Image: El caso Carrasco

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Mínima molestia

El "caso" Carrasco

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

22 febrero, 2013 01:00

Ignacio Echevarría


En la escena literaria española ha tenido lugar recientemente un caso que merece comentario. Me refiero al de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) y su primera novela, Intemperie, publicada por Seix Barral. La misma semana de su lanzamiento, la novela obtuvo una cobertura mediática y crítica que cabe calificar de sensacional. No sólo las secciones de cultura de prácticamente todos los diarios se hicieron eco de la noticia; los principales suplementos literarios publicaron con sorprendente puntualidad sendas reseñas del libro, encomendadas a sus más destacados críticos. La atención prestada a la novela, el espacio que se le concedió, fueron del todo excepcionales, tratándose de un autor novel que no se presenta aupado a ninguno de los más sonados premios literarios (lo que sirve para subrayar, de paso, cómo el tinglado de los premios literarios, cada vez más hipotecado por los chanchullos con los agentes literarios, ya de poco o nada sirve para promover nuevas voces, que era de lo que se trataba en un comienzo).

La explicación del fenómeno se encuentra en el celo con que Elena Ramírez, la editora de Seix Barral, ha promovido la novela. Persuadida de su valía, no ha escatimado recursos a la hora de solicitar a periodistas, críticos y agentes culturales de toda laya su atención para un libro que ella misma es la primera en elogiar apasionadamente: "es uno de esos libros que te cambian al leerlos", ha dicho. Entre los argumentos esgrimidos por Ramírez para convencer a unos y otros de la valía de la novela, se cuenta el dato de que, antes de su publicación, haya sido vendida a nada menos que a trece editoriales extranjeras. (Un dato que dice bastante, por cierto, del tipo de expectativa que se sigue teniendo fuera de España sobre la literatura que aquí se escribe). El libro se presenta envuelto por las declaraciones que algunos de sus próximos editores han hecho sobre la novela, emitidas todas -cómo no- con esa fraseología publicitaria tan característica de los textos de solapa.

El "caso" Carrasco da pie a algunas consideraciones. En primer lugar, sirve para observar la obediencia con que los agentes culturales reaccionan a las consignas de los editores, con tanta mayor presteza en cuanto se olfatean "fenómenos" de recepción. Es cierto que Elena Ramírez ha jugado fuerte sus propias bazas, y que lo ha hecho con talento y convicción. Pero el espectáculo de todo un sistema literario respondiendo de inmediato, al unísono y en todos sus escalafones (blogosfera incluida) al reclamo de un editor no deja de resultar curioso y algo mosqueante. Sobre todo si se piensa en el trabajo de otros muchos editores que perseveran mucho más sordamente en la esforzada y a menudo desatendida tarea de dar a conocer talentos emergentes, de promover libros que poseen a veces tantos méritos como el de Carrasco, y en algunos casos bastante mayor novedad.

El entusiasmo mostrado por la mayor parte de los críticos, y las categorías empleadas en sus comentarios, sirve por otro lado para constatar, una vez más, cuáles son los rasgos que más los emocionan y a los que atribuyen automáticamente un elevada "literariedad". En efecto: la riqueza del lenguaje, la "universalidad" e "intemporalidad" de la anécdota, la resonancia de modelos acreditados. Realismo, alegorismo, personajes y escenarios arquetípicos... ¿Qué más se puede pedir?

Hay razones sobradas para saludar Intemperie como un debut prometedor. Las hay también para celebrar su vigor estilístico, lastrado, como no ha dejado de señalar alguno, por un formalismo excesivo y algo autocomplaciente. Pero se ha hablado insistentemente de austeridad, cuando yo percibo más bien lo contrario: una especie de bulimia hiperrealista (con cierta tendencia al gore) que, para desplegar toda su panoplia léxica, abusa hasta la exasperación de minuciosas secuencias descriptivas, con las que se dilata una historia que daba más bien para un cuento, y que abunda en no pocos clichés.

El revuelo armado por Elena Ramírez con Carrasco recuerda al que armó Beatriz de Moura, hace más de veinte años, con Luis Landero y su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989). No parece improbable que aquella historia se repita.

Por mucho que se consienta y hasta se aplauda que se vaya de vez en cuando de picos pardos, de la narrativa española no hay nada que se celebre más a gusto que los reencuentros con la que se entiende que es su propia tradición: realismo, preciosismo estilístico y ética de los sentimientos.

Pues bueno.