Image: El poeta y la muerte

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Poesía

El poeta y la muerte

2 febrero, 2018 01:00

Nicanor Parra

El título de este artículo es el de un poema de Nicanor Parra recogido en Hojas de Parra (1985). Se trata de un poema difícilmente inteligible para el lector español, dado que está escrito en chileno popular. Trata de la muerte que llega borracha a la casa del poeta para pedirle que antes de morir fornique con ella. El poeta se resiste, pero al final no le queda más remedio que tirarse a la "vieja vizcacha".

Muy anterior es un poema titulado "La doncella y la muerte" y recogido en Versos de salón (1962). El mismo motivo es tratado en él inversamente. "Una doncella rubia se enamora / de un caballero que parece la muerte". Pese a sus insistentes requerimientos, el caballero permanece inmutable. Hasta que la muchacha, perdido todo pudor, se desnuda ante él y menea sus caderas, consiguiendo así que al fin la muerte la posea.

El trasfondo de los dos poemas es el de inmemoriales tradiciones que escenifican danzas de la muerte y versiones grotescas y carnavalescas de la misma, en Chile tanto como en México o en Europa. Es sabido que la cultura popular se enfrenta desinhibidamente al tema de la muerte, asociado con frecuencia al del sexo. La procacidad, como la risa misma, es una de las formas de vencer el miedo que despierta la calavera.

En cuanto poeta popular, Nicanor Parra se sirve de los dos registros -el humor y la escabrosidad- para tratar por su parte el asunto de la muerte, que, pese a las apariencias, es central en la antipoesía. Y digo "pese a las apariencias" porque la liviandad, el choteo, la agudeza, el gamberrismo que emana la antipoesía sirve de pantalla tras la que se oculta -como en la cultura popular, como en toda manifestación profunda y compleja de la existencia- un sentimiento trágico de la muerte. Trágico, que no solemne ni funerario. Baste reparar, para corroborarlo, en la cantidad de ocasiones en que la muerte asoma en la antipoesía; en la insistencia con que, a lo largo de toda su obra, Parra alude a ella, siempre en términos que ahogan en carcajadas el espanto original. Espanto patente ya en aquel soneto primerizo, "La mano de un joven muerto" (1939), en que el futuro antipoeta rememoraba, consternado, a un ex alumno y compañero suyo fallecido en el violento terremoto de Chillán, ocurrido ese mismo año de 1939.

"Con una hoja de papel y un lápiz yo entraba en los cementerios / dispuesto a no dejarme engañar", escribe Parra en "Recuerdos de juventud" (Poemas y antipoemas, 1954). Con la misma disposición habría que leer, fuera de los cementerios, la antipoesía, de la que cabe decir que es toda ella una estrategia para obviar la muerte. Obviarla, no resistirse a ella. Como a su manera la obvian las religiones (y Parra, nunca se insistirá lo suficiente, es un poeta religioso).

"Pero no fui payaso de verdad / porque de pronto me ponía serio / ¡Me sumergía en un abismo oscuro!", se lee en "Lo que el difunto dijo de sí mismo" (Versos de salón). Y así es.

De una constatación primordial -"Sólo una cosa es clara: / Que la carne se llena de gusanos" (Versos de salón)- surge, avasalladora, la vitalidad de la antipoesía, su vértigo existencial, su juerga constante. Nadie supo verlo tan claramente como otro esgrimidor de la muerte, Roberto Bolaño, quien aludió a Parra como "un meteorito oscuro".

Bolaño sabía lo que decía. La velocidad de Parra, la rapidez con que cambió una y otra vez de piel, de máscara, su talento para desaparecer y reaparecer poco después en cualquier otro lugar, infinitamente más lejos, para sustraerse de toda apropiación, de todo pedestal, de todo domesticamiento, pueden verse como otras tantas añagazas para burlar la muerte, de la que se escabulló más tiempo que nadie.

En otro lugar he hablado ya de la problemática posteridad de Parra, que trabajó siempre contra ella. Desde esa perspectiva debe contemplarse su radical demolición del sujeto lírico, del propio yo. Su concepto de la poesía como hecho dado, como construcción anónima, segregada del habla común.

"Primera condición de toda obra maestra: pasar desapercibida", reza uno de los Artefactos de 1972.

Y cómo podría morir el poeta que nunca lo fue, pues, en cuanto tal, optó por consustanciarse con la lengua.

Como toda lección de vida, la antipoesía es también una lección de muerte. Sirva esta sumarísima antología para ilustrarlo.

yo soy más de la nada que del todo mucho + del espacio que del tiempo + de la muerte me considero que del sexo De Chistes para desorientar a la policía poesía (1989)

Cartas del poeta que duerme en una silla

III
Cuesta bastante trabajo creer
En un dios que deja a sus creaturas
Abandonadas a su propia suerte
A merced de las olas de la vejez
Y de las enfermedades
Para no decir nada de la muerte.

VI
Enfermedad
Decrepitud
y Muerte
Danzan como doncellas inocentes
Alrededor del lago de los cisnes
Semi desnudas
ebrias
Con sus lascivos labios de coral.

Pensamientos

Qué es el hombre
se pregunta Pascal:
Una potencia de exponente cero.
Nada
si se compara con el todo
Todo
si se compara con la nada:
Nacimiento más muerte:
Ruido multiplicado por silencio:
Medio aritmético entre el todo y la nada.
De "Tres poemas", en Obra gruesa (1969)