Image: Mi hermano nocturno

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Novela gráfica

Mi hermano nocturno

Joanna Hellgren

10 febrero, 2012 01:00

Traducción de Julia Osuna. Gallo Nero. Madrid, 2011. 104 páginas, 19'50 euros

Hace más de un año, en uno de esos festivales de cómic que se celebran en Francia, y a los que está bien acudir para constatar que allí sí hay una auténtica pujanza industrial del medio, bien diferente del espejismo que vivimos aquí, conocí a Joanna Hellgren, una autora sueca, nacida en Estocolmo en 1981, que había vivido durante una larga temporada en París para ampliar sus estudios artísticos. Pese a la respuesta entusiasta de la crítica a su primera obra aparecida en francés, Mi hermano nocturno, publicada por la editorial Cambourakis en el año 2007, y a dos magníficos álbumes posteriores bajo el mismo sello, Frances. Episodio 1 y Frances. Episodio 2, que espero que edite Gallo Nero próximamente en España, la condición insular de su trabajo la convertía en una extraña en medio de aquella feria, donde sus propuestas se elevaban muy por encima de las de sus compañeros.

Mi hermano nocturno, que no es explícitamente un cómic, aunque la hermandad entre el dibujo y los textos está más fundamentada que en muchos de los que leo habitualmente, narra las preocupaciones del pequeño Jakob, a punto de cumplir diez años, la edad en la que un hermano de igual nombre, nueve meses antes de que él naciera, falleció en un accidente de tráfico, cuando la bicicleta que montaba fue arrollada por un autobús. Para su madre, una mujer posesiva, es la reencarnación del fallecido y para su padre, un ser ausente, que se divorció de su mujer al poco de aquel deceso, es alguien que carece de existencia. Jakob, que habla por las noches con su hermano "nocturno", está convencido, dado el grado de identificación que su madre ha creado entre ambos, de que él también morirá en la misma fecha. Y de ahí la angustia que le invade, al no saber con certeza "donde termina él y empiezo yo" o si sus sueños "son suyos o de él". Item más: sus composiciones musicales para piano, en las que sigue la senda del ausente, las firma como Jakob y Jakob.

A través de un portentoso coloquio entre el pincel y la plumilla, Hellgren supera la apasionante anécdota para abordar hasta el fondo el diálogo interno de ese pequeño, que es el diálogo entre el ello, el yo y el super-yo, y que debe conducirle a la independencia y la autoafirmación de sí mismo o a una larga permanencia en su prisión mental, y en el que es capital la irrupción de una niña, Miranda, que acude a las mismas clases de piano que él.

Abocado a seguir atado al pasado, lo que castraría su desarrollo, a fuer de renunciar a una vida propia, o encarar con plenitud el futuro, el pequeño Jakob ha de romper ese vínculo edípico que le destruye, y modificar el estado mental propio en el que habita, para acceder a una estructura humana muy superior a la que vive en ese infierno identitario (el gran tema de los personajes que pueblan los libros de esta autora).

A través de sus idas y venidas, Joanna Hellgren tiene el acierto de conducirle a las profunda arboleda de su ciudad ("Los árboles del parque parecen patas de un animal gigante: siempre las he visto así, es como caminar bajo la barriga de una manada de lobos") o entre las tupidas zarzas como lugares simbólicos en los que ha de afrontar y vencer la oscuridad, y donde resuelve, junto a la comprensiva Miranda, muchas de las dudas acerca de quién es y comprende quién querría ser. Es en esos territorios, proyección de lo impenetrable de su inconsciente, donde se va fraguando la desemejanza con el hermano muerto y donde, y aquí otro hallazgo de la creadora, se debilitan progresivamente sus niveles de indiferencia y de resignación.

Las ausencias de los seres queridos, asunto que me apasiona, nos empujan a actuar de formas muy contradictorias (el niño, su madre y su padre son tres claras opciones frente a ello) y provocan en todos nosotros diferentes deseos que pueden dificultar nuestra supervivencia si no sabemos despojarnos de aquellos que nos dañan. Joanna Hellgren, a la que descubrí un día, tímida y plegada sobre su cuerpo, tiene la notable capacidad de percibir imágenes que, tras intrigarla, rastrea con un grafismo lógico hasta averiguar a dónde conducen.