Image: Antología poética

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Poesía

Antología poética

George Herbert

16 enero, 2015 01:00

George Herbert, más que un metafísico, es un poeta religioso.

Ed. bilingüe de Misael Ruiz Albarracín y Santiago Sanz. Ed. Animal sospechoso, 2014. 176 páginas, 17 euros

Aunque menos conocido que su maestro y amigo John Donne, George Herbert (1593-1633) es uno de esos poetas escasos que, como San Juan de la Cruz en castellano, logran elevar el verso con una alada levedad en la que de pronto parece resolverse el mundo. Más que un metafísico, como se le suele etiquetar, Herbert es, indisimuladamente, un poeta religioso, devocional, pero en una dimensión donde lo espiritual no es nunca dogmático o simplemente aprendido, sino convulso, experiencial y dolorosamente humano, de ahí que en sus poemas, más allá de las creencias o descreencias de cada uno, su fe siempre conmueva y genere pensamiento. No es raro que el poeta moderno que más atención le prestó fuera T. S. Eliot, quien le dedicó uno de sus últimos ensayos y que en su propia obra trató de restaurar algo de la unidad religiosa perdida con el romanticismo.

Herbert murió a los cuarenta años y escribió casi todos sus poemas en los tres últimos de su vida. Era hijo de una de las familias prominentes de la Inglaterra jacobina. Su madre, lady Herbert, es la dama otoñal de una maravillosa elegía de Donne. En el Trinity College de la universidad de Cambridge, donde había estudiado, fue nombrado Public Orator, algo así como portavoz. Entre sus amigos se contaban Francis Bacon y Lancelot Andrewes, el obispo responsable de la traducción canónica inglesa de la Biblia, la llamada Versión Autorizada de 1611.

Al morir en 1627 su madre -a quien dedicó una extraordinaria serie de poemas latinos y griegos-, sufrió una crisis, a los treinta y siete años, que le llevó a abandonar la universidad y a alejarse de la sociedad, ordenándose sacerdote y retirándose a la pequeña parroquia de Bemerton, entre Wilton y Salisbury, donde completó su obra, publicada póstumamente con el título de The Temple (El templo) por su amigo Nicholas Farrar, regente de la comunidad religiosa seglar de Little Gidding, que a su vez inspiraría, por cierto, el último de los cuartetos de Eliot.

Misael Ruiz Albarracín y Santiago Sanz han seleccionado, anotado y traducido cincuenta poemas de Herbert, espléndidamente editados por Juan Pablo Roa en Animal sospechoso, la editorial que ahora nace de la revista del mismo nombre. Se trata sin duda de uno de los libros más importantes que se han publicado este año, no sólo porque descubre al lector español a un poeta fundamental, sino también por el oído, el rigor y la atención al detalle de los responsables. La traducción sabe atender a cuestiones métricas y desplazar el original, creando una música verbal autónoma. En el prólogo, Ruiz Albarracín condensa lo esencial para presentar al poeta. Y en las notas, Santiago Sanz amplía con discreción y saber las herramientas para interpretar los poemas.

Herbert es un poeta anterior a los desacuerdos del romanticismo, pero hay en él una tensión que le acerca a la modernidad, a la vez que logra alcanzar una plenitud ya imposible para nosotros pero cuya experiencia vuelve a cantar en el fraseo, la concisión, la alegría monosilábica, la sucesión de imágenes y la generosidad de un poema como "Oración" (disciplina que Herbert define como "trueno invertido"), quizá su obra maestra y en cuyo final está todo lo que hemos perdido: "campanas más allá de las estrellas, sangre del alma,/ país de las especias;/ algo entendido". Es muy posible que Eliot viera ahí a un Shakespeare que de pronto se hubiera vuelto creyente. En cualquier caso, leer a Herbert nos recuerda que la gran poesía es, ahora y siempre, la más alta forma de atención al mundo.