Image: Goethe. Elegías romanas

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Poesía

Goethe. Elegías romanas

Johann W. Von Goethe

19 junio, 2008 02:00

Así vio K.J. Stieler a Goethe en 1828.

Traduc. de Jesús Munárriz Hiperión, 2008. 98 pp, 12 e.

Hay una acuarela muy conocida de Tischbeim -uno de los artistas alemanes que Goethe frecuenta en Roma- en la que se ve al poeta asomado a la luz fogosa de una ventana de esta ciudad; una representación simbólica, muy especial, de lo que para Goethe supuso viajar a Italia y, en concreto, a Roma. Se trataba de un viaje que, sin más, comprendía asomarse a la luz de una nueva vida y de un nuevo conocimiento; una aspiración -la de viajar a Italia- que al menos arrancaba de unos años atrás, cuando él ansía en una de sus cartas viajar al país mediterráneo, a una de las cunas de la cultura clásica, casi con un grito: "¡A Italia! ¡A Italia!... Roma, mi universidad". Se trataba de un dulce lamento muy parecido a aquel otro, ya de su madurez, cuando tras haber viajado en dos ocasiones a Italia, la evoca en uno de sus más conocidos versos: "¿Conoces la tierra donde florecen los limoneros?". Ahora el poeta resume, en muy pocas palabras, toda la plenitud que supuso su viaje al sur.

Goethe emprende su primer viaje a Italia en el otoño de 1786 y pasaría en este país casi dos años. La experiencia supuso una conmoción en todos los sentidos, pero ante todo porque él veía en este país la viva y palpitante representación del clasicismo que amaba. Clasicismo primordialmente pagano, pues ya desde su entrada en Italia por el paso del Brennero se esforzó por empaparse de ese clasicismo con matices. Un afán de paganismo que, por ejemplo, le llevó a ignorar en Padua los hermosos frescos de Giotto, y a preferir la visita a las ruinas de un templo pagano menor. De este impulso esplendoroso de paganismo y pasión brotaron en Roma, en 1788 sus Elegías romanas, que ahora se editan en su versión completa.

Nos referimos a que en las versiones anteriores faltaba los cuatro poemas finales (del XXI al XXIV) que en su día la revista Die Horen, por boca de Herder, había decidido rechazar por "escandalosas". Si del segundo viaje a Italia (a Venecia sobre todo) el fruto más decantado había sido los Epigramas venecianos -también traducidas con fluidez por Jesús Munárriz- del primero y de su recorrido de norte a sur todo el país, lo serían estas Elegías romanas. Nada decimos de ese otro excepcional fruto que fue su Viaje a Italia, por el que conocemos tantos detalles del Goethe de aquellos días. Pero además del encuentro con tantas vivencias nuevas y del reencuentro con tantas ensoñadas, el resultado más encendido serían estas Elegías romanas a través de las cuales el autor del Fausto nos muestra el descubrimiento de otra pasión en plenitud, la del amor. Como el amor que Stendhal sintió hacia ángela Pietragrua, Goethe también encuentra a otra milanesa, Magdalena Riggi, que bien puede andar por los versos de estas elegías, aunque también se dice que en ellos el poeta no hizo otra cosa que presentarno a la que habría de ser unos años después su mujer, Christiane Vulpius. En ella encontrará amor y hogar a su regreso a Weimar. Pero nunca pudo olvidar Goethe las lágrimas que derramó días antes de abandonar Roma y, una parte de ellas, bien pudieron ser estos versos que encontraron en las formas clásicas -en las lecturas de Horacio y Ovidio- su inspiración.

Erotismo, hedonismo, emanaciones de lecturas, mitos y símbolos clásicos, evocaciones de calles y lugares romanos, tejen un apasionado conjunto en estas elegías que hoy reconoceríamos a la ligera como expresión de un fértil "culturalismo". Libro fruto del buen oficio de su autor, pero subordinado a esa sobrecarga de cultura y a la pasión encendida por cuanto estaba viviendo. Las lecturas de Catulo habían dejado también su impronta en este apasionado viajero y de ahí los toques "escandalosos" de los que Herder privó a la sociedad alemana, pero que hoy aceptamos como jugosos guiños en un autor que tantas veces tendió a la grandilocuencia y a los temas serios. No en vano, el Goethe de tan dilatada obra fue el que se reconoció en el futuro como "el gran alemán", al que sin embargo preferimos asomado a una ventana de Roma, ignoto y soñador, componiendo versos llenos de frescura del tipo de "¡No te pese, querida, habérteme entregado tan pronto!".