Image: El origen de los brunistas

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Novela

El origen de los brunistas

Robert Coover

12 abril, 2019 02:00

Robert Coover. Foto: Dave Pape

Traducción de José Luis Amores Pálido Fuego. Barcelona, 2019. 509 páginas. 24,90 €

Se trata de un dato que a primera vista puede no tener demasiada importancia, pero el ser consciente de que El origen de los brunistas es una novela de debut te abofetea la cara nada más terminar de leer su última página. Estamos por tanto ante la primera piedra de esa catedral narrativa que Robert Coover (Iowa, 1932) empezó a construir hace más de medio siglo, en el año 1966, precisamente con este título, y que lo puso de golpe en el mapa de la mejor literatura (posmoderna o no) estadounidense.

No queda otra que coger aire y pararse a pensar que, lo mismo, ya no se escriben novelas así, que ya nadie parece tener el arrojo para dedicar el tiempo suficiente a moldear hasta la perfección una primera obra como ésta. Porque, sí, El origen de los brunistas es una novela perfecta en la que todo casa, fondo y forma, ambición literaria y, ojo, entretenimiento, y en la que todo resulta brillante, desde la primera hasta la última página. La pregunta entonces se impone: ¿Qué le queda por hacer a alguien que debuta con una obra tan excelsa? La respuesta parece clara: ¡Obsesionarse!

No resulta extraño que la historia de El origen de los brunistas persiguiera durante tantos años a Robert Coover, al menos hasta que la pudo retomar en 2014 con la mastodóntica The Brunist Day of Wrath, secuela de mil páginas que, primicia, también verá la luz, más pronto que tarde, en la editorial Pálido Fuego.

El origen de los brunistas

Al hilo de la publicación de aquella novela, el autor dejó dicho en una entrevista al New York Times la siguiente frase para la posteridad: "Podría decirse que todas mis obras han sido escritas a la sombra de ésta, que concebí ya en los años sesenta mientras escribía El origen de los brunistas". Que el propio Coover certifique que la "saga de los brunistas" es una obra troncal en su carrera no es baladí. Al fin y al cabo, en El origen de los brunistas está ya todo: desde esa habilidad pasmosa que siempre ha demostrado para desarrollar tramas corales repletas de desquiciantes personajes (seguro que muchos todavía recuerdan La fiesta de Gerald, publicada en su día por la editorial Anagrama y hoy tristemente descatalogada) hasta esa incisiva y nada maniquea lectura que ofrecen muchas de sus historias sobre las cloacas morales de la sociedad norteamericana (ahí tienen La hoguera pública, indiscutible obra maestra, como claro ejemplo), por no hablar de esa inusitada capacidad plástica que tiene su chispeante prosa, aquí, todo hay que decirlo, un poco más comedida que en títulos posteriores.

Si aplicamos todas estas virtudes literarias, ya marca de la casa, a una trama que gira sobre el nacimiento de una inquietante secta religiosa (los brunistas) en una pequeña localidad minera de los Estados Unidos (la ficticia West Condon) tendremos algo así como un cruce estético-temático entre Twin Peaks y Friday Night Lights. Cito muy conscientemente dos series de televisión porque no se explica cómo no se ha adaptado nunca esta novela no ya al cine sino a la pequeña pantalla, pues por encima de sus insobornables bondades literarias, el potencial visual de El origen de los brunistas se antoja inagotable.

Su temática de fondo (el fanatismo, religioso o no, y sus consecuencias) no puede estar, por otro lado, más de actualidad. Es justo entonces cuando uno se olvida de que esta novela fue escrita en 1966, pues lo cierto es que nada hay en ella que la ancle al pasado. Esto ocurre, pienso, gracias a que el inconmensurable talento narrativo de Coover, tendente en ocasiones al exceso, se pone esta vez al servicio pleno de la historia, una historia inventada que por más rocambolesca que parezca nunca resulta paródica al estar repleta de personajes de carne y hueso, de pobres diablos imperfectos cuyas vidas se cuentan siempre, y de qué forma, a ras de suelo. Y es así como Coover, sutilmente, te reencuentra con un vicio que considerabas prácticamente perdido: el del placer de la lectura. El de sumergirte en un libro y no querer salir nunca de él. Que llegue ya, por favor, esa secuela.

@FranGMatute