La semana pasada llegaron a mis manos, casi simultáneamente, dos libros de Constantino Bértolo: Miseria y gloria de la crítica literaria (Punto de Vista editores) y Una poética editorial (Trama editorial). El primero es una reedición revisada y sustancialmente mejorada de un libro publicado hace ya mucho, en 1989, entonces bajo el título de El ojo crítico (Ediciones B). El segundo es una compilación de artículos, ensayos y conversaciones sobre el asunto de la edición comercial, publicados todos en el transcurso de las dos últimas décadas.

Sabido es que Bértolo constituye un caso singular en el panorama editorial español, en el que su impronta, si bien discreta, es muy reconocible. La labor prospectiva emprendida en los 90 desde la colección “Punto de partida”, todavía en el marco de la vieja editorial Debate, que él dirigía, dio lugar, ya en los 2000, y en insólita alianza con Claudio López de Lamadrid, al sello Caballo de Troya, un afortunado experimento a contrapelo de las lógicas del mercado que, rompiendo moldes, ha servido de inspiración a no pocos editores emergentes. Son ellos quienes más provecho deberían sacar de las reflexiones que vuelca Bértolo en Una poética editorial, del mismo modo que los reseñistas en ciernes deberían sacarlo de la sorprendente antología de “perlas” críticas que se brinda en Miseria y gloria de la crítica literaria y, sobre todo, de las reflexiones volcadas en los dos prólogos que la anteceden: el de la edición original y el de esta nueva edición, con sus agudas consideraciones sobre los nuevos márgenes de actuación abiertos por la esfera digital.

Bértolo fue crítico militante antes que editor. Puede que nadie haya reflexionado de modo más profundo y riguroso sobre las relaciones entre estas dos instituciones

Bértolo fue crítico militante antes que editor. Puede que nadie haya reflexionado de modo más profundo y riguroso sobre las relaciones entre estas dos instituciones: la de la crítica periodística y la de la industria editorial. Uno de los ensayos reunidos en Una poética editorial se titula, significativamente, “El editor como crítico frustrado”. Más allá de la flagrante ironía del predicado (afín a la que movió a Juan Benet a hablar también del escritor como “crítico frustrado”), éste sugiere el vínculo íntimo que, al menos hipotéticamente, existe entre estas dos actividades que se pretenden antagónicas, cuando debieran ser, además de comunicantes, complementarias.

Bértolo nunca ha ocultado su filiación marxista, y los análisis que hace tanto del sector editorial como de la crítica más conspicua son de naturaleza abiertamente materialista. Lo cual resulta particularmente instructivo en un ámbito cuyos reales intereses y mecánicas tienden a quedar distorsionados, cuando no directamente falseados, por una repelente fraseología, engañosamente humanista y ecuménica.

A no pocos de los editores emergentes antes aludidos les ha de convenir la ducha de realidad que supone la lectura de las piezas que integran Una poética editorial. Tanto más en cuanto Bértolo se muestra siempre muy atento a las importantes transformaciones que no han dejado de producirse en las últimas décadas en la industria de la que él mismo formó parte, y a las tendencias a que dan lugar. En este sentido, su posición nada tiene de nostálgica, mucho menos de reaccionaria; y sólo cabe calificarla de “resistencial” en la medida en que, sin dejar de adaptarse a las nuevas condiciones de juego, propone mostrarse lúcido respecto a las mismas y, en la medida de lo posible, subvertirlas.

Particular interés para el lector común –a quien en definitiva interpelan, créanme, todos los textos reunidos en Una poética editorial– tiene el artículo titulado “La narrativa sumergida”, un ácido y desolador diagnóstico de la gran masa oculta del iceberg literario: esas toneladas de manuscritos inéditos que a diario llaman a las puertas de los editores, de los agentes y de los premios, y cuya dramática invisibilidad suele justificar, paradójicamente, su repetitiva obviedad.