Hace ahora más de dos años, es decir, bastante antes de que las cosas llegaran a los extremos a que han llegado, el músico y artista plástico Brian Eno publicó en The Guardian un duro artículo en el que denunciaba el “nuevo macartismo” que, “en medio de un creciente clima de intolerancia”, estaba expandiéndose en Alemania contra quienes manifestaban cualquier clase de simpatía o apoyo al pueblo palestino. En su artículo, Eno detallaba numerosos casos de “artistas, académicos, curadores y otras personas” que se habían visto “atrapadas en un sistema de interrogatorio político, listas negras y exclusión”. “En última instancia —escribía Eno—, se trata de atacar a los críticos de la política israelí hacia los palestinos.”

Si las cosas estaban así a comienzos de 2021, imagínese ahora. Desde que comenzó la invasión de Gaza a consecuencia de la salvaje operación terrorista de Hamás, el pasado 7 de octubre, no cesan de multiplicarse en Alemania las medidas destinadas no sólo a acallar a quienes condenan la brutal reacción del Estado de Israel, sino también a quienes expresan cualquier clase de compasión por el sufrimiento que padece la población palestina. Las noticias al respecto son preocupantes. Tanto más en cuanto constituyen el indicio de una tendencia operante también en otros países de Europa y en Estados Unidos.

La dimisión en bloque del comité encargado de comisariar la Documenta de Kassel, después de que se acusara a dos de sus miembros de antisemitismo, es, cuando escribo esto, el episodio más sonado de una amplia escalada en los recortes de la libertad de expresión que afecta no sólo a artistas e intelectuales, sino, más generalmente, a la ciudadanía en su conjunto. Pero mucho antes tuvo lugar la cancelación del premio que, en el marco de la pasada Feria de Frankfurt, iba a concederse a la escritora palestina Adania Shibli, y tantas otras cancelaciones, cierres y acciones punitivas que vienen desplegándose sin cesar en toda Alemania (la última, contra el Centro Cultural Oyoun, de Berlín), donde el derecho de expresión y de manifestación está siendo severísimamente recortado, siempre con el pretexto de abortar los sentimientos antisemitas que se asocian mecánicamente a todo intento de matización del conflicto palestino-israelí.

Urge atender los gritos de alarma sobre la peligrosa vehiculización que se está haciendo de la mala conciencia histórica para consolidar la censura

También en The Guardian, la escritora estadounidense-alemana de origen judío Deborah Feldman (en cuya autobiografía está basada la célebre serie de Netflix Unorthodox) publicó el pasado 13 de noviembre un impactante artículo en el que, como judía residente en Berlín, denunciaba los excesos de las políticas de prevención del antisemitismo en Alemania, que se traducen en medidas de cada vez más abierta represión de toda actitud no coincidente con lo que ella misma denomina el “judaísmo oficial”. Feldman señalaba, además, la mosqueante sintonía con partidos de extrema derecha que “como el AfD de Alemania y la Agrupación Nacional de Francia buscan encubrir décadas de negación del Holocausto y de odio étnico con el conveniente abrazo incondicional de Israel”.

Pero la situación, conviene subrayarlo, no se ciñe estrictamente a Alemania. El pasado 16 de noviembre la poeta estadounidense Anne Boyer renunció a su puesto como editora de poesía de The New York Times con una vibrante carta en la que concluía diciendo: “No puedo escribir sobre poesía en medio del tono ‘razonable’ de quienes pretenden aclimatarnos a este sufrimiento irracional. No más eufemismos macabros. No más infiernos desinfectados verbalmente. No más mentiras belicistas”.

La prensa internacional se ha hecho eco del reciente despido de la actriz Susan Sarandon de su agencia por posicionarse a favor de Palestina. Pero su caso queda lejos de ser único.

Urge atender los gritos de alarma sobre la peligrosa vehiculización que en buena parte de Occidente se está haciendo de la mala conciencia histórica para consolidar la censura.