Image: Éxitos y desventuras del cliqui-cliqui

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Opinión

Éxitos y desventuras del cliqui-cliqui

18 mayo, 2018 02:00

Gonzalo Torné

Cuando era niño me intrigaba una expresión que usaban los adultos e incluso los profesores (que eran adultos con cargo): "la radio macuto". Me gustaba tanto la expresión que preferí no indagar en el significado y cuando por fin me enteré (se llamaba así a los bulos que se propagaban sin resistencia) se me pasó la ocasión de preguntar quién o qué sería aquel Macuto. No sé si la propagación del rumor es tan antigua como la humanidad pero ya Shakespeare la responsabilizaba de las hábiles variaciones a las que él mismo sometía a la historia de Inglaterra.

Este antepasado de Macuto, el rumor, incluso llega a subir a las tablas, convenientemente personalizado, para declamar un texto expiatorio. De manera que el debate sobre la postverdad (la invención de noticias que de inmediato se toman como ciertas y se llevan a la discusión como verdades contrastadas), un tanto cansino y súmamente interesado, se entendería mejor si en lugar de considerarlo un fenómeno novedoso se estudiase dentro de este marco histórico más amplio.

Parte de los esfuerzos que se le dedican a la postverdad quizás podrían emplearse en estudiar otro fenómeno paralelo, aunque no siempre coincidente, que también se sustenta en una alteración de la realidad: el periodismo (o columnismo, tanto da) cliqui-cliqui. El cliqui-cliqui se dirime y se reconoce en el título de la noticia, y aunque es un fenómeno con varias capas se funda en un truco psicológico elemental: se trata de deformar (o amarillear) tanto como se pueda la noticia para impulsar al usuario (la instancia antes conocida como lector) a entrar con un click en el cuerpo del texto y tragarse la publicidad que sostiene económicamente el chiringuito. El cliqui-cliqui además de impulsar la Era Dorada del Titular Imbécil, ha reformado el vocabulario de la empresa periodística, de manera que ya se puede hablar abiertamente de noticias que "funcionan" en base a criterios cuantitativos constatables, que son menos complejos de gestionar que el rigor, el gusto, la valentía, la ética o la inteligencia... asuntos mucho más resbaladizos.

Contar tranquiliza mucho a quien debe dirigir cualquier cosa en tanto que le ahorra formarse otro criterio; le ofrece un suelo firme, una apoyatura estable; le proporciona una cantidad asociada a un valor, que puede ser menor ("lo estoy haciendo mal") o mayor ("lo estoy haciendo bien") que los guarismos de los rivales. Pero esta cuenta también puede ser un espejismo; por lo visto las cabeceras que superan a sus rivales lo hacen sobre una base menguante de lectores (o clickadores), que van abandonando el barco a medida que se cansan no tanto del amarillismo (que al fin y al cabo les induce a entrar en la noticia) como de ver frustradas sus ansias por artículos que no satisfechos de su enfoque deprimente incumplen también lo que prometen (casi todas las noticias dedicadas a denunciar las inmoralidades que "adornan" las vidas privadas de los escritores se acogen a este modelo, seguro que cada lector tendrá sus favoritas).

Al fin y al cabo, si bien es cierto que todos podemos tener nuestras fases de curiosidad amarillista, no es menos cierto que incluso el amarillismo debería tener una cuota mínima de honestidad. Ser leal con la promesa de miseria que sustenta. Y, por lo visto, ni eso.

@gonzalotorne

Microrrelatos

La editora Belén Bermejo tiene una cuenta de Twitter que se presenta así: "Editora de narrativa y poesía, Espasa. Filóloga. De la UAM y del Ramiro. Siempre llevo un libro de Pe Cas Cor. Hago fotos". Les recomiendo seguirla si no lo hacen ya (@BelenBermejo) por las muchas cosas que sabe, su ánimo de compartir lo que descubre con una curiosidad muy inquieta, y por la sensatez con la que emplea su criterio; pero también por lo que apunta en la última frase de su presentación tuitera, porque "hace fotos", y tiene la gentileza de compartirlas. Mis favoritas componen una serie discontinua que Bermejo llama Microrrelatos, y que sus seguidores esperamos expectantes. Son fotos de apariencia espontánea, urbanas, enfoques sin horizonte, concentradas en peines, zapatos, cabinas de teléfonos, maletas, muebles, contenedores... que se erigen en protagonistas de estas inesperadas naturalezas muertas cuyo denominador común es ofrecer una imagen con un poder de fascinación parecido al de una cicatriz: obligan a la imaginación a reconstruir la historia que condujo a ese estado.