Damborena, San Gil, Azpiroz, Ordóñez, Carmen Nagel y Roberto Fernández (abajo).

Damborena, San Gil, Azpiroz, Ordóñez, Carmen Nagel y Roberto Fernández (abajo). Archivo Fundación Gregorio Ordóñez

Política TERRORISMO

"Vi la pistola en la nuca. Disparó. Salí tras él": María San Gil reconstruye el asesinato de Ordóñez

La ex dirigente del PP se hallaba en el restaurante La Cepa junto a Gregorio Ordóñez cuando ETA lo mató un día como hoy de hace 25 años.

23 enero, 2020 04:09

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Era un lunes cualquiera en San Sebastián. Frío, cielo gris y ese sirimiri tan característico de la ciudad en los meses de invierno. María San Gil, Ítziar Urtasun, Enrique Villar y Gregorio Ordóñez salían del Ayuntamiento para ir a comer unos pinchos en el restaurante La Cepa. Era un lunes cualquiera, hasta que se convirtió en tragedia.

Ocurrió el 23 de enero de 1995. María San Gil, de 30 años entonces, trabajaba como asesora para Ordóñez: el único de los cuatro concejales del PP que en aquel momento tenía responsabilidades públicas.

Solo tres minutos a pie separan el consistorio donostiarra del local que a menudo frecuentaban para picar algo y seguir con la jornada laboral. San Gil no logra, 25 años después, acordarse de lo que hablaron en ese pequeño paseo por la parte vieja de San Sebastián, pero asume que muy probablemente “conversaron sobre los eventos más recientes”.

Por aquel entonces, era “impensable” que ETA matara a un político, relata San Gil. Hasta la fecha, la mayoría de sus víctimas habían sido policías y militares. “Él había recibido amenazas y a veces le gritaban por la calle, pero no podíamos imaginar esto”.

Pocos días antes se habían celebrado las fiestas de San Sebastián, a las que asistió José María Aznar. En mayo iban a ser las elecciones municipales, a las que Ordóñez iba a concurrir como candidato a la alcaldía. Aquel año fue el preludio de la llegada de Aznar a la presidencia del Gobierno. Eran buenos tiempos para el PP.

"Como a cámara lenta"

“Era un lunes como cualquier otro. Íbamos a volver pronto porque teníamos que trabajar por la tarde. Anduvimos hasta la Calle 31 de Agosto. Estaba lloviendo, lo que aquí llamamos txirimiri. Nos sentamos en una mesa, entrando al fondo, y pedimos para picar. Estábamos tomando unas ensaladillas y ya no nos dio tiempo a más”, relata San Gil.

En ese día gris que ETA manchó con la sangre de su segunda víctima del nuevo año –la primera fue el agente de la Policía Nacional Rafael Leiva–, María, Enrique y Gregorio llevaban trabajando desde las siete y media de la mañana. Fueron a almorzar tarde, alrededor de las tres de la tarde, acompañados de Ítziar, propietaria de un local de música de la ciudad.

A día de hoy, San Gil solo es capaz de recordar el look de Ítziar de esa jornada: “Era una chica muy moderna. Iba con botas Martins, piercings y tenía un local de música alternativa que había recibido quejas de los vecinos. Como concejal de Urbanismo, Ordóñez quiso conocerla y de allí surgió una relación de amistad. Conectaron muy bien”.

Se sentaron en una de las largas mesas de madera que estaban en el fondo del restaurante La Cepa. Sólo quedaban los palillos arrojados al suelo que indicaban que otra mañana atareada se acababa. “En realidad no estábamos de espaldas a la puerta, pero no la mirábamos. Después de esto nunca más he vuelto a sentarme de espaldas en un bar”, afirma.

El local consta de dos espacios: uno reservado al restaurante y la parte exterior, para picar algo rápido. Gregorio, María, Enrique e Ítziar se encontraban en este segundo espacio, porque iba a ser una comida ligera antes de regresar a sus obligaciones. Pero en un momento se pararon los relojes.

“Son esos momentos de caos, que por un lado parece que todo va a cámara lenta y al mismo tiempo pasan muchas cosas. Vi la pistola en la nuca. Disparó. Instintivamente salí corriendo detrás del asesino. Pensé que no podía irse de rositas, que quién se creía que era para quitar la vida de alguien”, recuerda San Gil.

"El asesino cayó ante mí"

Esa ingenuidad duró poco. El etarra Javier García Gaztelu, Txapote, tropezó con el escalón que había en la entrada del local. “En ningún momento pensé que me podía pasar algo hasta que el asesino resbaló y cayó ante mí”.

San Gil ha olvidado el estruendo del revólver al disparar a quemarropa y el rostro del asesino. “Cuando volví dentro empezamos a chillar, Gregorio estaba ya en el suelo. Lo intentaron reanimar, pero ya estaba muerto. Solo recuerdo la cara desfigurándose de Gregorio y la pistola”.

El local se llenó enseguida de gente. “Corrió como la pólvora, y en esa época no había móviles”. Del interior del restaurante salió Xabier Albistur, antiguo alcalde de San Sebastián, y la principal preocupación pasó a ser Ana Iríbar, la mujer de Gregorio. “Llegó también Eugenio Damborena [concejal también y buen amigo de Ordóñez], que tampoco sé cómo se enteró. Inmediatamente le acompañé en su coche a casa de Ana para contarle lo que había pasado. No queríamos que se enterara por la radio o por algún vecino”.

Un cuarto de siglo después de la tragedia, a María San Gil le vienen a la mente detalles que en aquel momento hubieran sido futilidades ante la magnitud de la tragedia: “Hay muchas cosas que no recuerdo… El bolso que llevaba por ejemplo. Hasta hoy no me lo había preguntado y no sé qué pasó con él”.

En ese “aturdimiento” lo principal fue pensar “en la familia" y "no en el responsable”. “En estos momentos te desmoronas mucho menos. Estás viviendo una cosa que no te parece real y mantienes más la serenidad, la coherencia, la sensatez. Actúas por inercia”.

Fueron a casa de Ana Iríbar. El marido, los hermanos y la madre de María llegaron hasta allí para reunirse con ella. “Cuando Gregorio iba a un restaurante no tenía miedo, no llevaba escolta. No teníamos la costumbre". ETA traspasó aquel día una raya que colocaba a los políticos bajo su diana. “Era la primera vez”.