Laura Ferrero y José Ángel Mañas. Fotos: Jordi Bernardó y Asís Ayerbe

Laura Ferrero y José Ángel Mañas. Fotos: Jordi Bernardó y Asís Ayerbe

Jardines colgantes

¿Es más real la ficción que la realidad?

Digámoslo de una vez: la sátira es un termómetro de nuestra vida social. Un déficit de humor nos llevaría a una situación preocupante. Porque, claro, escribir una novela no es freír un churro. Lo esencial es que alguien te entienda

29 mayo, 2023 02:17

Gustavo Martín Garzo cree que en la literatura española de hoy “hay un exceso de apego a la realidad”, lo que a veces le produce “fatiga”. El escritor, que publica El último atardecer, explica a Juan Cruz (El Periódico de España) que “a mí me interesa lo que, dentro de la realidad, no es real. Lo que es capaz de desvelarnos el secreto de eso. El mundo del deseo, del sueño, de la imaginación en definitiva. Seres que parecen reales pero no existen. Eso me fascina. Es que a mí me gusta mucho fabular”.

En su novela Los astronautas, Laura Ferrero reconstruye su propia biografía. “Es un artefacto y es una invención”, dice a Antón Castro (Heraldo de Aragón). “Me hubiera encantado hacer una novela donde los datos y la investigación hubieran sido el corpus, lo más importante –aclara la escritora–. Lo que ocurre es que, cuando no tienes acceso a esos datos o a esos hechos más concretos, no te queda otra que decir si la realidad no me sirve para contar la realidad tendré que inventarla. Me parece que es más real este andamiaje de Los astronautas que la propia realidad”.

“Si la realidad no me sirve para contar la realidad tendré que inventarla”

Laura Ferrero

Por su parte, Marta Carnicero está convencida de que “la ficción es imprescindible y es legítima”. En una entrevista con Anna María Iglesia (Crónica Global), la novelista asegura que “la ficción te dota de legitimidad para hablar de ciertos temas, porque te permite ir más allá de la experiencia personal para profundizar en ciertas realidades, como la violación en las guerras [se refiere al tema de su nueva novela, Matrioskas], tan recurrente a lo largo de nuestra historia y que tantas víctimas ha provocado”.

El escritor mexicano Jorge Volpi echa de menos el humor. Manifiesta a Pablo Bujalance (Diario de Sevilla) que “la sátira es un termómetro fiable de nuestra vida social”. “Que la sátira se burle de cualquier cosa, especialmente de los discursos establecidos, siempre resulta saludable –opina el autor de Enrabiados–. Ante un déficit de humor solo podemos concluir que estamos en una situación preocupante. Lo vemos en nuestra literatura (...) parece que nos volvimos decididamente serios”.

Maialen Ferreira (elDiario.es) pregunta a Eva G. Sáenz de Urturi si tiene algún proyecto en marcha. “Estoy acostumbrada a que esa pregunta sea la última en las entrevistas y me parece muy poco realista –responde la autora de El ángel de la ciudad–. A mí me gusta poner en valor lo que supone escribir una novela, no es freír un churro. Nadie tiene ni la menor idea de todo a lo que un escritor tiene que renunciar para escribir una novela. El que escribas una novela y que la prensa o los lectores te pregunten por la siguiente me parece tal falta de respeto… Me parece una falta de respeto absoluta (...) Una novela está escrita con la sangre de un ser humano”.

“El escritor español pasa penurias: está condenado a un tipo de bohemia triste”

José Ángel Mañas

Tal vez por eso José Ángel Mañas escribe en Ethic que “el escritor español pasa penurias: está condenado a un tipo de bohemia triste, castiza y a ratos sencillamente deprimente“. Y eso, según el autor de Guerrero, que “sigue teniendo un prestigio social importante y un aura resplandeciente”, pese a que “España es un país donde no se lee”. “El escritor español –añade– aspira a ser un intelectual (...) con el problema de que la tribuna o púlpito que se le concede no va acompañada del interés social. Faltan parroquianos. El resultado es un aparentar y no llegar, un quiero y no puedo, y –lo más importante– un tener ínfulas y galas, pero no dinero”.

P. S. Entrevistado por Paula Corroto (El Confidencial), Michael Ignatieff, dilucida cómo la cultura puede servir de consuelo. “El desesperar es sentir que estás solo, y el consuelo es la sensación de que alguien entiende tu sufrimiento –asegura el autor canadiense–. En algunos casos, nadie que te rodea entiende que estás sufriendo. Yo lo que digo con el libro (En busca del consuelo) es que hay alguien que sí que te entiende. Esa persona quizás haya vivido hace 2.000 años o puede que sea un pintor en una ciudad de Toledo hace 500 años y puedes ir al Prado o a Toledo y ver esas pinturas que muestran exactamente lo que tú sientes, y eso te consuela. A mí al menos me consuela”.

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