento para evitar los discursos, literalmente, capaces de asesinar. Sánchez, con su porrón de folios, casi le aplica la eutanasia.

Ramón no dibujó un proyecto para España, no dio la sensación de presidenciable, pero la moción perdida supuso, de repente, un servicio a la nación. Sánchez quedó retratado como un impostor del parlamentarismo. Y con él todos los que practican esa misma técnica; la de los discursos prefabricados por los asesores. Fueron cinco minutos de humor y diversión. Carmen revivió y nosotros con ella. 

Después subió al escenario Yolanda Díaz, a la que Sánchez había cedido la posibilidad de protagonizar otro mitin contra la derecha radical. La necesitan viva para volver a gobernar. Y Yolanda, eternamente Yolanda, se vino arriba. Todavía más que Sánchez. Pareció aquello la plaza de un pueblo, y no el Congreso.

Ramón, asustado, pensaba que no iba a llegar al final. Yolanda le endosó un discurso de una hora y cinco minutos. Con otro "tocho" de folios, pero con más clase que Sánchez: no los leyó. Se los había aprendido. Le respondió el profesor: "Tenemos un bien precioso, que es el tiempo. Le haría una recomendación… Sintetice sus puntos". Después, se dirigió a la presidenta del Congreso: "Yo plantearía seguir con la moción más adelante". 

Batet aceptó la propuesta y proclamó el receso. En la tribuna, donde Carmen, donde nosotros, varios dormían. Nos fuimos a comer a eso de las tres y media. Había sido todo terrible. La cuestión era: ¿cómo iba a sobrevivir Ramón a la tarde? ¿A todas esas intervenciones de los partidos pequeñitos?

Vox lo tenía pensado. Habilitó para Ramón un despacho, donde se le dejó a solas. El profesor durmió la siesta perfecta según los científicos: veinte minutos. A las cuatro ya estaba en el escaño.

Quien no estaba era Sánchez, que se ausentó porque consideró que ya había sido suficiente. Después de echarle la bronca a Feijóo por incomparecencia, él también se marchó. Puede que le hubieran chivado por el pinganillo que el Mediador (no es coña) estaba en la puerta del Congreso. Navarro Tacoronte, el enlace del Tito Berni con los empresarios, se había plantado en la Carrera de San Jerónimo al grito de "vengo a ver a mis compañeros".

Fue una tarde de resistencia, Ramón decidió no contestar a Más País, Ciudadanos, PNV, Esquerra Republicana y una lista interminable. Carmen se había dormido. Nosotros no, porque nos pagan.