Los ministros de Cultura y Francia, Miquel Iceta y Rima Abdul Malak, en el Museo Reina Sofía el 12 de septiembre de 2022. Foto: Eduardo Parra/Europa Press

Los ministros de Cultura y Francia, Miquel Iceta y Rima Abdul Malak, en el Museo Reina Sofía el 12 de septiembre de 2022. Foto: Eduardo Parra/Europa Press

DarDos

Política y cultura: ¿por qué nunca es un tema de debate durante las elecciones?

¿A qué se debe este fenómeno? ¿Son los políticos o son los votantes los desinteresados? ¿Por qué no es una prioridad?

Jon Juaristi César Antonio Molina
20 junio, 2023 03:17
Jon Juaristi

Jon Juaristi

Silencio

Jon Juaristi
Escritor. Exdirector de la Biblioteca Nacional (1999-2001) y del Instituto Cervantes (2001-2004).

Yo creo que, en ese milieu que se suele llamar Cultura, las elecciones solo inquietan a los que viven de las subvenciones o buscan vivir de ellas. Hay másteres para especializarse en el oficio. “De gestión cultural”, parece que se llaman, aunque son más conocidos como “digestión cultural”. Pasé por una experiencia inolvidable hace casi veinte años, en marzo de 2004.

Como se recordará, un atentado con muchos muertos cambió el resultado, previsto por casi todas las encuestas, de unas elecciones legislativas que se celebraron pocos días después. Yo dirigía entonces un organismo público dedicado a la difusión de la enseñanza del español y de la cultura –así, a granel– de los países de lengua española. Dicho organismo contaba con muchos empleados, en España y en el extranjero.

Sucedió que, tras las mencionadas elecciones, los más notorios lameculos que había tenido a mis órdenes se apresuraron a someterme a un linchamiento moral, mediante manifiestos públicos en los que me ponían de fascista, racista y antiislámico. Debo reconocer que no se me acusó en ellos de acoso sexual ni de pederastia. Eran otras épocas.

Lo más curioso de la presente coyuntura es el mutismo de la peña digestiva, sumida acaso en el estupor y en el desconcierto ante los chunamis regionales del veintiocho de mayo

Pero desde entonces me quedó muy claro de qué percal es la mayoría de la gente que vive de ordeñar las ubres públicas con el pretexto de elevar el nivelazo cultural de las masas y salvarnos de la ignorancia medieval crónica en la que nos sumieron, de consuno, la Iglesia con sus Coros y la Sección Femenina con sus Danzas.

Se recordará también la persecución que montó el mundillo de la farándula, por las mismas fechas, contra el todavía presidente Aznar y contra la derecha en general, a la que exigían aislar mediante un cordón sanitario (curioso precedente del confinamiento experimental al que el gobierno sanchista sometería en el futuro y con el pretexto del bicho, a toda la población, de derecha, de izquierda y mediopensionista, pero, sobre todo, a la pensionista).

Lo más curioso de la presente coyuntura es el mutismo de la peña digestiva, sumida acaso en el estupor y en el desconcierto ante los chunamis regionales del veintiocho de mayo. Desalentada quizá por la bronca de navajeros entre las bandas de la zurda, a donde la inclina su condición parasitaria. Tal vez afligida al constatar la inconstancia de la bestia social. Atribulada, probablemente, a causa de la inminencia de pésimos tiempos para la lírica.

En otros de mayor temor de Marx, el gobierno se habría apresurado a montar un Congreso de Intelectuales, como el de Valencia/Madrid/París de 1937, en el que la II República invitó a marisco a la crema de la intelectualidad planetaria (excluyendo a André Gide). Frente a la amenaza fascista, qué menos. Pero, hoy, un evento como aquel incidiría muy negativamente en el cambio climático. Y los fachas actuales son tan retorcidos que hablarían de un holocausto de gambas para desacreditar a la democracia social. Así que la Cultura guarda silencio, como el Ebro al pasar por el Pilar (la Virgen está dormida, no la quieras despertar, no jodamos). 

César Antonio Molina

César Antonio Molina

Otra oportunidad perdida

César Antonio Molina
Escritor. Exdirector del Instituto Cervantes (2004-2007) y exministro de Cultura (2007-2009)

En las próximas elecciones generales, en medio de una trifulca política que jamás habíamos visto tan elevada, de nuevo la Cultura pasará de puntillas en los agrios debates. La Cultura y la Educación deberían estar protegidas por un Pacto de Estado que, previsiblemente, nunca llegará. Y no solo porque derecha e izquierda sean incapaces de ponerse de acuerdo, sino porque también los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos subterráneamente lo bloquean. Piensan que un acuerdo así les interrumpirían las cuestiones lingüísticas, así como la libertad para seguir enseñando una historia ficticia.

Si el actual gobierno pierde, nos enfrentaremos a la novena o décima Ley de Educación en menos de cuatro décadas. Cada una de ellas no habrá sobrevivido ni tres años. Por otra parte, este gobierno Frankenstein, ha tenido cuatro ministros de Cultura. No ha salido ni siquiera a uno por año. ¿Se puede llevar a cabo así un proyecto a gran escala? Este último ha actuado como un comisario político. Se ha dedicado a evitar que su departamento moleste a los socios de gobierno.

El ministro de Cultura, ni siquiera autodidacta, tuvo la idea genial, afortunadamente abortada, de investigar todas las obras que “habíamos robado” los españoles y permanecían en nuestros museos. No las ingentes que nos robaron a nosotros y están en museos extranjeros. Evidentemente, las devoluciones saldrían de instituciones madrileñas y no catalanas. Con estas y otras muchas ideas peregrinas aún no sé cómo nuestra Cultura sobrevive. Pero también tiene la culpa, y mucha, nuestra intelectualidad mendicante. Por ejemplo, ¿cuántos escritores y artistas han levantado la voz contra la presencia de pactos contra natura?

Nuestra cultura languidece. Si uno investiga en la bibliografía contemporánea extranjera nuestra presencia es inexistente.
¿Y qué decir de nuestras universidades en las listas internacionales?

Nuestra Cultura es lo más importante que tenemos. Y, además, arrastramos dos compromisos. Uno con Hispanoamérica y otro con Europa. A ambos mundos también pertenecemos. Mientras, el Instituto Cervantes languidece por puros intereses particulares y prepara actos que para nada están en sus fines. Para celebrar el inicio de la presidencia española, junto con nuestra embajada en los Países Bajos, organiza un espectáculo denominado Flamenco Queer. ¿Nos imaginamos a la RAE organizando sesiones de académicos españoles o hispanoamericanos queer?

La Cultura, para este gobierno, ha sido un mero instrumento de palo y zanahoria. ¿Qué recordaremos de lo que se ha llevado a cabo? Por ejemplo, la trasformación del Reina Sofía en un escaparate de la difunta Podemos. Un instrumento ideológico de unas minorías mínimas. Un Pacto de Estado sería fundamental y nos evitaría muchas injusticias y vergüenzas. Pero, lamentablemente, no se llevará a cabo.

Nuestra cultura languidece. Si uno investiga en la bibliografía contemporánea extranjera, acerca de temas fundamentales, nuestra presencia es inexistente. ¿Y qué decir de nuestras universidades en las listas internacionales? Si gana la derecha estas próximas elecciones, que no vuelva a poner al frente de la Cultura a abogados del estado aburridos, acomplejados, sin conocimientos ni ilusiones y aterrorizados.

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