Image: Piglia y el boom (2)

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Mínima molestia

Piglia y el boom (2)

25 septiembre, 2015 02:00

A la luz de la primera entrega de Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama), que cubren los años de 1957 a 1967, destacábamos la conciencia que tenía su autor, el joven Ricardo Piglia, todavía un escritor en ciernes por aquella época, de participar en la búsqueda común de una "nueva cultura" para el continente latinoamericano. Esta búsqueda -importa subrayarlo- tenía un sesgo eminentemente político, aun cuando se orientaba primordialmente, según veíamos, a la creación de "una lengua literaria múltiple, ligada a la ruptura del predominio español".

Por los años en que se produjo el estallido del boom latinoamericano, la renovación literaria se encuadraba dentro de un proyecto más amplio de emancipación política que en aquel entonces se nutría de las expectativas despertadas por el triunfo de la revolución cubana. En enero de 1967, en que Piglia obtuvo el Premio Casa de las Américas para su primer libro de relatos, un grupo de escritores reunidos en La Habana hacía una declaración conjunta "abogando por la urgente transformación de la literatura latinoamericana y apelando a la lucha armada". Entre los firmantes de la declaración se encontraban Julio Cortázar, por Argentina, y Mario Vargas Llosa, por Perú. Piglia comenta el dato preguntándose "en qué dirección la literatura deberá ser urgentemente transformada". Pero él mismo había avanzado ya una respuesta poco antes, en una entrada de su diario fechada en 1964. Se lee allí: "Por ahora un escritor en la Argentina es un individuo inofensivo. Escribimos nuestros libros, los publicamos. Se nos deja vivir, tenemos nuestros círculos, nuestro público. ¿Cómo lograr entonces una eficacia con lo único que sabemos hacer? Todo debe estar centrado sobre los usos del lenguaje. De este modo los contenidos tendrán un efecto distinto. No importa el tema sino el tipo particular de construcción y circulación de lo que hacemos".

Inmediatamente antes, Piglia anota también: "Siempre se puede imaginar que se ayuda a corregir la injusticia social sin poner en riesgo nuestro filisteísmo literario. La literatura, en cambio, tendría que ser capaz de criticar los usos dominantes del lenguaje. De esa manera la literatura sería una alternativa a los manejos del lenguaje y a los usos de la ficción por parte del Estado".

He aquí, lúcidamente planteado, el problema -tan candente por aquellos años- del compromiso del escritor. Piglia reacciona contra la noción de "literatura comprometida" porque “arrastra -dice- una postura individualista". Para él, se trata más bien de "pensar la literatura como una práctica social y ver qué función tiene en la sociedad; por ejemplo, que función tiene la ficción, etc.".

"No debemos olvidar -añade Piglia- que la literatura es una sociedad sin Estado. Nadie, ninguna institución ni tampoco ninguna forma de coacción, puede obligar a alguien a que acepte o realice cierta poética artística. Las determinaciones materiales del arte pertenecen a su propio ámbito: en verdad, más que hablar de política en general es necesario hablar de la dinámica entre el museo y el mercado. El museo como lugar y metáfora de la consagración o la legitimidad, y el mercado como el ámbito de la circulación de las obras, siempre mediado por el dinero. En ese marco el problema de la 'creación' se vuelve al mismo tiempo más visible y más complejo".

Desde este punto de vista, conforme avanza la década de los sesenta observa Piglia con suspicacia creciente la amenaza que para la literatura ofrece "la ola de falsa realidad que producen los mass media" y la tendencia de su propios compañeros de generación "a integrarse en la línea central de la cultura dominante, cuando la consigna tiene que ser mantenerse al margen". Muy tempranamente intuye Piglia que había de ser, en definitiva, el nuevo modelo de circulación editorial que propició el estallido del boom lo que había de trivializar y diluir su potencial revolucionario, y no sólo renovador. Y que así ocurriría en la medida en que una tradición narrativa insuficientemente consolidada no alcanzara a "incorporar la experimentación formal a la tradición novelesca", como había ocurrido en Norteamérica. Por aquí se vislumbra una cuestión determinante a la hora de realizar el balance del fenómeno del boom: el papel que en su impulso desempeñó lo que cabe entender por experimentación.