Image: Cultura invertebrada (continuación)

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Mínima molestia

Cultura invertebrada (continuación)

13 abril, 2018 02:00

Vuelvo sobre mis pasos. Sobre mi acaso peregrina pretensión de que la prensa de difusión nacional, y en general los medios de comunicación de ámbito estatal, han contribuido, en el transcurso de las tres últimas décadas -por supuesto sin quererlo-, a la cada vez más acusada desintegración de la cultura española. Algo que, ligado a una desastrosa gestión del Estado de las Autonomías, no ha dejado de tener, como se va viendo con claridad creciente, graves consecuencias.

Nunca se insistirá bastante que el desafecto que de manera tan ostentosa viene mostrando gran parte de la población de Cataluña respecto al resto de España es un desafecto de índole cultural antes que política. Por supuesto que la lengua juega un importante papel en todo esto, como lo juegan también los pactos fiscales y las competencias más o menos transferidas; pero, entreverado a todo ello, así como al impreciso pero agraviado sentimiento de constituir una “nación” -cualquiera cosa que eso pueda significar para un ciudadano del siglo XXI-, hay que tener presente una divergencia cultural que, lejos de remitir, no ha ido sino incrementándose desde la muerte de Franco, y en la que comparten responsabilidad el PP y el PSOE con sus políticas en los campos de la educación y de la cultura.

La amplitud del asunto desborda los alcances de una o de varias columnas como ésta. De ahí que me ciña ahora a la minúscula observación inicial: el flaco servicio que para la integración cultural del conjunto del Estado español, lastrada desde tiempos remotos por una poderosa inercia centralista, ha supuesto la iniciativa de algunos medios de comunicación de conceder, a sus redacciones “periféricas” (en Cataluña, en el País Vasco, en Andalucía, etcétera), autonomía para llenar su sección cultural con noticias supuestamente “locales”. La consecuencia de este proceder, motivado sin duda por intenciones bien plausibles, ha sido una dañina compartimentación del espacio cultural, que se traduce en cosas como que un editor barcelonés, o valenciano, prefiera presentar una novedad en Madrid antes que en su propia ciudad, persuadido como está, con buenas razones, de que el eventual tratamiento que se dé a la presentación de marras tendrá mucha mayor proyección si se emite desde Madrid que desde Barcelona o Valencia. ¿Por qué? Pues porque, emitida desde Barcelona o Valencia, es probable que la noticia se publique únicamente en la edición catalana o valenciana del diario, mientras que emitida desde Madrid es más fácil que alcance una difusión estatal.

Todo invita a pensar que se obró al revés de como convenía. Lo adecuado hubiera sido, por ejemplo -y pueden reírse-, alojar en los suplementos culturales, en igualdad de condiciones, las novedades literarias -pongamos por caso- publicadas en castellano, catalán, asturiano, gallego o vascuence. De este modo el lector de cualquier lugar de España se hubiera sentido interpelado por las literaturas que conviven con la que se escribe en su propia lengua, y supongo que se hubiera incentivado un mayor tráfico editorial entre ellas. Pero se hizo justo lo contrario. Etcétera.

En cualquier caso, no me cabe duda de que la compartimentación de las secciones culturales ha ahondado el mutuo desentendimiento de las culturas peninsulares. El tratamiento local de la cultura se ha traducido, en no pocos casos, en una cultura cada vez más localista. No se ha actuado en sentido contrario a la endogamia a la que tienden elites e instituciones, ni al ombliguismo característico de toda comunidad con conciencia militante de sí misma, tanto mayor si excitada por pasiones reivindicativas.

Se ha descuidado la construcción de un espacio cultural común, de un circuito por el que transitaran con naturalidad las creaciones, las discusiones, las aportaciones hechas desde los distintos epicentros culturales del Estado. Se ha descuidado la formulación misma de un concepto de cultura universalista y crítico, de un concepto amplio y complejo de tradición capaz de trascender y compensar el particularismo tan a menudo inane a que aboca la casi automática identificación de cultura popular con cultura festiva y, lo que es peor aún, con cultura regional, o nacional, consagradas las tres -la cultura popular, la festiva y la local- como penoso y casi exclusivo paradigma de lo que cabe entender por cultura, sin más.