Image: Pisando ceniza

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Opinión

Pisando ceniza

22 mayo, 2015 02:00

Arcadi Espada

Entre las buenas conversaciones de mi vida está la de la noche en que Manuel Arroyo Stephen se puso a contarme aquellos veranos en que iba con Bergamín siguiendo a Rafael de Paula. Una suerte de "verano peligroso" durante algunos veranos franquistas, inciertos y automáticamente metafóricos. El gran editor de Turner ha escrito ahora la crónica de la persecución en uno de sus relatos (y qué feliz me ha hecho la dedicatoria) de su libro Pisando ceniza, un título que tan bien define la textura del camino que emprende el que se pone a escribir sobre su pasado. El relato se llama "Melancolía del torero"y es llamativo que su antihéroe sea, precisamente, Antonio Ordóñez, el protagonista junto a Dominguín de aquel verano de Hemingway, marcado por la hombría y por la sangre. Junto a "Región Luciente", que describe su relación hasta la muerte con el propio Bergamín, es el mejor capítulo de un libro hondo y meditado, cuya escritura adopta a veces la forma de un soliloquio público, hazaña. Y cuya virtud máxima es la del encierro, por utilizar un término también taurino.

Yo, lector, llego a muchos libros como a muchas personas: a toda velocidad, dando derrotes y con ansias de liquidarlo para seguir corriendo por la pradera eterna. Pero a veces se da la rareza de un escritor que fija y emboca, que te apacigua como unos labios y te lleva a un lugar del que no habrá que salir. El encierro de la literatura es extraño. En su evidencia hay que recordar por obligación aquella frase de Félix Grande, después de ver torear a Curro Romero: "Ah, pero cuando ocurre...". La misma corrida, por cierto, que le hizo escribir sobre Paula: "Tarda tantas plazas en pintar una faena inolvidable que estamos condenados a verle de memoria". Cuando aún no sabía que Manuel Arroyo iba a escribir para que lo viéramos siempre al natural.