Foto: Francesco Ungaro / Pexels

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¿Sigue presente lo religioso en las artes?

Arte religioso en un siglo laico. A pocos días de que la imaginería religiosa clásica salga de nuevo a las calles de ciudades y pueblos nos preguntamos: ¿cómo conecta lo sagrado con la creación contemporánea?

Rafael Argullol José Jiménez
11 abril, 2022 03:05
Rafael Argullol

Rafael Argullol

Rafael Argullol
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Pompeu Fabra. Autor de Mi Gaudí espectral (Acantilado)

Lo sagrado en el arte

Todo arte, en cierto modo, se confronta con lo sagrado en tanto que el arte religioso es propiamente una expresión de la religión. Trataré de explicarme aunque la distinción entre un arte sagrado y un arte religioso es siempre ambigua, a menudo basada en equívocos y prejuicios y dependiente de la tradición cultural de la que se parta. En consecuencia uno no puede escapar al subjetivismo y a la arbitrariedad. Pero en las cuestiones que atañen al arte eso se da por descontado.

Todo arte que aspire a una profunda interrogación de la existencia se confronta necesariamente con lo sagrado. A este respecto las pinturas de Mark Rotkho son un ejemplo de “arte sagrado”

Creo que contemplar un ábside románico o el iconostasio de una iglesia ortodoxa ayuda bastante a comprender qué es el arte religioso. Las maravillosas figuras del ábside o del iconostasio responden a una ritualización estricta. Los pintores despliegan un programa iconográfico sumamente riguroso que trata de atraer al espectador no al entretenimiento sino a la fe.

El arte religioso tiene un objetivo que va más allá de lo estético. Y esto no es solamente válido para las religiones del Libro sino para cualquier religión: lo que nosotros llamamos “arte egipcio” o “arte griego”, de los que apreciamos la imaginación y la belleza, cumplieron en su momento, mayoritariamente, la función de arte religioso. De manera opuesta, cuando lo estético se va convirtiendo en el objetivo principal, el arte deja de ser religioso por más que utilice muchas veces motivos religiosos. Esto es lo que sucede en la civilización europea a partir del Renacimiento: el arte no abandona totalmente los temas religiosos pero deja de ser un arte religioso porque ya no es la expresión de la religión. En las vanguardias históricas del siglo XX, o en el arte de nuestro siglo, abundan las referencias religiosas. Sin embargo sería una exageración hablar de arte religioso. Lo estético tiene la primacía.

En una perspectiva diversa el “arte sagrado”, o, más bien, lo sagrado en el arte es la interrogación de los horizontes trascendentes de la condición humana. Esta interrogación puede ser religiosa o puede no serlo en absoluto. Es más, creo que atañe a la médula de lo artístico y por eso decía, al principio, que todo arte, todo arte que aspire a una profunda interrogación de la existencia, se confronta necesariamente con lo sagrado. A este respecto las pinturas de Mark Rotkho son un ejemplo de “arte sagrado”, y otro tanto sucede con Las elegías de Duino de Rilke o con El viaje de invierno de Schubert.

El “arte sagrado” interroga al mundo; el “arte religioso” da una respuesta sobre el mundo. Éste apela a la fe; aquél se asombra con el misterio.

Si se acepta esta distinción se advierte asimismo que el conflicto más radical que tiene nuestra época es con el “arte religioso” y no con “lo sagrado en el arte”. La práctica inexistencia de arte religioso tiene que ver con la situación del hecho religioso tras la drástica secularización de los últimos siglos. Sin una religión activa y con un componente místico altamente ritualizado no puede haber arte religioso, salvo casos muy individualizados. No es lo mismo en relación a lo sagrado: mientras exista el arte existirá la necesidad de hacer visible lo invisible y expresable lo inexpresable. Y no faltarán los artistas que lo intenten.

José Jiménez

José Jiménez

José Jiménez
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la UAM. Autor de Crítica del mundo imagen (Tecnos)

Imágenes de la humanidad

A lo largo de milenios, la expresión de los sentidos de la vida humana ha tenido como soportes fundamentales la celebración de ceremonias o rituales, y ulteriormente la proyección en ámbitos y figuras externos a la humanidad, donde se situaba el origen de las vidas humanas, su creación en unidad con el resto del mundo sensible.

En esta época convulsa donde más se puede apreciar el eco de lo religioso es en los deportes masivos, en especial en el fútbol, donde continuamente vemos a los creyentes mirar hacia los cielos

Esas dimensiones han tenido en todo momento un eco profundo en los diversos ámbitos de representación: verbal, literario, musical y visual. De las pinturas rupestres y las máscaras ceremoniales como testimonios de las celebraciones de lo que transciende la humanidad, se acabó pasando a una fijación que fijaba la transcendencia en la palabra sagrada, la visualización de los símbolos y los sonidos, que nos llevarían directamente más allá del mundo en el que habitamos. Todo ello dio lugar a una impregnación profunda de lo religioso en las diversas prácticas artísticas, cuando ese espacio de la representación sensible se plasmó desde sus orígenes en la Grecia Arcaica, entre los siglos VII y V a. de C. hasta llegar a la actualidad, donde las artes siguen plenamente vivas y activas.

Las iglesias y catedrales, la música y la pintura religiosa, los textos que recogen y transmiten la palabra sagrada forman parte central de las raíces genealógicas de aquello que somos: las artes actuaron en nuestra tradición cultural en un nexo profundo, en el ámbito del Cristianismo. Y algo similar puede también decirse respecto a las diversas tradiciones culturales de Asia. Muy diferente fue, en cambio, el proceso en las tradiciones islamistas, en las que se prohibía y se sigue prohibiendo la representación visual de lo transcendente, aunque sí se aceptaban y se continúan aceptando las prácticas ceremoniales como experiencias profundas de lo sagrado.

¿Sigue siendo hoy tan intensa la articulación de lo religioso con las artes...? En mi opinión, no: ya no es así. En el ámbito de globalización cultural que estamos viviendo, las creencias religiosas y las prácticas ceremoniales que invocan la transcendencia de lo sagrado son cada vez más tenues. En esta época convulsa donde más se puede apreciar el eco de lo religioso es en los deportes masivos, en especial en el fútbol, donde continuamente vemos a los creyentes mirar hacia los cielos y unir sus manos hacia arriba, rogando no por la vida eterna sino por la victoria en la contienda deportiva.

En un proceso que arranca con la Ilustración en Europa, con el Siglo de las Luces, para situarse en el ámbito de experiencia de la vida los seres humanos hemos ido situando progresivamente nuestra mirada no en la transcendencia sagrada de lo divino, sino en nosotros mismos, en la propia humanidad. Es algo que formuló ya filosóficamente en el siglo XIX Friedrich Nietzsche cuando habló de la muerte de Dios. Y es eso lo que se plasma y se despliega hoy en el conjunto de las artes: siendo central su papel en la fijación y transmisión de los sentidos de la vida, lo decisivo ahora es hacernos ver que los seres humanos nos construimos a nosotros mismos. En lugar de transmitir el eco de lo sagrado, lo decisivo es trazar desde nosotros mismos las líneas de nuestras vidas, de nuestro destino: las imágenes de la humanidad.

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