Image: Viajes de la eternidad

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Poesía

Viajes de la eternidad

José María Velázquez-Gaztelu

22 enero, 2016 01:00

José María Velázquez-Gaztelu. Foto: Antonio de Benito

Premio Fray Luis de León. Visor Madrid, 2015. 62 páginas, 10€

La eternidad, el tiempo, esa figura incomprensible del tiempo, se hace presente desde el título, regresa de nuevo en el primer de sus versos, "Lo cubre todo la eternidad", y de una u otra forma recorre todos y cada uno de los poemas de este libro -"eternamente" es la palabra que lo cierra-, un libro excelente.

La eternidad, el tiempo y para hablar de ello, la caducidad. Lo efímero de la existencia de la obra de los hombres, "Nada queda del círculo de luz, las dunas y los lirios/ del jardín de las Hespérides", todo acaba y acabará por desvanecerse.También quienes levantaron las construcciones, los hombres todos y se dedican poemas a los últimos momentos de José María Capote, el estudioso de la poesía de Cernuda, del poeta Ángel González o un suicida sin nombre, entre otros en la primera sección; y Rilke, Susan Sontag o Lorca comparecen en la final.

Y es que este Viajes de la eternidad es un libro elegíaco y se puede entender como desarrollo de estas palabras de uno de los poemas, una verdadera máxima: "Belleza y destrucción caminan juntas", idea recurrente a lo largo de la historia que, entre otras formulaciones, evoca un verso de Wallace Stevens: "La muerte es la madre de la belleza".

Convendrá añadir que frente, o junto, a ese tiempo que dice irremediablemente el final, hay otro, "el tiempo de la dicha sin límites de hora [...] el tiempo que deja de existir/ perpetuado en el instante del asombro". Asombro ante la revelación, término del libro y es que Viajes de la eternidad se inscribe en la tradición poética visionaria, la que dice "el secreto/ del cantor en su silencio".

José María Velázquez-Gaztelu (Cádiz, 1942) es un poeta raro. Es una rareza en el sistema literario actual haber publicado el primer libro en 1967 y que el presente, casi 50 años después, sea tan sólo el cuarto, como si su quehacer poético fuera un margen de su intensa dedicación al flamenco. Y raro por la excelencia de su decir, un decir en el que se encadenan extensas secuencias de imágenes, metáforas, acumulaciones de significados en una especie de fuga, de dispersión de la designación, como si todas esas formulaciones fuesen, y lo acaban siendo, "sonidos de eternidad en la invención de los signos", la creación del lenguaje, acto genesíaco que se renueva en este libro, hay que repetir, excelente.