Image: Ortega

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Opinión

Ortega, esnobismo literario

El esnobismo literario de Ortega está en sus momentos retóricos, en sus alardes lingüísticos y en sus arcaísmos y neologismos

26 septiembre, 2002 02:00

Ortega, por Ulises

A don José Ortega y Gasset siempre se le acusó de filósofo esnob, sobre todo por quienes eran esnobs y no eran filósofos. Pero en la moderna historia de la filosofía europea hay otros grandes nombres de esnobismo estupefaciente. Süren Kierkegaard, pese a ser chepudito, llegaría a constituirse en un joven dandy del Copenhague romántico, si es que alguna vez llegó el romanticismo a Copenhague. Su gusto para la moda y la ropa, ayudado por un gran sastre que también hubiera podido filosofar, consiguieron estilizar la lámina de aquel joven de original prosa y profundas ideas o contraideas que tanto fascinaría a don Miguel de Unamuno, quien tomó no pocas cosas del genial danés, pero eso ya lo estudiaremos en la lección siguiente, porque esto que estás viendo, ocioso lector, no es sino un puñado de lecciones en torno a esa tontería sublime del esnobismo.

Spinoza, a su manera, cultivó el antiesnobismo de trabajar manualmente en un taller óptico. El esnobismo de Kant residía en el criado que iba detrás de él sosteniéndole el paraguas durante la hora de su paseo. Ya en nuestro siglo, Albert Camus más que un filósofo esnob fue un filósofo playboy. Quizá por eso le hace tanta crítica dialéctica el menguado y bisojo Jean Paul Sartre. Un filósofo totalmente esnob es Foucault, pero su esnobismo se confunde ya con su homosexualidad y estos artículos han de cuidar mucho de no fichar como esnob a todo homosexual y de no fichar como homosexual a todo esnob.

El esnobismo literario de Ortega está en sus momentos retóricos, en sus alardes lingüísticos y en sus neologismos

Ortega, que es a lo que íbamos, se arma filósofo concienzudamente, pero su formación germánica, su estilismo francés y su casticismo madrileño le llevan a hablarnos de las fuentes de Nuremberga, cuando a todo el mundo le hubiera bastado con Nuremberg. Ortega se hacía eso que alguien llamó “un absurdo peinado de calvo”, que en verano se cubría con un sombrero grande, pero el sombrero grande le achaparraba un poco, ya que Ortega de por sí era bajito. Muy seductor, dicen, como todos los bajitos, se pasó la vida en un afán esnob por resultar atractivo y hasta elegante. El punto esencial del esnobismo de Ortega está en su boquilla para el cigarro. Esa innecesaria boquilla, que ni siquiera es higiénica y que hoy no usa nadie, le permitía a Ortega gestos más amplios cuando fumaba.

El esnobismo literario de Ortega está en sus momentos retóricos, en sus alardes lingüísticos y en sus arcaísmos y neologismos, que en gran medida han quedado en nuestra escritura. Cuando Ortega tenía conciencia de que iba demasiado filósofo, metía una palabra o una frase que eran como un calambrazo en el lector o en el auditorio. Como el Modernismo era la estética de la época, Ortega solía incurrir en modernismos que convulsionaban su prosa y sólo servían para que sus enemigos y críticos le señalasen como muestra de un pensador retórico y excesivo.

Pese a todo, Ortega hizo su gran obra de pensamiento y de creación literaria, lo que nos permite hoy señalar en él ciertos excesos de estilo que eran como las vacaciones de escritor y de artista que el filósofo se daba a sí mismo. A muchos orteguianos, si es que queda alguno, les irritaba ese Ortega vistoso que, según ellos, le quitaba seriedad a lo que estaba diciendo. Pero uno, como profesional, comprende muy bien esas cabalgadas líricas hacia la poesía modernista o el romanticismo alemán. El esnobismo, una vez más, cumple su función y gana lectores. Ortega llega incluso a meter en sus párrafos alguna greguería de su admirado Ramón, que le había ayudado de modo manual a hacer la Revista de Occidente.