Debate. En la sobremesa soleada, alguien dijo que equis poema era bonito, a lo que otro alguien replicó que decir de un poema que es bonito es decir poca cosa. Todavía más, que calificar de bonito un poema es, en cierto modo, ningunearlo, hacerlo de menos. Quien así argumentaba dio nombres de poetas conocidos que rechazan el adjetivo bonito para sus versos. Se abrió un debate a favor y en contra de los pobres bonito (no del pescado, riquísimo) y bonita aplicados, eso sí, a las creaciones artísticas.

Puede que decir bonito o bonita no sea decir mucho, si no se dice más, ante una obra de arte, pero a mí me pareció que, en el fondo, los antagonistas de bonito no estaban objetando la palabra, sino el valor e importancia de lo bonito, lo cual me parece peligroso. En plan binario, ¿acaso es preferible lo feo a lo bonito? Eso, con independencia de en qué consista o qué requisitos pidamos a lo uno y a lo otro, tema, por cierto, que, con el creciente rechazo a lo normativo o canónico, está incrementando su dimensión política.

En ésas estábamos, tan ricamente, cuando un tercero apostilló que cada vez existe en el mundo de las artes plásticas una mayor recusación del logro de la belleza como objetivo de la obra de arte. Eso no hay ni que recordarlo. Salta a la vista. Desde hace tiempo.

Propósitos. Hay cada día más propósitos morales, intelectuales, conceptuales, de denuncia y, eso, políticos que desdeñan e, incluso repudian, la belleza en la obra de arte. ¿Bellas Artes? ¡Cosa superada!

Hace años que el crítico y pensador Arthur C. Danto, teórico del fin del arte y del postarte, metió cuchara en este perol con su libro El abuso de la belleza (2003). Radical repudio de la belleza, no, pero ojo a que la belleza no vaya a ser ni la meta ni, por supuesto, la condición que determine el reconocimiento de la obra de arte como tal.

Es obvio que todo artista ha tenido –o ha sido urgido a que tenga– otros presupuestos más allá o más acá de la obtención de la belleza. Pero repudiarla, al cien por cien, no parece, sencillamente, la mejor contribución a mejorar el mundo, ideal que no es de obligado cumplimiento, aunque sí más deseable que el de empeorarlo.

Kant pensó mucho sobre la ética y la estética y no vio la necesidad de excluir una en favor de la otra

La ética, con toda seguridad, es tan necesaria como la estética. Kant, por ejemplo, pensó mucho sobre la ética y la estética y no vio la necesidad de tener que elegir o de excluir una en favor de la otra. La Ética es estética y la Estética, con frecuencia, es ética. ¿O es que acaso no se pueden conciliar? Claro que se puede, y esa conciliación ha de pasar por que la ética no derive en prédica y moralina y la estética no desemboque en esteticismo meloso y blandengue. Ética y estética tienen un riesgo común: la beatería cursi.

Lenguaje. Como la ocasión la pintaban calva, en el finde me fui a ver Una bonita mañana. ¿Puede una mañana ser bonita? Por supuesto que sí, como una pradera, una puesta de sol, una camisa o una casa. Y una isla, como la que cantaba Madonna. En el lenguaje coloquial, decimos mil veces bonito o bonita para expresar nuestro aprecio por algo.

Si no tenemos la obligación de proceder con el detalle del crítico académico, ¿por qué no decir, además de otras cosas, de un libro, un cuadro, una sinfonía o una película, que son bonitos? No se trata de pasar un examen, sino de expresar un sentimiento unido a un juicio.

Y sí, explorando la vejez, la soledad y las relaciones afectivas, Una bonita mañana, la película de Mia Hansen-Love, directora de primerísimo rango en el cine europeo actual, es una bonita película. Preciosa, diré para provocar. Tiene belleza, bondad y verdad. En el arte y en todo, no se puede aspirar a más.