“El estado de la economía requiere una acción audaz y rápida y actuaremos no sólo para crear nuevos empleos, sino para levantar nuevos cimientos para el crecimiento. […] Utilizaremos el sol, el viento y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas”.

Este es un extracto del discurso de toma de posesión de Barack Obama en 2009. Lo que entonces parecía un brindis al sol, no lo era. Tras años de negacionismo de uno de los países más contaminantes del planeta, llegaba un importante compromiso político que años más tarde se plasmaría también en el Acuerdo de París.

Lo que en aquel momento parecía lejano, el uso, a nivel mundial, de sol, viento y agua para la generación de energía en lugar de carbón y petróleo, se ha convertido en necesario y urgente.

Hoy nadie duda de la necesidad de replantearnos nuestra relación con el planeta y nuestro modelo de vida, especialmente tras ver la recuperación de la biodiversidad durante el parón mundial de actividad derivado de la pandemia. Eso no significa que la solución esté en parar, pero si en hacer las cosas de otro modo. Solo dando un giro total podremos afrontar uno de los mayores problemas del futuro: la supervivencia del planeta, por tanto, la nuestra propia.

La celebración Del Día Mundial del Medio Ambiente, de los Océanos y del Viento, por ejemplo, ayuda a despertar conciencias para salvar una Tierra que se enfrenta a una triple emergencia: el calentamiento global, la desaparición de ecosistemas y la contaminación.

Y ello ese a Kyoto y a todos los acuerdos alcanzados en cada una de las COP celebradas hasta hoy. Especialmente, en la de París de 2015, todo un hito al ser firmado por 193 partes. Todos los países se comprometieron a desarrollar medidas para que, a final de este siglo, la temperatura del planeta no se incremente más de dos grados, no estamos en el camino de conseguirlo.

De hecho, hemos fracasado en nuestro intento de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), ya que no han hecho más que subir año a año. Aun así, y pese a que el reloj juega en nuestra contra, estamos a tiempo de conseguir esa más que necesaria transformación.

Ha habido avances importantes. La ONU marcó en 2015 los ODS, cuyo número 7 está directamente ligado a la lucha contra el cambio climático. Con ese marco de referencia, Europa es de nuevo uno de los continentes más comprometidos con ese ODS 7. Así lo refleja la aprobación del Green Deal y del Plan para la Transición ecológica de la UE, y lo corroboran los nuevos objetivos de la directiva Repower EU, que pasan de un 32% al 45% de renovables en el año 2030. En España también se han dado pasos.

Tenemos la hoja de ruta, el PNIEC, una Ley de Cambio Climático y estrategias como la de eólica marina como herramientas para impulsar este camino hacia una economía más verde.

Tenemos las hojas de ruta que marcan el camino, apoyo financiero para impulsarlas y unas administraciones convencidas de la necesidad del cambio. Por tanto, lo que queda es ejecutar esos retos y hacer de la vida sostenible nuestra primera opción en el día a día. Desde la energía, los transportes y el comercio, a los sistemas de protección de la biodiversidad, pasando por el urbanismo, las inversiones, la alimentación y hasta las formas de ocio.

Nuestra demanda energética, lejos de reducirse, va a más. Y lejos de ser abastecida por energía limpia, procede en gran medida de materias primas fósiles. Y esto es un problema ambiental y geopolítico, como ha quedado demostrado con la alta dependencia de Europa del gas. Por ello, es clave acelerar la transformación energética. Lo que parecía una actuación a medio plazo es una urgencia inaplazable.

Ninguna de las transiciones energéticas de la historia fue abrupta ni se hizo de la noche a la mañana. Todo desarrollo de dimensiones similares requiere sus pasos. Y en ese proceso siempre surgen nimbys (“sí, pero no en mi patio trasero”, por sus siglas en inglés). Es decir, defensores del nuevo modelo, pero sin ninguna renuncia. En cualquier cambio, surgen esas voces.

Es momento, pues, de hacer mucha pedagogía. Actualmente, casi podríamos decir que, por cada nuevo proyecto renovable, surge una plataforma, ecologista o vecinal, en contra que dice “sí, pero en mi casa no”, ejerciendo alguna de ellas una doble moral en la lucha contra el cambio climático difícilmente explicable.

Abogar con mensajes públicos de apoyo a la transición energética, siempre que las medidas necesarias para acometerla se hagan lejos de mi territorio e incluso fuera de mi región y, si puede ser en otro país, mejor, no parece serio. Todo ello, sin ningún motivo riguroso que justifique esa oposición.

¿Es posible reducir los combustibles fósiles sin ampliar el número de instalaciones renovables? No. La realidad es que el consumo eléctrico crecerá en las dos próximas décadas y necesitamos prepararnos para ello. Y ahí, la disyuntiva es fácil. ¿Seguimos apoyándonos en los fósiles o aceleramos las energías verdes y limpias?

Tan negativo para el futuro de la sostenibilidad del planeta son aquellos que promulgan el negacionismo haciendo ver que el cambio climático no existe, como los nimbys que promulgan lo doble vara de medir y que, según el día, lucen o la camiseta verde con el “no a eólicos o solar” o la camiseta naranja del “no al cierre de la industria” que abastece a esos sectores.

Es el momento de la valentía y de la generosidad. La de los gobiernos, empresas y sociedad en general para afrontar esta transición. Y también la del diálogo con el territorio. Sólo entendiendo que es posible, y compatible, un desarrollo respetuoso con el medio ambiente y la biodiversidad seremos capaces de alcanzar ese nuevo modelo económico en el tiempo y la forma que el planeta necesita.

El momento de actuar es ahora. El actual contexto energético, la estrategia medioambiental de la UE y su respuesta ante la guerra de Ucrania nos sitúan en la necesidad y oportunidad para realizar un esfuerzo colectivo y solidario que impulse las renovables, imprescindibles para un sistema energético sostenible y competitivo y, con él, un mayor bienestar para todo el planeta.

Necesitamos coraje y firmeza para afrontar los necesarios cambios regulatorios que permitan celeridad en todos los procesos, siempre garantizando la máxima protección del entorno y pedagogía, mucha pedagogía en el territorio porque Tierra solo hay una.

Ahora o nunca, ya no hay excusa.

*** Beatriz Mato es directora de Sostenibilidad y Desarrollo Corporativo de Greenalia.