Image: La isla del padre

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Novela

La isla del padre

Fernando Marías

24 abril, 2015 02:00

Fernando Marías

Premio Biblioteca Breve, 2015. Seix Barral, 2015. 232 páginas, 19 euros Ebook: 9'99 euros.

Hace ya años, un escritor verdadero me mostró su decepción con la entonces última novela de un colega francés porque en ella se despachaba con desidia la muerte del padre del narrador: "pero la muerte de un padre, créeme, siempre es importante para el verdadero escritor", me dijo. En la nueva obra de Fernando Marías, La isla del padre, he encontrado no sólo una prueba de que esa afirmación es cierta (a fin de cuentas alguien, aunque no yo, podría pensar que era una obviedad), sino sobre todo la explicación de esa importancia: "¿no será la memoria una novela?", se pregunta Marías. Esa pregunta es una respuesta.

Marías (Bilbao,1958) vio morir a su padre nonagenario en 2013, después de un deterioro largo que duró algunos años, y entonces las preguntas empezaron a agolparse frente al hijo: ¿conocía él al padre, y en todo caso a cuál de los muchos hombres que pudo ser a lo largo de su vida? ¿Reconocía al padre al mirarse en sus propios gestos, en sus victorias, en el fracaso que pudo ocurrir cuando decidió lanzarse a la aventura de cambiar Bilbao por Madrid? ¿Qué hubo en los múltiples huecos que iba dejando la vida de ese padre marino y viajero, personaje jugosísimo? ¿No hubo un tiempo en que padre e hijo se temieron mutuamente? En realidad, antes que esas preguntas llegaron al cuaderno del escritor cuatro palabras y una inicial: Pagasarri, Árbol, Aurora, Temblores, H. Pagasarri es el nombre de un monte bilbaíno; H., la inicial de un aventurero amigo del padre que el hijo no logra fijar con exactitud en la memoria propia ni en la documental. Para una novela no hace falta más.

Y sin embargo, hay más. Hay una casa familiar, por ejemplo: sospecho que la historia de uno de los grandes y precarios inventos de la España del XX, la clase media, puede explicarse a través de la narrativa de autoficción de las últimas décadas. Sospecho también que en todas esas novelas hay una casa familiar que acoge a todos los hijos, que los enraíza y parece otorgarles un seguro de vida hasta que acaba por cerrarse, vaciarse, venderse. En la novela de Marías hay recuerdos de cine que podrían atravesar algún amable relato italiano y ensoñaciones pendencieras que evocan aroma de aventura clásica. Hay espacio para honrar a los hermanos del padre, y algunas incursiones en el territorio crepuscular y moral de la Guerra Civil (tan crepuscular o moral como el western, y aqui Marías no va de bromas: su referencia es el áspero Peckinpah). E incluso, como es natural cuando la literatura convoca a los muertos familiares, hay algún fantasma que acompaña a los vivos.

(Re)conocemos estos elementos poco novedosos, los hemos visto en otras narraciones y nuestra propia experiencia los ha atravesado, y tanto da: el triunfo de La isla del padre es que aquí aparecen dispuestos con un sentido dramático particularmente afinado. La escritura de Marías es más comunicativa que deslumbrante; su arquitectura es clásica y limpia, nada llamativa ni siquiera en sus transgresiones. Pero ambas revelan una intuición muy precisa del ritmo que requiere desvelar la pulpa de la historia que trae entre manos. Tal vez porque es su propia historia; sin embargo, que nos la creamos es virtud de escritor.

La isla del padre se sirve de imágenes evocadoras y más que reconocibles, y es una novela que continuamente trata de definirse o sintetizarse en un instante, una anécdota, una idea. Es decir, que el libro empieza pensando al padre y acaba por pensar su propia condición literaria. Creo que esto último se debe a que el gran descubrimiento del narrador es que sin el tiempo vivido por el padre no sólo no existiría su propio tiempo vital, sino tampoco el tiempo de su obra. De nuevo, la pregunta sobre la propia genealogía lleva a un escritor a reconocer que su identidad es su escritura. Por eso, y porque existe el amor, la muerte de un padre siempre es importante para el verdadero escritor. Fernando Marías ha escrito una memoria sin desgarro que lo demuestra.