Image: Alicia Framis aromada por el perfume atónito del suicidio

Image: Alicia Framis aromada por el perfume atónito del suicidio

Primera palabra

Alicia Framis aromada por el perfume atónito del suicidio

25 enero, 2019 01:00

Probablemente es la máxima representante internacional del arte español actual. A Alicia Framis “le hieren las lágrimas en la oquedad de Dios”. Me emociona la confusión de sus párpados, los cascos ázimos de Guantánamo, el rojo corazón desmenuzado. Canta la melancolía de sus heridas y de sus llagas, también los sudarios habitados, la hiel entristecida de la memoria. Toda su obra está impregnada por el aroma del suicidio.

Alicia Framis no es exactamente una pintora ni una escultora ni una arquitecta ni una estilista ni una fotógrafa ni una videoartista ni una decoradora ni la apoteosis de la videoperformance. Todo eso se amontona en sus instalaciones, en el grito entristecido y turbio de sus habitaciones de última vanguardia.

Hay muchas cosas en ella que no entiendo, pero todas me enardecen y emocionan. Estamos ante la artista total en la que las artes son una cosa mental. Bracean en ella la profundidad de Dan Graham, la soledad de John Hejduck, el grito de Munch, los delirios de Kuleshow, la lluvia que se abraza a los cuerpos andróginos de David Delfín.

Ciertamente los filos de su vanguardia están oxidados pero su exposición antológica Pabellón de género, en la Sala Alcalá, es el esplendor del incendio. Ni de lejos hay nada en Madrid que pueda comparársele en intensidad y alcance.

Quiero subrayar el recuerdo a su Not for sale sobre el torso desnudo de niños tailandeses, coreanos, camboyanos, que se venden y se compran en adopción para asesinarles y trasplantar sus órganos a los hijos de multimillonarios occidentales y así “seguir jodiendo a todos unos años más”.

En la mirada herida de Alicia Framis, que nunca cicatrizará, tiembla la virgen fugitiva. La comisaria de la exposición, Margarita Aizpuru, ha hecho un trabajo excepcional y ha escrito palabras que deslumbran para entender el alma de Alicia Framis. “La artista -afirma- interrelaciona diversos campos como el diseño, la arquitectura o la moda, pero también la manifestación activista, los espacios de encuentro y la creación artística”. Y la propia Alicia Framis confiesa su cercanía vital a Sophie Calle, “gran buscadora de espacios, como Marguerite Duras”. “Me he sentido identificada -dice- con su manera de escribir, con esa escritura de lo no escrito, breve, sin gramática, una escritura con palabras solas y extraviadas. Lo esencial de su literatura está en los deseos, la actitud, la locura, el grito como forma de revuelta”.

Margarita Aizpuru recorre las habitaciones de la arquitectura prohibida para asegurar que los cuerpos de las mujeres “han sido normalizados, cosificados, poseídos, demonizados, ultrajados, agredidos, asesinados, estandarizados, bajo cánones de belleza, culpabilizándose por ser autogestionados, constreñidos, a lo largo de la historia y hasta ahora mismo en multitud de culturas y sociedades”.

Alicia Framis, en fin, reacciona ante todo ese convencionalismo social y descarga en su exposición Pabellón de género su mundo de arte y misterio sobre el feminismo que crece y alienta en la soledad atónita que se adueña del mundo occidental y se desparrama por el oriental.

Vive la artista en el ser y el tiempo de Martin Heidegger, en la ciudad de Octavio Paz, piedra de sol y párpados quemados. Hierve en su piel el perfume azul y su pasión incierta se convierte en noche de luna agarena.

Alicia Framis es el chorro de sed de las aceñas clandestinas. Me gustaría que me hablara un día del arte que la devasta y que entremos, junto a San Juan de la Cruz, más adentro en la espesura.