Me enteré tarde de la muerte de Beatriz Sarlo, el pasado martes 17 de diciembre. Atribuyo mi despiste al escaso relieve que –salvo notables excepciones, entre ellas el puntual obituario que Jorge Carrión publicó en La Vanguardia– ha tenido la noticia en la prensa española. Algo que pone en evidencia, una vez más, las fallas profundas que, por debajo del superficial escaparatismo editorial y festivalero, siguen perpetuando la incomunicación sustancial entre la cultura española y las latinoamericanas.

Como escribía Carrión, con Sarlo desaparece “una de las figuras más relevantes del ensayo latinoamericano de los siglos XX y XXI”, merecedora de un amplio reconocimiento internacional y ejemplo del alto nivel alcanzado por la educación pública argentina, que el energúmeno Milei se propone desmantelar.

Resulta difícil encontrar en España un equivalente del tipo de irradiación que Sarlo (nacida en Buenos Aires en 1942) ha tenido en la cultura argentina de las últimas décadas. Su proyección como académica, como socióloga y crítica cultural, como observadora y comentarista política, también como polemista, la señalan como una figura axial de la vida intelectual tanto de su país como del conjunto de Latinoamérica.

Su pensamiento, de sesgo inequívocamente izquierdista, fue modelado por la temprana lectura de Walter Benjamin, Raymond Williams y Roland Barthes, cuyas obras contribuyó a divulgar. En 1978, en plena dictadura militar, fundó en semiclandestinidad, junto a Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y María Teresa Gramuglio, entre otros, la revista Punto de Vista, que ella misma dirigió, y que durante tres décadas ejerció un decisivo magisterio en el pensamiento, la literatura y las artes de Latinoamérica.

Sarlo ha desempeñado un importante papel en la construcción del canon literario argentino y, asumiendo en sus últimos años cierto estrellato cultural, no dudó en servirse de él para volcar, en sus artículos, así como en sus numerosas comparecencias públicas (lo mismo en foros académicos que en la televisión), sus opiniones siempre contundentes –y a menudo intempestivas– sobre las más varias materias.

Resulta difícil encontrar en España un equivalente del tipo de irradiación que Beatriz Sarlo ha tenido en la cultura argentina de las últimas décadas

Particular relevancia tiene en estos tiempos el constante cuestionamiento que hizo Sarlo de la figura del intelectual, su genuino interés por la cultura popular y de masas, por las modalidades de la vida urbana, por las nuevas tecnologías y su impacto en las dinámicas culturales, así como por las interacciones entre cultura y política.

La red está llena de entrevistas y materiales con que asomarse a la obra y personalidad de Sarlo, entre cuyos títulos –no pocos de ellos recopilatorios de su intensa actividad como articulista, conferenciante y ensayista– cabe mencionar El imperio de los sentimientos (1985), Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930 (1988), Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), Tiempo presente (2001), La ciudad vista: Mercancías y cultura urbana (2009) y La intimidad pública (2018).

No me consta que ninguno de estos títulos haya sido publicado en España, aunque por supuesto han circulado en ediciones argentinas. Bien es cierto que ella misma –como buena argentina, y más aún como gran valedora de los beneficios de la periferia entendida como categoría geocultural– nunca pareció mostrar demasiado interés por la cultura peninsular. Entre 2017 y 2023 colaboró con cierta regularidad en El País, pero su reputación y su predicamento en nuestra orilla son más bien escasos, al menos en proporción a su importante influencia en Argentina y el resto de Latinoamérica.

En Barcelona hemos tenido la suerte de contar, desde hace mucho, con la presencia y la destacable labor de Nora Catelli, buena amiga de Sarlo y perteneciente a su misma franja generacional. Aunque bastante más circunspecta, la amplitud de miras, la elocuencia y la penetración crítica de Catelli bien pueden valer para hacerse una idea de algunas de las cualidades que caracterizaron el trabajo de Sarlo.