Image: Historias ilustradas

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Mínima molestia

Historias ilustradas

16 febrero, 2018 01:00

De algunos libros muy afamados circulan a veces ideas que se corresponden muy poco con el libro en cuestión. Recuerdo siempre el caso de Ana Karenina, de Tolstoi, que es frecuente ver alineada con Madame Bovary como una de las grandes novelas de adulterio del siglo XIX, cuando en realidad el adulterio queda lejos de ser el asunto principal de la novela, que discurre más bien sobre la familia, como no deja de anticipar la primera frase del libro, tantas veces citada.

Fue Constantino Bértolo quien me llamó la atención sobre el malentendido que suele circular respecto a Fahrenheit 451 (1953), la célebre novela de Ray Bradbury adaptada al cine por Truffaut en 1966. Hasta hace bien poco, yo, como tantos, había visto sólo la película -y eso hace ya mucho tiempo- y, como tantos, atribuía la persecución de la que son objeto los libros en la distopía imaginada por Bradbury a las razones más presumibles. Ya saben: eso de que el libro, en cuanto herramienta de la imaginación y de la libertad del individuo, contribuye al pensamiento crítico y es por tanto considerado peligroso para... bla, bla, bla.

Pero resulta que no. Que, como saben los que han leído la novela (entre ellos Rodrigo Fresán, que en La parte inventada cita el pasaje que me propongo transcribir), la proscripción de los libros en la sociedad que Bradbury dibuja no tiene su origen en ningún dictado antihumanístico, sino que es la consecuencia natural -tácitamente convenida por el conjunto de la sociedad- del desarrollo de la cultura de masas, de los procesos de la llamada industria cultural, de las condiciones de vida que promueven el consumo compulsivo y las nuevas tecnologías. Se lo explica muy elocuentemente Beatty, capitán de bomberos, a Montag, el protagonista de la novela, en un pasaje decisivo de la misma. Montag manifiesta indicios de estar cuestionándose la labor que él mismo cumple (la de quemar los libros que algunos ciudadanos conservan en su casas, a escondidas), y el capitán Beatty le da la siguiente explicación, particularmente escalofriante en estos tiempos en que las “historietas ilustradas”, como él las llama, tiene cada vez más predicamento. Léanla con atención, si no lo han hecho, porque no tiene desperdicio:

“En cierta época, los libros atraían a alguna gente, aquí, allí, por doquier. Podían permitirse ser diferentes. El mundo era ancho. Pero, luego, el mundo se llenó de ojos, de codos, de bocas. Población doble, triple, cuádruple. Films, revistas, libros, fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar uniformidad [...] Imagínalo. El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus perros, sus coches, sus lentos desplazamientos. Luego, en el siglo XX, acelera la cámara. Condensaciones. Resúmenes. Todo se reduce a la anécdota, al final brusco. Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario. [...] La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de tiempo. [...] La vida es inmediata, el empleo es lo único que cuenta, el placer domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas? La vida se convierte en una gran carrera... Todo se hace aprisa, de cualquier modo. Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, entretenimiento, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? [...] Y más chistes en los libros. Más ilustraciones. Que cada vez la mente absorbe menos porque cuanto mayor y más rápido es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. No es extraño que los complicados libros dejaran de venderse. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología y la explotación de las masas produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas”.