Image: Pinches jipis

Image: Pinches jipis

Novela negra

Pinches jipis

Jordi Soler

13 enero, 2017 01:00

Jordi Soler. Foto: Archivo

Malpaso. Barcelona, 2016. 160 páginas, 17,50 €

El comandante Emiliano Conejero era el policía más famoso de Ciudad de México hace 30 años. Conejero era el protagonista de una serie de exitosas cápsulas de 90 segundos en Rock 101, la emisora de radio mexicana para la que, por entonces, trabajaba Jordi Soler (Veracruz, 1963).

El tipo era un caradura temerariamente inspirado en Philip Marlowe, un Philip Marlowe que hubiese cambiado su elegante Calvados por un vulgar Cutty Sark con hielo, y su apacible y, en muchos sentidos, bohemia existencia, por un atropellado ir y venir de días sin sentido. O lo que su autor prefiere considerar cierto "apego a la vida salvaje". Hablando de su autor, harto de que todo el mundo le preguntase qué había sido de él, decidió recuperarlo, y he aquí ésta, su primera y trepidante, desalmada y dura, pero siempre divertida, aventura: el intento de una alcoholizada leyenda con aspecto de policía "a la antigua" de atrapar a un estrangulador obsesionado con las medias de nailon azul.

Pese a su más que evidente inspiración pulp, es decir, pese a que lo que intenta es guiñarle un ojo a aquellas viejas novelas de quiosco y a sus historias a veces delirantes, historias con una única trama por motor (hay un asesino, el asesino les saca los ojos a sus víctimas con una cucharilla de café, y sus víctimas forman parte, todas, del entorno de un famoso locutor de radio que se entera de los asesinatos antes que nadie), la altura literaria de la propuesta es considerable. Y lo es gracias a Conejero, más que un detective un hombre que aborrece todo lo que le ocurre, a la manera (divertidísima) en que aborrece todo lo que le ocurre el gruñón Rocco Schiavone, inspector de las novelas de Antonio Manzini, un adelantado del humor noir en lo que llevamos de siglo XXI. El humor, un humor de día de furia, eleva el aparentemente modesto disparo de Soler al lugar en el que se encuentran joyas de la parodia del género.

Esperemos, pues, que Conejero y su delirio alcohólico, sus gafas oscuras, que por momentos hace que recuerde a Lady Gaga y por momentos a Chavela Vargas, sus discusiones con el Espectro y con su ex mujer, Zoraida, y sus intentos de hacerle entender a su hijo, Macabeo, que beber tanto no es tan malo como parece, porque no habría otra forma de aguantar la pinche vida si no pudiera echar mano de la nalguera de vez en cuando, hayan venido para quedarse. Porque el género necesita literatura, y necesita humor, justo en las cantidades en las que lo proporciona el primer caso del comandante Conejero. Eso sí, el experimento ganaría si pasase de ejercicio de esgrima a divertimento con ambición, y la trama única se desplegase y el lector pudiese disfrutar de pasar algo más de tiempo en el universo de bala perdida del comandante y sus, también perdidos, secuaces.