Luis María Anson

Luis María Anson

Primera palabra

Todavía Salvador de Madariaga

Salvador de Madariaga amó la libertad y ella fue la espina dorsal de su vida y de su obra. Este es el punto de partida para entender cabalmente al gran escritor.

20 noviembre, 2020 18:06

En estos tiempos turbulentos en que vuelve a enredarse todo y son pocos los que distinguen el socialismo y el liberalismo, tal vez no sea una mala idea recordar la posición de uno de los intelectuales españoles más singulares del siglo XX.

Madariaga entregó su vida al servicio de la libertad. Por ella escribió, luchó y padeció pasión y largo exilio. No existe un español del siglo XX que pueda presentar una hoja de servicios como la de Madariaga en favor de la libertad. Hostil a las dictaduras fascistas, las combatió durante largos y duros años. Hostil a las dictaduras comunistas, fue una de las voces mundiales que con más penetración y valentía atacó el despotismo totalitario que padecieron los países del Este.

Nos encontramos, pues, ante un intelectual honrado que secundó con su conducta lo que su pluma defendía. Altivo, incorruptible, firme como una roca, flexible como una espiga, hombre universal con España en el corazón, Salvador de Madariaga se asomó de puntillas para contemplar la muerte, cuando estaba ya por encima del bien y del mal y tenía el respeto de todos: de los que con él coincidían y de los que de él discrepaban.

Amó, pues, Salvador de Madariaga la libertad y ella fue la espina dorsal de su vida y de su obra. Este es el punto de partida para entender cabalmente al gran escritor. “La pasión de la libertad personal”, solía responder Madariaga cuando le preguntaban por la idea que rigió su vida. Resulta difícil, sin embargo, entender la libertad si de alguna manera no se la relaciona con la verdad, porque es ésta la que nos hace libres. “La pasión por la verdad –escribió Madariaga– es la vera esencia de la vocación del escritor”.

Poeta, orador, dramaturgo, ensayista, periodista, historiador, novelista, filósofo, Madariaga cultivó todos los géneros literarios y en ellos derramó imaginación creadora, tersura literaria y rigor científico. Su obra asombra no sé si más por la fecundidad o por la calidad. Hombre complejo, de nervios siempre alerta, de vasta cultura y mirada de águila, resulta muy difícil clasificarle. Madariaga se escurre como una anguila para los eruditos que tratan de reducirlo a una ficha e instalarle en los desvanes de la literatura.

¿Qué fue Madariaga, liberal porque combatió cuarenta años el franquismo; socialista porque defendió siempre la justicia distributiva; conservador porque planteó límites al sufragio universal y no se rindió ante el torrente comunista? ¿Qué fue este Madariaga fecundo, lúcido, original, claro, transparente, impenetrable, afectuoso y distante? Él mismo lo explicó para confundir a los simplificadores de turno: “Soy liberal porque creo que lo primero es la libertad. Soy socialista porque creo que hay que velar siempre porque las libertades individuales no se ejerzan contra el bien común. Soy conservador porque estimo que sin un mínimo orden no puede haber ni libertad ni justicia”.

Desde sus Romances de ciego, en 1922, hasta sus últimos artículos en la prensa española, mucho ha llovido sobre la tierra fértil y creadora de este intelectual prodigioso. ¿Liberal o socialista? ¿Qué más da? “Luchar por el pan para uno mismo es material –escribió–; pero luchar por el pan para otro es espiritual. Por eso para mí soy más liberal que socialista; para el prójimo, más socialista que liberal”.

A los que le empujaban a la izquierda o le querían instalar en la derecha, los desconcertará con este planteamiento de penetrante agudeza: “Ni izquierda ni derecha. Yo soy un trabajador intelectual, veo lo uno y lo otro. Para eso tengo dos ojos. El izquierdista es un tuerto del ojo derecho; el derechista lo es del izquierdo. Afortunadamente, ambos mis ojos ven bien. Así es que mi barca no desvía ni a un lado ni a otro. Sigue la proa. Y la proa está en el medio. Por eso es lo primero que hiende las aguas del porvenir”.

La muerte, su vieja amiga y compañera, sobre la que escribió tantas páginas penetrantes, se le enroscó una madrugada en el corazón, invitándole a un nuevo y largo viaje que el escritor emprendió como siempre, con la curiosidad abierta, el espíritu joven y el ánimo liberal.