Image: Saint-Exupéry viento, arena y estrellas

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Primera palabra

Saint-Exupéry viento, arena y estrellas

28 junio, 2000 02:00

Todos sus libros nacían de experiencias biográficas, y aunque se cobijaran bajo el disfraz de la novela de aventuras, más bien resultaban capítulos de unas memorias intermitentes

Ante la necesidad de elegir entre ser Homero o ser Ulises, hay quienes optan por ser ambos: el héroe capacitado para cantar sus propias hazañas sin ayuda del bardo inmóvil, el bardo que antes de ponerse a cantar necesita recorrer mundo y sentir las amenazas del peligro.

Saint-Exupéry perteneció a ese raro elenco de criaturas que hacen de su propia vida materia para contar y no han de aguardar a que otros la aprovechen para fabricar cuentos. De ahí que, a pesar de lo excepcional de su biografía, el interés de ésta será siempre menor que el de su bibliografía. Si nos interesan sus excursiones como aviador, sus vuelos nocturnos y sus aterrizajes forzosos -incluyendo el accidente que le costó la vida y lo convirtió en leyenda- es porque quien los protagonizó escribió Tierra de hombres, Vuelo Nocturno y Correo del Sur.

Ulises sin Homero no es más que un excursionista ansioso. Saint-Exupéry debe esencialmente su popularidad a El pequeño príncipe, un hermoso cuento fantástico que varias generaciones de adolescentes de todo el mundo han apretado contra sus pechos, con la mirada perdida en las simas del aire y un suspiro pendiendo de los labios. Todo ello provocado por frases como "Los mayores no entienden nunca nada por ellos mismos, y es cansado para los niños andar siempre explicándoles las cosas". Al parecer la historia del príncipe encantador que se aburre en su planeta y decide recorrer el Universo para sacudirse su aristocrático tedio, se le ocurrió a Saint-Exupéry a finales del año 35, cuando su avión chocó con la cumbre de una meseta en el desierto de Libia.

No era el primer percance de su ya atareada vida de piloto, pero sí uno de los que más materia literaria iba a darle, pues los dos días que permaneció desaparecido nutrirían su mejor novela, Tierra de hombres, depararían un relato y una emisión de radio, Aterrizaje forzoso en el desierto, y tal vez prestaron al piloto accidentado la figura del pequeño príncipe que iba a arrobar a tantos muchachos en los cinco continentes. No en balde cuando ese personaje adorable llega a la Tierra, va a caer precisamente al desierto.

El Pequeño príncipe se publicó en el año 43. Ya para entonces Saint-Exupéry era un escritor cuyos títulos no tardaban en agotarse en las librerías. Todos sus libros nacían de experiencias biográficas que no es difícil rastrear, y aunque se cobijaran bajo el disfraz agradecido de la novela de aventuras, más bien resultaban capítulos de unas memorias intermitentes del piloto y escritor francés. Los vuelos nocturnos que se ve obligado a realizar entre Río y Buenos Aires, por ejemplo, le sirven para escribir una novela. Su experiencia como director de la Compañía Aeropostal Argentina y sus esfuerzos por crear la línea de la Patagonia uniendo Buenos Aires y Punta Arenas, alimentará Correo del Sur. Y más adelante, en el año 40, sus incursiones de reconocimiento aéreo sobre Alemania, impulsarán su libro Piloto de guerra.

Pero no deja de ser curioso que ese mismo año 43, tan poco antes de su muerte, Saint-Exupéry escriba y publique el negativo de El pequeño príncipe, un texto sobrecogedor y hermosísimo sobre lo que significa la palabra patria. Es la Carta a un rehén. Es un texto muy breve en el que Saint-Exupéry se dirige a un amigo judío que se ha quedado varado en la Francia ocupada por los nazis. Desde Lisboa, Saint-Exupéry trata de explicarse qué es una patria, qué sentido tiene luchar por una tierra, por qué la recuperación de Francia merece el sacrificio de tantas criaturas. Sus conclusiones son un himno laico y abrumado de sensatez, muy recomendable para todo nacionalista que confunda aún el ombligo del mundo con su propio ombligo y el comienzo de la Historia de la Humanidad con la hora en la que se construyó su nación.

Pero la gran novela de Saint-Exupéry es Tierra de hombres. En ella no sólo concentra lo más espectacular de sus experiencias como piloto, de sus catástrofes y sus taquicardias, sino también lo mejor de su estilo directo, poético y ameno. Ese libro se tituló en inglés Wind, Sand and Stars, o sea, Viento, arena y estrellas, y ciertamente ese título podría ser un espléndido epitafio para Saint-Exupéry. No descarta el escritor francés la poesía directa en algunos emocionantes párrafos de esa novela. He aquí por ejemplo un párrafo que nos dice bastante no sólo acerca del tono de la novela, sino que también nos susurra bastante acerca de este escritor legendario: "En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré ya nunca de tu rostro. Tú eres ya el Hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez. Nunca fijaste la mirada para examinarnos, y sin embargo nos reconociste. Eres el hermano bien amado. Y a mi vez yo te reconoceré en todos los hombres. Te me apareces bañado de nobleza y benevolencia, gran señor que posee el privilegio de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos, en ti marchan hacia mí y no tengo ya un solo enemigo en el mundo".

Homero y Ulises confundidos en una sola existencia. Ulises a bordo de aviones de ruta o avionetas de guerra (también en misiones periodísticas, pues no hay que olvidar que Saint-Exupéry estuvo en la guerra de España como enviado especial de "France-Soir"), sobrevolando desiertos y capturando escenas para nutrir los emocionantes libros, llenos de escenas inolvidables y de ternura compensada por una prosa poco dulzona, escueta y eficaz, de un Homero que nunca quiso pararse demasiado, que necesitaba escribir rápido para emprender una nueva aventura, y que no quiso dejar que descubrieran su cadáver, enterrándolo en algún punto del mar. Un pescador encontró hace algún tiempo su brazalete: el brazalete de Ulises, el de Homero, el de alguien que llenó su vida, es decir, su literatura, de viento, arena y estrellas.