Imagen | ¿Son todas las opiniones iguales?

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DarDos

¿Son todas las opiniones iguales?

La semana pasada, Steiner reivindicaba en El Cultural la importancia del crítico frente al lector común. Pero, ¿no parecen hoy, gracias a las redes, iguales todas las opiniones? ¿Ha llegado el momento de que el sabio, el experto, recupere su lugar?

1 febrero, 2021 10:27

Nadal Suau
Crítico y escritor. Autor de Temporada alta (Sloper, 2020)

No una torre, sino un territorio

Encuentro en Twitter un vídeo que muestra a Umberto Eco caminando durante un minuto por su biblioteca hasta dar con el libro que busca. Es imposible calcular cuántos volúmenes contienen aquellas estancias. Impresionan. Se me ocurre que una persona sensata se lo pensaría dos veces antes de entablar debate con el dueño de semejante acumulación de conocimiento. Claro que, a menudo, pensar dos veces es tan importante como una buena bibliografía. A fin de cuentas, incluso él debía equivocarse cada tanto, y además el beneficio de la lucidez es transversal: el rayo de Júpiter gobierna a los hombres e ilumina a quien le da la gana. Ya al margen del añorado Eco, Carlo M. Cipolla dejó dicho que la proporción de tontos es la misma en todo colectivo humano, tanto da si catedráticos o futbolistas: alta. Nunca encontré razones para discutirlo, así que cuidado con depositar expectativas excesivas en quienes encarnan el papel de experto.

Más importante que esa estadística es cuestionarse el sentido de lo jerárquico: no creo que la mirada del experto deba situarse en lo alto de una pirámide del gusto que, de todos modos, sería más fantasía que realidad tangible. No veo mal la multiplicación de voces, modos y espacios en la conversación cultural: a fin de cuentas, si la palabra del crítico no va a misa, tampoco lo harán las estrellitas en Goodreads, los likes en redes sociales o el ingenio de un tuitero. Más bien, juntos conforman un ecosistema complejo y ruidoso que el lector puede recorrer para discernir qué le divierte o aprovecha, y luego regresar a casa. Ese ecosistema no es una torre vertical coronada en las alturas por Bloom con ignorantes amas de casa sentimentales (arquetipo por excelencia del prejuicio cultural) en la planta baja, sino una orografía en la que cada relieve goza de alzada propia, encanto diverso, peligros intransferibles.

La mirada especializada o erudita ha de configurar un espacio propio, diferenciado y respetado. Su utilidad, la densidad de sus resultados, no son homologables con otras formas de leer ni de opinar

Y ahora que ya he establecido qué metáfora conviene a mi argumento, convengamos en que el terreno de la crítica goza de una fertilidad especial: las ideas arraigan en un subsuelo profundo, los ciclos son largos, abundan las sombras… ¿Ven? Un experto en agricultura sabría ahondar en esa imagen; yo, que no he pisado un huerto en mi vida, ya resoplo de agotamiento. Lo que intento decir es que la mirada especializada o erudita ha de configurar un espacio propio, diferenciado y respetado. Su utilidad, la densidad de sus resultados, no son homologables con otras formas de leer ni
de opinar; las preguntas del (buen) crítico que conoce la tradición o invierte horas en su análisis son de una imaginación inconfundible y necesaria: piensan el mundo, no un libro y luego otro y luego otro… Y se echan de menos, hoy que escasean mientras la publicidad lo define todo.

Pero, ¿son la Universidad, los medios profesionales, los grandes editores y curadores, quienes acogen esas preguntas en 2021? ¿O habrá que buscar allá donde aún no ha llegado ese tipo de prestigio que, a fuerza de certezas, mata la voluntad de pensar dos veces? Esta es la sospecha que afrontan los detentadores convencionales de la condición de autoridad cultural, y harán bien en responder con espíritu crítico, es decir, autocrítico.

Luna Miguel
Poeta, ensayista, novelista y editora. Autora de Caliente (Lumen, 2021)

Bocatuit-orejastorie

Érase una vez una escritora que contó muy crudamente lo que de niña le enamoraba de otra niña. Su historia de amistad y de pasión era caótica, lo que no quiere decir que no estuviera muy bien pensada, muy bien escrita; y lo que tampoco quiere decir que esa buena escritura tuviera que ver con el respeto a las normas de la RAE, sino más bien a su transgresión desde lo local y lo vocal.

Por mucho que nos empeñemos en forzar los algoritmos, puede que no haya crítico, suplemento o estrategia de redes que pueda, jamás, imitar la fuerza del 'bocatuit-orejastorie'

Habrá quien no sepa de lo que estoy hablando, pero sobre todo habrá quien se haya dado cuenta de que esa escritora no es otra que la canaria Andrea Abreu. El cuento de Abreu no es de hadas, sin embargo, porque érase una vez también una escritora que para hablar públicamente del éxito de Panza de burro, su primer libro –con 20.000 ejemplares vendidos, y sigue sumando– se enfrentó a una serie de recriminaciones y paternalismos propios de todo aquello que “lo peta” sin haber pasado antes por los filtros establecidos, esto es, por las instituciones culturales a las que normalmente seguimos sin preguntarnos por qué.

Resulta que Panza de burro lo ha petado por una técnica de promoción de la cultura bien antigua, el boca-oreja, cuyo entusiasmo se avivó por otra técnica de promoción de la cultura mucho más nueva, la viralidad en internet. Que la novela de Abreu haya aparecido hasta la saciedad en stories de Instagram o que se le hayan dedicado hilos y más hilos elogiosos en Twitter, sólo es un síntoma de que por mucho que en los medios de comunicación existan expertos relevantes, la recomendación honesta del tú a tú y la influencia del gusto de nuestros cercanos, seguirá teniendo un peso fundamental. La sola pregunta de si un profesor, un académico, o un escritor venido a reseñista es más apto que un lector anónimo a la hora de recomendar un producto cultural, ya contiene una trampa porque, ¿acaso no son compatibles? ¿Acaso la escena cultural no la conforma este equilibrio, esta balanza entre lo que el mercado dice que debemos consumir, lo que la crítica precisa que debemos consumir y lo que el público, por su cuenta, decide consumir?

Me atrevería a decir que érase una vez un crítico de un gran medio que ante el apabullante éxito de un texto publicado en una editorial pequeña, a manos de una escritora muy joven y aún así leída por miles de personas, fascinadas todas ellas por su radicalidad y sus bondades, se atrevió por fin a escribir esa elogiosa reseña que la marea inacabable de novedades editoriales no le habían permitido redactar.

La pregunta que deberíamos hacernos, entonces, es de dónde surge esa chispa de lo espontáneo. Cuál es el secreto que nos permite conjugar lo popular con lo académico. ¿Dónde está la intersección entre el “libro más valorado por la crítica” y el “libro más valorado por la masa lectora”? Tal vez ni siquiera haya respuesta. Pues por mucho que desde esta industria nos empeñemos en forzar los algoritmos, puede que la verdadera magia sea cosa sólo de una vez, y que no haya crítico, suplemento o estrategia de redes que pueda, jamás, imitar la arrolladora fuerza del bocatuit-orejastorie