Image: La cena

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Opinión

La cena

Herman Koch

24 septiembre, 2010 02:00

Los asesinos de la mendiga de Barcelona, crimen en el que se inspira la novela, durante el juicio. Foto: Andrés Dalmau / EFE

Traducción de Marta Arguilé. Salamandra. Barcelona, 2010. 288 páginas, 17 euros


Estamos ante una de las grandes novelas internacionales de la temporada, galardonada en los Países Bajos con el premio al mejor Libro del Año, en la que el holandés Herman Koch (Arnhem, 1953) explora la actitud adoptada por los padres ante las faltas, quizá los errores delictivos, cometidos por su hijo adolescente. Se trata en este caso del asesinato, ¿involuntario?, de una pobre sin hogar. ¿Hasta dónde debe llegar la indulgencia familiar? Perdonamos a los jóvenes que regresen a casa borrachos, incluso el pequeño hurto en una tienda, una mala contestación a la madre, el abuso verbal a un inmigrante... pero, ¿y si cruzan la raya marcada por la ley, por la moral?

Koch vive en España con su mujer e hijo, y aquí precisamente, durante una cena en una terraza con amigos y familiares, mientras los comensales hablaban de esto y lo otro, se le ocurrió que una ocasión similar serviría de escenario novelesco. En efecto, la obra trascurre durante una larga velada en un restaurante de lujo; no se desvela el nombre ni el lugar -aunque bien pudiera ser Ámsterdam-, ni el tiempo en que ocurre, aunque por las referencias al presidente Bush e indicios varios apuntan a mediados de la década pasada. Dos hermanos, Paul Lohman, el narrador de la novela, y Serge, comparten mesa con sus respectivas mujeres, Claire y Babette. Las intervenciones del maître del restaurante, del dueño, de las camareras, parodian la realidad de los lugares pomposos, donde el nombre y el origen de los ingredientes de cada plato es explicado a pie de mesa, a veces con un detallismo próximo a lo cursi, y en que la comida brilla por la belleza de su presentación más que por su contundencia alimenticia. La jornada gastronómica parodia con su carácter de representación con mucho cartón piedra la tragedia que los reúne: tomar una decisión sobre un delito cometido por sus hijos, Michel y Rick.

La trama construida a base de bloques temáticos amplía el efecto de la cuestión central: los hijos del matrimonio han protagonizado un incidente criminal, cuya responsabilidad puede recaer en parte en los padres. Michel y Rick iban de marcha nocturna, cuando, necesitados de dinero para proseguir la juerga, acuden a un cajero en el que una sinhogar, maloliente, tumbada en el suelo, les impide hacer la transacción. Comienzan tirando basuras encima de ella, hasta que finalmente arrojan una lata de gasolina que parecía vacía, y un desafortunado fuego acaba con la indigente, que muere abrasada. A través de las imágenes del suceso, grabadas por una cámara de seguridad, y exhibidas por la policía en un programa de televisión, resulta imposible reconocer a los culpables, pues, a diferencia del incidente real que inspiró la escena a Koch, los capuchones de la sudadera ocultan la cara de los asesinos. Los padres saben, sin embargo, que fueron ellos; Claire, porque su hijo se lo confesó la misma noche del crimen, y Paul, a través del programa de televisión, en el que reconoce a su hijo y a su sobrino.

Serge es un político famoso, canditado a primer ministro en las próximas elecciones, y, por eso, su primera reacción al conocer el delito es renunciar a su candidatura, porque si se descubre el hecho en medio de la campaña el desastre personal sería mayor. Parece un acto noble, pero su carácter, descrito por Paul, sugiere que quizás se trata de un acto de profundo egoísmo, como sucedió con la adopción de Beau, un niño de Burquina Faso, de piel oscura, que vino a sumarse a la familia no por solidaridad con los desafortunados, sino por la buena imagen política que ofrecía. Frente a él, Paul, un profesor de instituto en baja laboral por trastornos psíquicos, prefiere dejar que amaine el temporal y callarse. Los capuchones garantizan el anonimato. Desafortunadamente, Beau presenció el suceso, y no sólo grabó la escena y ha colgado en You Tube varias partes inéditas, sino que amenaza con colgar más y revelar la identidad de Michel y Rick, si no le pagan tres mil euros. El drama familiar adquiere así un trasfondo adicional; el joven Beau posee distintos genes y, por ende, la incapacidad de callarse quizás se deba a su perfil racial. Babette, la madre, nunca aceptaría tamaña discriminación, pero Paul y Claire tienen sus dudas.

Durante la narración de la cena se llenan los huecos de la biografía familiar y personal de los implicados mediante numerosos y sustanciales regresos al pasado, la mencionada adopción o ejemplos de la irascibilidad de Paul, presenciados en diversas ocasiones por su hijo. Siendo Michel niño, cuando jugaba al fútbol con unos amigos, rompió el cristal de un escaparate de una tienda de bicicletas; la desafortunada intervención de Paul, instando al dueño de la tienda a aceptar una compensación económica por el daño y no avisar a la policía, terminó violentamente, pues Paul atizó una golpetazo al comerciante. En otra ocasión mandó al rector del colegio del hijo al hospital, cuando éste en su despacho le comentó el tono inapropiado de un trabajo de Michel sobre la pena de muerte, pues expresaba ideas peligrosas, arguyendo que hay ocasiones en que conviene actuar fuera de la ley, siendo uno mismo el juez de los demás. Entonces Paul, dominado por la ira, golpeó al hombre de tal manera que acabó con graves heridas. En esa misma escena, Paul abre la ventana del despacho del rector, que yace ensangrentado, y sonríe a su hijo, que se hallaba en el patio.

Las múltiples referencias a las deficiencias del sistema educativo y a la mediocridad de los docentes, su falta de flexibilidad e inteligencia, sugieren de manera implícita que quizás el incidente fuera causado por tales carencias; o, tal vez, se aduce en otros momentos, un gen sea el culpable del trastorno criminal de los hijos. Una estupenda escena cómica ocurre cuando Paul consulta al sicólogo de la escuela si las personas que sufren depresiones deberían dejar de tener hijos. La levedad de tono narrativo, el humor, agracia el texto entero.

Herman Koch es un excelente creador de personajes, sabe bosquejar un tipo como Serge en un par de trazos, y luego llenarlo de contenido. Le gusta fijar la manera en que hablan. El político en este caso, tan a gusto con su celebridad, orgulloso de poder reservar mesa en un restaurante de lujo para el mismo día, cuando un ciudadano normal tendría que esperar meses. Claire, que en verdad se llama Marie Claire, pero por lo de la revista prefiere quitarle el María, es la mujer inteligente, que sabe lo que quiere y cómo imponer su voluntad. Paul, sin duda, tiene un temple de carácter fuerte, susceptible de alcanzar picos de irritación inaceptables. Curiosamente, a Claire le gusta cuando su marido despliega ese carácter, cuyo filo puede ser reducido si Paul tomara las píldoras recetadas por un psiquiatra, pero que con frecuencia deja de tomar, con la connivencia implícita de Claire. El texto, narrado con profundidad perceptiva y construido de manera impecable, cuenta una historia sólida, bien asentada en la problemática social de nuestro tiempo, y con humor y desopilante ironía. Su retrato de nuestra sociedad es implacable, y tiene ese no sé que de lo mejor del presente donde se relata una historia llena de suspense en su centro.

A mesa puesta

En la literatura española predomina la seriedad. Lo cual no está mal aunque estaría mejor si hubiera ocasionalmente un contrapunto jocoso. La cuestión es antigua y continúa. Los aficionados a variar el menú agradecen libros imaginativos como La comedia salvaje, novela en que José Ovejero se permite burlas a costa de la Guerra Civil. Quizá España sea un país menos cervantino de lo que algunos piensan. ¡Cuántos confunden humor con chocarrería y ataque personal! ¿Y si abrimos la ventana para que entre una ráfaga de la perspicacia divertida que hizo sonreír el año pasado a media Europa? Hablo (por escrito) de Herman Koch, holandés de múltiple talento. Inspirado en una atrocidad de aguafuerte goyesco, acaecida en la vía pública, desarrolla un relato que, sin haber sido escrito con cejas hoscas ni agravio histórico, traza una descripción de actitudes humanas, rica en ironía y sutilezas de diversa índole. Fernando Aramburu