El Cultural

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Mínima molestia

A tiro limpio

15 junio, 2020 08:23

Semanas atrás, con motivo de dar una charla sobre Herrumbrosas lanzas, de Juan Benet, recordé a Euclides da Cunha, el autor de un libro extraordinario y poco leído: Los sertones (1902). Imposible referirse a este escritor sin evocar su destino calamitoso, verdaderamente trágico.

Ingeniero de formación, Euclides da Cunha (Río deJaneiro, 1866-1909) perteneció a la vanguardia intelectual de su país, Brasil. Influido por Darwin, por Comte, por Spencer, a su amplia cultura científica (hizo estudios de geología, botánica, toponimia, etnología) sumaba una notable cultura humanística y arraigadas convicciones republicanas, abolicionistas y socialistas. Desarrolló una febril actividad como ingeniero militar y civil, como reportero, como etnógrafo, como cronista y, ya hacia el final de su vida, como escritor muy celebrado y catedrático de Lógica. Pero lo portentoso de su destino tiene que ver con su vida privada y con su muerte.

Euclides se casó a los 24 años con Anna Emilia Ribeiro, de 18, con la que no tardó en tener dos hijos. En 1906, de regreso de una misión en la Amazonia que lo mantuvo alejado del hogar durante más de un año, se encontró a su esposa embarazada. Euclides optó por reconocer al niño, que murió a los pocos días de nacer. Ese mismo año Anna Emilia volvió a quedar encinta del “otro”, y Euclides optó de nuevo por asumir la paternidad del niño adulterino, que para más inri salió rubio, en acusado contraste con sus dos hermanos mayores, muy morenos, como su padre.

Para no pasar por un cotilla literario, les adelanto que ‘Los sertones’ de Euclides da Cunha fue una lectura decisiva para Benet cuando estaba decantando sus rumbos como escritor

Aun así, Anna Emilia resolvió un buen día –al parecer harta de los maltratos de su marido– irse a vivir con sus hijos a casa de su amante, Dilermando de Assis (¡menudos nombres!). Euclides no pudo soportarlo y acudió a la casa de Dilermando provisto de una pistola, con la que, apenas llegado, disparó a bocajarro contra Dilermando y su hermano, que se hallaba con él. El hermano recibió un tiro en la espina dorsal que lo dejó inválido, razón por la que se suicidó tiempo después. Dilermando encajó dos tiros, pero –militar como era, y excelente tirador, al parecer– tuvo tiempo de disparar a su vez contra Euclides, que resultó muerto a consecuencia de las cuatro balas que recibió.

El suceso creó una profunda consternación en Brasil. Da Cunha fue velado en la Academia Brasileña de as Letras y enterrado con honras públicas, declarándose luto nacional. Dilermando, por su parte, fue juzgado y absuelto, por entenderse que actuó en legítima defensa, si bien sufrió todo el resto de su vida calumnias, afrentas y ostracismo.

Pero la cosa no quedó allí.

Algunos años después del trágico episodio, el segundo hijo de Euclides da Cunha, llamado también Euclides, de vocación militar, resolvió vengar la muerte su padre y lavar la honra de su familia. Con este propósito fue a buscar a Dilermando, pistola en mano, y lo tiroteó a bocajarro en un local público de Río. De nuevo Dilermando encajó varios tiros pero tuvo tiempo de contratacar con un disparo que mató a Euclides hijo. De nuevo fue objeto de un juicio y absuelto por legítima defensa.

Varias décadas después –el dato lo aporta Walnice Nogueira en su edición de Los sertones para la Biblioteca de Ayacucho–, un Dilermando envejecido le confiaba al ensayista e historiador Francisco de Assis Barbosa que llevaba en el cuerpo cuatro balas que no le habían podido extraer: dos del padre y dos del hijo.

No me digan que no es una historia rocambolesca, que bien merece dedicarle una columna. Pero para no pasar por un cotilla literario prometo dedicar otra a justificar porqué me dio por recordar a Euclides da Cunha a propósito de tener que hablar sobre Juan Benet. Les adelanto ya que Los sertones, como muchos saben, fue una lectura decisiva para Benet cuando estaba decantando sus rumbos como escritor. Y no deja de ser notable esta conexión entre estos dos autores en unos años, precisamente, en que se estaba produciendo el estruendoso boom de la narrativa latinoamericana, cuya onda expansiva no integró la obra maestra de Da Cunha, como no fuera a través del aprovechamiento que de ella hizo Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo (1981).

Continuará.