Image: El leopardo

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Novela negra

El leopardo

Jo Nesbo

24 octubre, 2014 02:00

Jo Nesbo. Foto: Antonio Moreno

Traducción de Ada Bernsten y Carmen Montes Cano. Literatura Random House, 2014. 696 pp., 19'90 e. Ebook: 11'39 e.

De la misma manera en que existe un antes y un después de Rick Deckard y sus replicantes, un antes y un después de lo que Ridley Scott hizo con el clásico de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? en lo que a ciencia ficción se refiere, existe un antes y un después de John Doe y sus siete crímenes ejemplares basados en los siete pecados capitales en lo que al universo poderosamente macabro del asesino en serie ficcional. David Fincher dio forma al serial killer perfecto en Seven, y, desde ese momento, todo aquel autor que se aproxima a la figura de cualquier frío y calculador arrancavidas que se precie, toma al menos un pedazo (tan decididamente sórdido como considere oportuno) de John Doe. Y Jo Nesbo (Oslo, Noruega, 1960), que crece, a una velocidad casi mutante, en lo que a literatura se refiere, en lo que a conjugar, de la mejor de las formas posibles, tensión (trama) y fondo (intrahistoria), vida propia a su cada vez mejor formado y más complejo protagonista, un Harry Hole que gana en humanidad a medida que se le suman imperfecciones, aristas, salvajes desencuentros con la bestia que (irremediablemente) lleva dentro, prueba una vez más suerte en el género del serial killer (ya lo hizo, y con nota, en la escalofriante El muñeco de nieve) tejiendo una fantasmagórica fábula de cabaña maldita en el bosque e instrumentos de tortura medievales realemente insuperable.

Al menos, en lo que a buena parte de la andadura se refiere. Esto es, mientras la trama se mantiene fiel al misterio de la manzana de Leopoldo (el arma terrorífica con el que se han perpetrado los asesinatos), un instrumento de tortura que hace casi literalmente explotar por dentro a la víctima (es algo así como una bomba repleta de agujas que estalla en la boca cuando se tira de un inocente hilo), su lectura es una auténtica delicia noir, en el sentido más Fincher de la palabra, puesto que, aunque no hay lluvia, sí hay cafés en vasos de cartón y hallazgos diabólicamente macabros (el que más, el de la diputada adicta al jogging que pierde la cabeza en una piscina abandonada), tan macabros que uno empieza a pensar en El leopardo como en una suerte de John Doe capaz de elegir a sus víctimas al azar ("No puede tratarse de un asesino en serie clásico", dice, en cierto momento, Hole, porque "los asesinos en serie no eligen a sus víctimas de una página cualquiera del libro de visitas de una cabaña turística", añade), pero luego descubre que no es así.

Aparece El Congo. Aparece un metal extraño, el coltán, con el que se fabrican partes esenciales de los teléfonos móviles. Y aparecen las cartas, o lo que sea que el asesino está escribiéndole a Hole, y el presumiblemente infalible John Doe, o la versión más perfecta de John Doe que ha sabido fabricar hasta la fecha Jo Nesbo, se revela humano, y es en ese punto donde esta novela pasa del excelente a un notable francamente alto, notable francamente alto al que debe sumarse el retrato más profundo que Nesbo ha hecho de su criatura (el alcoholizado Harry Hole) hasta ahora. Un retrato que incluye un intento de olvidar su doloroso pasado reciente (lo que ocurrió con Rakel y Oleg) y un cara a cara con su padre, moribundo, y un yo (lejano) que creía haber enterrado para siempre.

Por si todo eso fuera poco, en El leopardo brilla con luz propia la admiradora de John Fante Kaja Solness, la ayudante más inteligente y atractiva de cuantas han trabajado con el comisario Hole, cuya primera misión es precisamente sacarle del aprieto en el que se ha metido en Hong Kong. Por no hablar de la encantadora Katrine Bratt y su obsesión (sexual) por Harry y lo que es capaz de conseguir fingiendo que juega al solitario en la sala de informática del psiquiátrico en el que se ha hecho internar.

Convertido en un maestro (absoluto) del thriller de prosa musculosa, Nesbo se supera en cada nueva entrega, atreviéndose a pisarle los talones al mismísimo James Ellroy. Porque no es sólo que El leopardo esté a años luz de El muñeco de nieve, es que es ya es un clásico del noir nórdico de serial killers. O debería serlo.