Imagen | Museos y franquicias

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Museos y franquicias

Veinte años después de la apertura del Guggenheim Bilbao, nos hemos acostumbrado a los museos “franquiciados” y a sus colecciones viajeras. Pero, más allá del reclamo turístico, ¿qué aportan al tejido artístico? Responden el director artístico Benjamin Weil y el artista Rogelio López Cuenca

17 diciembre, 2018 13:04
Rogelio López Cuenca
Artista

Franquimuseos

Veinte años después de la inauguración del Guggenheim de Bilbao y tras la estela de las descalabradas operaciones millonarias a que diera lugar su emulación en las más variadas capitales de provincia, cuesta creer que el espejismo de su exportación necesite seguir siendo discutido.

Una interpretación interesadamente apresurada y simplista del poder taumatúrgico del ladrillo -o del titanio- en aleación con la firma de un starchitectdisparó las fantasías de no pocos alcaldes por pasar a la historia (o simplemente repetir mandato) por ese atajo de “poner en el mapa” su ciudad como “marca” en medio de la lucha global por captar visitantes e inversiones.

Las particularidades con que en distintos momentos y lugares se han acometido estos “proyectos emblemáticos” no disimulan su compartida raíz y finalidad. El aterrizaje de la franquicia de un museo de -más o menos- renombre no difiere en lo esencial del de una tienda de cualquier otra marca afamada (da igual lujo o low cost, Starbucks o Vuitton) o de un evento espectacular (la visita del Papa o la vuelta ciclista). No son sino señales dirigidas a llamar la atención de losmedia. Son anuncios. Publicidad comercial. Y lo que venden es la ciudad misma.

"El cortoplacismo que rige la explotación publicitaria de estas estrategias “culturales” no deja sitio a proyectos de más largo recorrido. El esfuerzo se vuelca en el display y el photocall"

El error fundamental al acercarnos al fenómeno de los franquimuseos radica en el peso -el poso- de prestigio, de capital simbólico, que todavía conservan, e irradian, las ideas de museo y de cultura. Pues estos -preferiblemente icónicos- edificios que así se hacen llamar son ya otra cosa: forman parte del mismo programa de creación o ampliación de otras infraestructuras, como las de transporte -aeropuertos, alta velocidad…-, hoteles, o palacios de ferias y congresos. Todo al servicio y para beneficio de la industria turística. Estos dizque museos -expresos monumentos al colonialismo cultural-son la enseña de la subordinación de la cultura a los requerimientos del capitalismo neoliberal, que no entiende ni valora más que el precio, ni contempla cosa otra que no sea mercancía. Y la eficacia de la monetarización de la cultura -o de la ciudad toda- exige una economía extrema que aplane y homologue cualquier anomalía, cualquier ruido. Se ha aplicado con acierto el término macdonalización a este proceso que -paradójicamente, pues corre en paralelo a la enfatización de su excepcionalidad a fin de distinguirse y competir con otras ofertas inevitablemente similares- uniformiza, automatiza y hace tranquilizadoramente previsible toda experiencia.

El cortoplacismo que rige la explotación publicitaria de estas estrategias “culturales” no deja sitio a proyectos de más largo recorrido. Entre la siembra y la cosecha de la gloria y de los réditos de la aprobación pública no hay tiempo que perder. El grueso del esfuerzo y los recursos se vuelcan en el display y el photocall. Y la cultura, ¡ay!, y el papel y el trabajo de un museo se parecen -querámoslo o no- y tienen mucho más en común con los ritmos y los tiempos de la vieja agricultura que con el arte del escaparatismo.

Benjamin Weil
Director artístico del Centro Botín

Enjambre de museos: las colecciones expandidas

Hace 21 años, la inauguración del Museo Guggenheim en Bilbao marcó el comienzo de una era en la que los grandes museos del mundo comenzaron a abrir sucursales en otros países. Antes de eso, el mismo Guggenheim ya había abierto otro espacio en el sur de Manhattan (SoHO), siguiendo el ejemplo del Whitney que entonces tenía la sede de Philip Morris y otra en la zona de Wall Street. El objetivo en ambos casos era poder mostrar más obras de arte contemporáneo y, también, llegar a nuevas audiencias en un contexto diferente: el Whitney abrió sus dos sucursales en el corazón de barrios en los que la gente trabaja, intentando así repensar la función del arte y que el acceso fuera durante la jornada laboral. Hasta entonces, la mayoría de los museos estaban ubicados en barrios residenciales, lo que implicaba que la visita al museo era durante el tiempo de descanso, con un enfoque de ocio. Dos décadas después, muchos más museos y fundaciones han seguido la misma estrategia con objetivos similares: diseminar los fondos que, de otra manera, quedarían almacenados, y compartirlos con audiencias cada vez más diversas.

El Guggenheim Bilbao también marcó un cambio interesante en las estrategias de planificación urbana. Su ubicación en un área que estaba siendo completamente reformada no fue por accidente, y los efectos positivos sobre la dinámica del vecindario circundante son innegables. De la misma manera, la decisión de las autoridades públicas francesas de construir una filial del Louvre en la ciudad de Lens -un antiguo pueblo minero golpeado por el cierre de minas de carbón- tenía la intención de brindar a la ciudad una nueva oportunidad para el crecimiento económico. El asentamiento del Centro Pompidou en Metz resultó de un tipo de pensamiento similar. En ambos casos, fue una oportunidad para los museos el poder investigar nuevas formas de exhibición y reflexionar sobre la importancia de la investigación museológica en el intento de acercar a nuevas audiencias los tesoros de su colección, tal vez de una manera más informal.

"Su estrategia es diseminar los fondos que, de otra manera, quedarían almacenados y compartirlos con audiencias más diversas"

La reciente apertura del Centro Pompidou Málaga, y/o de Kanal (su sede en Bruselas), quizás marcan una nueva etapa en esta política de desarrollo, ya que ambas ciudades tenían una oferta cultural bastante rica. Sin embargo, parece que, en ambos casos, el establecimiento de un nuevo espacio para el arte moderno y contemporáneo proporciona un complemento importante al panorama que ofrecen los museos existentes. De manera similar, Santander pronto acogerá un nuevo espacio de arte que presentará los extraordinarios fondos del Archivo Lafuente en un centro asociado del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que se instalará en la antigua sede del Banco de España una vez rehabilitado el edificio. Aunque aún se desconocen los detalles sobre el programa que incluirá, se supone que el archivo recopilado por el famoso coleccionista cántabro vendrá contextualizado con una selección de obras del gran museo madrileño. En todos estos casos, el enriquecimiento de la oferta cultural fomenta un mayor interés por el arte y eso, sin lugar a dudas, nos beneficia a todos.