Image: La humillación

Image: La humillación

Poesía

La humillación

Philip Roth

26 febrero, 2010 01:00

Philip Roth. Foto: Douglas Healey

Traducción Jordi Fibla. Mondadori, 20010. 155 pp. 17'90 euros


Las pasiones seniles casi siempre han despertado desprecio e incomprensión. En su última novela, Philip Roth (New Jersey, 1933) aborda las múltiples impotencias que suelen presentarse con la vejez. Simon Axler es un veterano actor de teatro que ha realizado algunas incursiones en el cine, consiguiendo una fama relativa. Infeliz en sucesivos matrimonios, su existencia se hace intolerable cuando pierde su talento interpretativo, obligándole a abandonar los escenarios. Ingresado en un sanatorio mental, comienza a rondar por su cabeza la idea del suicidio, que se presenta como una liberación.

Simon logra abandonar el hospital, pero se retira a una casa de campo. Durante un tiempo, se identifica con una zarigüeya moribunda que se cobija en un agujero inhóspito. Ambos están en el declive de su existencia, prolongando innecesariamente su despedida del mundo. Están acabados y nadie los echará de menos. Sin embargo, el horizonte se ensancha cuando aparece Pegeen, la hija de unos antiguos amigos. Simon ha cumplido 65 y Pegeen, de 40, intenta superar la pérdida de su pareja, otra mujer. La improbable relación entre los dos se convierte en una efímera pasión ensombrecida por el temor al fracaso. Simon sabe que una ruptura le producirá un daño irreparable, pero se arriesga a ser feliz, fantaseando con un nuevo comienzo, que incluirá el regreso a escena y la experiencia tardía de la paternidad.

Philip Roth plantea su novela como una tragedia en tres actos, pero la desgracia no se desencadenará por culpa de un destino inevitable, sino por la imperfección del ser humano, que ambiciona más de lo que puede obtener. Simon es un ingenuo y Pegeen un ser amoral y ferozmente egoísta, que ha convertido el placer sexual en un absoluto irrealizable. Su insatisfacción apenas es comparable con el estrago que causa en sus parejas, meros objetos de una fantasía perversa y sin grandeza. El erotismo de Pegeen no es el erotismo que asocia el placer a la muerte o a un vacío místico, sino un erotismo banal, adquirido en la familiaridad con las películas pornográficas y los catálogos de artilugios eróticos. De hecho, Pegeen viaja con una maleta repleta de consoladores, látigos, lencería de cuero y un arnés rematado con un gigantesco pene verde. Simon cree que conseguirá retenerla a su lado porque Pegeen asegura que "una polla está viva. Te llena como no lo hacen los consoladores ni los dedos". Cuando practican el sexo anal, Pegeen admite que le ha dolido, pero no le importa: "eras tú dentro de mí". El espejismo de estabilidad se desvanece en seguida. Para complacer a Pegeen, que continúa con sus escarceos homosexuales, Simon invita a una desconocida a pasar la noche con ellos. Es una chica vulgar, de 19 años, a la que Pegeen penetra salvajemente con su polla verde. En segundo término, Simon observa y aprecia que en el frenesí de Pegeen hay algo primitivo, atávico. La prótesis sexual obra como la máscara de un chamán, transformándola en una fuerza destructiva, que despersonaliza y humilla.

No estamos ante una pieza menor, sino ante una obra profunda, sin miedo a los tabúes, pero que no llega tan lejos como Lolita, de Nabokov, pues Pegeen no es creíble como una mujer de cuarenta años. Pegeen es una niña, una nínfula, con la perversidad que sólo puede brotar de una falsa inocencia y Simon es un Humbert Humbert que ha contenido su cinismo, pero con un destino igualmente trágico. El mito de Lolita revive en La humillación como una variación menor, pero infinitamente más desesperanzada.