Juan Bonilla Berta Vias Mahou

Juan Bonilla Berta Vias Mahou

DarDos

El descanso final de Antonio Machado

El aniversario de la muerte de Antonio Machado y la visita de algunos políticos al cementerio de Colliure han reavivado el debate sobre qué hacer con la memoria y los restos de los exiliados. Vieja polémica, en la que hoy tercian los escritores Juan Bonilla y Berta Vias Mahou

7 marzo, 2019 23:00
Juan Bonilla
Poeta, novelista y editor

Dejemos a los muertos en paz

Para mantener viva la memoria del exilio, lo que no se puede hacer es robarles a los muertos su condición de exiliados: sería como dar por bueno que el asesino es dueño del cadáver que ha producido. Si la muerte se interpone entre un exiliado y su regreso, no veo razón alguna para, transcurrido el tiempo, saltarse ese episodio y corregirlo, y no es que yo crea, como decía Unamuno, que en la muerte es donde se revela el misterio de la vida, lo que le servía para ver la entidad de su quijotesca vida en el modo de morir de Alonso Quijano (de hecho, siempre me ha parecido una inmensa tontería de la que me acuerdo cada vez que muere un niño, cada vez que hay un accidente aéreo). Es más bien que me parece que a los muertos hay que dejarlos en paz y rendirles tributo si lo merecen, no traerlos cerca de casa para que nos sea más fácil y accesible hacer una visita cuando llega noviembre o se cumplen cincuenta o setenta años de.

"Creo que eso de repatriar cadáveres de exiliados es afición a la que sólo ceden regímenes que necesitan de la propaganda para aliviar conciencias"

Ir a Port-Bou a ver el impresionante memorial a Benjamin que diseñó Karavan o asomarse a su tumba, ir a Colliure a homenajear a Antonio Machado, me parece más sensato y justo y necesario que el hecho de recuperar para Alemania o España los restos de seres a los que España y Alemania hicieron huir para, en esa huida, encontrarse con la muerte. Ya sé que esas tumbas se vuelven turismo, pero no es culpa suya sino de la época, y cambiarlas de sitio tampoco las libraría de esa penitencia. En México, quizá mirándose al espejo, a primera hora de la mañana en el baño, la muerte cazó a Luis Cernuda, y en México está enterrado, y sería un despropósito tratar de hacerlo regresar ahora a su Sevilla natal. En Montreaux está enterrado Nabokov: ¿se imaginan que tratan de devolverlo al San Petersburgo donde estaba el paraíso de su infancia y del que tuvo que huir? ¿Se imaginan que, cuando llegue la hora, que llegará, La Habana pide repatriar a un Guillermo Cabrera Infante que no sólo no pudo regresar nunca a su isla sino que durante años padeció que en su isla se prohibiera la lectura de sus libros?

Creo que eso de repatriar cadáveres de exiliados es afición a la que sólo ceden regímenes que necesitan de la propaganda para aliviar conciencias -o meramente convertir la muerte lejana en negocio particular. Por ejemplo, el franquismo consintió que se trajera de vuelta a Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en el año 58. Una multitud recibió los ataudes en Barajas. Otra los recibió en Sevilla. Y ahora podemos visitar su tumba en Moguer, aunque sus muertes sigan allí, al otro lado del mar, en San Juan de Puerto Rico. No sé qué hubieran dicho ellos -partidarios de la inmensa minoría- de aquella apoteosis franquista.

En cualquier caso, se trata de respetar voluntades -tanto de los difuntos, si hubieran dejado dicho algo acerca de dónde quisieran que reposaran sus restos, o de sus familiares. En ningún caso creo que sea asunto de un Estado o un Gobierno en aras de corregir la historia con la pretensión de ejercer la justicia tardía, ese oxímoron.

Berta Vias Mahou
Novelista

El último trayecto del poeta

Decididamente atea, no soy necrófila, a pesar de mi temprana e incurable pasión por las momias y las tumbas. Como no me siento patriota o machadiana, ni de Antonio ni de Manuel, aun admirándoles. Y mucho. La mitomanía no está entre mis virtudes o defectos. Con ello declaro que en este debate no entran en juego mis prejuicios. Sin embargo, ante un dilema como éste, si me presionan un poco, puedo tomar posición. De modo que: Sí. Los restos de Antonio Machado deberían venir a España. Porque es lógico que el espíritu del cantor andaluz de los campos de Castilla, encarnado hasta donde ello sea posible en una lápida de nueva factura, repose allí donde aún le importa a alguien.

En una polémica, sea cual sea, se pueden esgrimir ejemplos de todo pelaje. Napoleón Bonaparte nació en Córcega y murió en la isla de Santa Elena, pero lo que quede de él está en París para que algunos puedan rendirle culto con cierta comodidad. A Franco, que nació en Galicia y no murió en nuestra horrible guerra civil, están a punto de sacarlo del Valle de los Caídos. Y no sé si sería mejor que se quedara ahí. Cuando quisieron trasladar a Albert Camus al Panteón de París me alegré de que al final no se moviera del pequeño cementerio de Lourmarin, donde su hijo quiso que siguiera enterrado. Y, por supuesto, estoy con el escritor francés, que condenó los eufemismos de los que tanto se abusa, cuando invocamos deudas con la sociedad, expiaciones de culpa o a la justicia histórica.

"Tú, que lees estas líneas, ¿sientes que con el traslado se repararía alguna injusticia? Quizá ese último trayecto sirva para llamar la atención acerca de que toda vida es un viaje "

Desde el día 22 de febrero del año 1939, al poeta Antonio Machado no le afecta ya nada de lo que suceda en nuestro frágil y mínimo mundo de los vivos. Nada ya se puede hacer para darle satisfacción o consuelo. La cuestión es otra: Tú, que lees estas líneas, ¿sientes que con el traslado sanaría alguna herida? ¿Que se repararía alguna injusticia? Nadie va a hacer la encuesta, y si se hiciera, tan desprestigiadas como están, y con razón, tampoco serviría de mucho. Así que reitero mi opinión. El cadáver de Antonio Machado debería venir a España. Porque en el resto del mundo ya no le importa a casi nadie. Y aquí sí. A muchos. Y aunque sólo fuera para avivar el respeto y la consideración hacia alguien que dedicó sus afanes y su probado talento a tratar de hacernos menos provincianos, a darnos razones para huir del mito empobrecedor del terruño.

Quizá ese último trayecto, aun arbitrario y extemporáneo, sirva para llamar la atención acerca de que toda vida es un viaje, lo que nos convierte a todos en huérfanos y apátridas, más aún a los exiliados. Colliure tampoco me parece mal sitio. Nacemos y morimos en lugares absurdos. O muy apropiados, según se mire. Por lo demás, el autor de Campos de Castilla o Soledades, cuando dijo que quería regresar a nuestro país quizá se refería a hacerlo vivo. Y eso ya lo hace. Cada vez que leemos una de sus páginas. O recordamos alguno de sus versos.