Image: Al estilo Cela

Image: Al estilo Cela

Primera palabra

Al estilo Cela

29 abril, 2016 02:00

Camilo José, ¿tú crees que duele mucho que a uno le trinchen los huevos?

-Depende, Anson, depende, claro que un poco menos si es en una novela de la Pardo Bazán.

-A tu amiga Ofelia, su marido Fabián la trataba mal y un día que el caldo de rabizas le salió salado, la sentó sobre la cocina económica que estaba al rojo, la escaldó la conacha y tuvieron que llevarla al ambulatorio... ¿te acuerdas, Camilo José, si le quedó alguna señal?

-No creo, era muy ruda y sabía tratar la caña amarga macerada en suero de leche de cabra que sirve para sanar la comezón del miembro viril y se le da también a los gilipollas.

-La yubarta, como todo el mundo sabe, querido Camilo José, no es el rorcual sino la ballena jorobada. El último de siete hermanos es lucumón y se vuelve lobo en ocasiones, la cantárida reducida a polvo endurece la pirola y se sumerge en las aguas del infierno, y tú, Camilo José, ¿crees en el infierno?

-Qué cosas preguntas Anson. Claro que creo, para los enemigos, sí.

-¿Y tetelo? ¿Crees que es malo ser tetelo?

- A mí me caen simpáticos los tetelos. Salustiano tenía el carallo descomunal. Y además salomónico y su monja Sor María le dice manechos a los zurdos, pero los chepas son muy escurridizos porque tienen el alma untada con baba de caracol como aquel Porcellán que se pegó un tiro en la boca.

El pobre leía Babelia todas las semanas.

- Y los negros ¿qué te parecen, Camilo José, mejor o peor que los chepas?

-Que huelen espeso y dulce como el mazapán. A Miliña Valcarce le gustaban. Miliña tenía los ojos más hondos y bellos del mundo, de color violeta, las tetas más turgentes y veladamente misteriosas.

-Etelrina, tu prima puta, querido Camilo José, era un invento tuyo, ni era puta ni prima. No existía. Admiraba, eso sí, a los benedictinos que cantan gregoriano, sachan la tierra y hacen licores, ameirón es el nombre gallego de un crustáceo, ¿lo has probado alguna vez?

-Claro que no. Allí le decimos bálano.

- Hablas mucho de una yerba mágica que se llama correola, ¿para qué sirve?

- Menos tú, querido Anson, lo sabe todo el mundo. Corta de raíz la currencia de quien se zurrasca por la pierna abajo contra su voluntad.

-¿Es verdad, Camilo José, que ahuyentas al diablo encendiéndole una vela a San Pito Pato?

-Pues claro, es uno de los pilares de España, junto a los otros tres: el cristianismo guerreando, los moros cultivando la tierra y los judíos comerciando.

-Y de política, qué, Camilo José.

-Pues que es necesario hacer la señal de la cruz sobre la ceniza de la Cereira porque se espantan los trasgos y se ahuyenta la desgracia. Mi amigo el sacristán Celso Temborio, ese sí que sabe, laña castañetas y fríe las gaviotas del PP.

-Camilo José, te apuesto un ochenta de lacón a que estás dispuesto a capar a quien te pise la sombra.

-Pues claro. Me he dedicado toda la vida a dejar jodidos y bien jodidos a los hacedores de bestsellers y otras galas montalbanas o figueroas. Pero fue Moncho Méndez el que se encaró con Juanito Jurick de Dublín porque le había pisado la sombra y como era el hombre de la esquina rosada se sacó la navaja de tres estallos y carneó al dublinés, rebanándole los huevos con alevosía, aunque peor fue lo de Rosa Bugaijido que se suicidó tirándose del acantilado del cabo Vilán y sus sesos se quedaron pegados a los percebes de la bajamar y esos eran los percebes que Ussía le hacía comer a mi amigo Don Juan que jugaba al mús como Dios y al que de infante le obligaron a leer al padre Coloma, y la verdad, querido Anson, para ese menester mejor dedicarse a criar arolas y comechos, zamburiñas y croques porque el reverso de la belleza es la miseria.

-No sé, Camilo José, si entiendes bien alguna de tus novelas y mucho menos el cuadro abstracto de Madera de boj.

-No digas pampiroladas, amigo Anson, y pregúntaselo a Marina que es la que sabe
de eso.

Camilo José, en fin, ahora que se cumple su centenario, debió hablar de madera de sándalo en lugar de madera de boj, porque el boj no arde y el sándalo se utiliza en Oriente para incinerar a los muertos. La literatura española es hoy una cripta donde los cadáveres se descomponen entre incesantes rumores.