Image: Usos rudimentarios de la selva

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Novela

Usos rudimentarios de la selva

Jordi Soler

8 junio, 2018 02:00

Jordi Soler. Foto: Alfaguara

Jordi Soler. Alfaguara. Barcelona, 2018. 176 páginas 17,90 €. Ebook: 9,99 €

En la versión doblada al castellano de Goldfinger, el villano le ofrece a James Bond un julepe de menta con estas palabras magnéticas: "Es arcaico, pero satisfactorio". Qué belleza, ¿verdad? En Usos rudimentarios de la selva, la nueva novela de Jordi Soler (La Portuguesa, Veracruz, 1963), conocemos al hijo de una familia española que llegó a La Portuguesa, plantación cafetera de Veracruz, unos años antes de 1963, expulsada de su país por la Guerra Civil.

El narrador recuerda doce historias distintas de su vida, ya concluida, en esa atmósfera pesada y húmeda; a veces habla de su infancia, otras de los años adultos en que asumió el papel de patrón y propietario. En una de esas escenas, el protagonista es joven y regresa a la casa paterna desde la ciudad donde trata de convertirse en un hombre de mundo. Llega, se ducha y le pide un whisky a Heriberto, que es un viejo mozo especializado en preparar un mintjulep magnífico, aunque nadie allí llama de ese modo al cóctel, ni tampoco traducido como el actor de doblaje Francisco Sánchez lo mencionaba en la película de 007, sino adaptado al acento selvático: menjul. Dado que su elección alcohólica provoca una casi invisible suspicacia, el narrador confiesa en voz alta que ha optado por el destilado escocés frente al cóctel de origen francés (pero muy típico del sur faulkneriano) porque, cuando se trata del menjul, "en la ciudad es difícil encontrar quien te lo prepare".

El lector se divierte, cautivado por la escritura feliz de Soler, por esas estampas veladas y familiares en su exotismo

Al leer este pasaje, aparte de asentir sucintamente porque también en España fue difícil hasta hace poco encontrar el julepe en la carta de coctelerías estándar, pensé de inmediato que ahí cabía todo el libro: el ambiente recreado en estas páginas es arcaico, "rudimentario" y de hecho se transforma en lejano cliché en cuanto se evoca desde la ciudad o frente a las solapas del libro… Y sin embargo, una vez embarcados en su lectura, es satisfactorio. Lo es para el narrador, enamorado sin remedio de lo que cuenta aunque ya no le pertenezca, extrañamente entregado a una melancolía casi antimoderna en esas páginas finales que hablan de "criaturas al borde de la extinción", feliz de poder añorar la violencia y la sexualidad antiquísima (y hasta feísima, si bien se mira) de aquella época.

Y lo es para el lector, que se divierte sin dejar nunca de avanzar en la lectura, cautivado por la escritura feliz de Soler, por esas estampas veladas y de algún modo tan familiares en su exotismo: un elefante imposible en aquel paisaje, estupro a vista (gorda) de todos, una mujer lanzadora de cuchillos, indígenas recelando de forasteros. Es cierto que asoma un poco la tentación del tópico en algún planteamiento estético y, por así decir, antropológico; su levedad juguetona a ratos es esa virtud exigible en una narración del nuevo milenio que reclamaba Italo Calvino, otras veces se acerca demasiado a una ligereza inocua. Y sin embargo, insisto: es satisfactoria. Satisfacen los giros dramáticos que quedan en suspenso, la intensidad sensitiva de color y sabores, pero sobre todo la de esos olores fuertes que alcanzan su máxima putrefacción sensual en un fragmento, titulado "El pájaro", que nos traslada a un mercado lleno de cochambre y prostitución triste.

Usos rudimentarios de la selva arranca amparada en una cita de James Joyce, talismán recurrente de Soler. Nieva sobre los vivos y los muertos en un relato memorable del irlandés; llueve incesantemente sobre amos y caporales, hijos legítimos y bastardos, propios y foráneos, en la selva rememorada aquí.