Image: Rafael Reig: No sé si la izquierda desvaría como Hamlet o va ya aguas abajo, como Ofelia

Image: Rafael Reig: "No sé si la izquierda desvaría como Hamlet o va ya aguas abajo, como Ofelia"

Novela

Rafael Reig: "No sé si la izquierda desvaría como Hamlet o va ya aguas abajo, como Ofelia"

13 marzo, 2015 01:00

Rafael Reig. Foto: Justy García Koch

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) reconoce que ha escrito Un árbol caído (Tusquets), su última novela anclada en la Transición, "con premeditación y varias circunstancias agravantes, como las de disfraz, precio o recompensa, ensañamiento y abuso de confianza". Y eso por no hablar de reincidencia, pues con Todo está perdonado ya se le condenó, recuerden, por un crimen de lesa Transición. De ese mismo pacto por la democracia, de la izquierda, del volátil clima político del país, pero también, claro, de literatura, habla el escritor asturiano en esta entrevista con El Cultural.

Cuenta Rafael Reig en su nueva novela, Un árbol caído (Tusquets), la homérica historia de los "matrimonios amigos" de El Tomillar, una célula durmiente del Partido Comunista que de tanto dormir se aburguesó. Están, entre otros, Alejandro Urrutia, "el de vistosas corbatas de seda"; Lola Salazar, "de soberbios senos"; Pablo Poveda, "de poderosas posaderas de narrador"; Ricardo Ariza, "de suaves maneras", o Carlota Casares, "de levantadas nalgas". Todos ellos, con su descendencia y sus mascotas, en la terraza del chalet y abandonados por el Partido, discutiendo y bebiendo gin tonics y sin embargo atentos al todavía incierto avance del nuevo país.

Pero el escritor no cree que el revolucionario tipo, al que sigue en su peripecia entre 1979 y 2003, se adapte con especial desenvoltura a la vida de aquellos a quienes, de acuerdo con sus principios, debería combatir. Y sin embargo, dice, la claudicación está al alcance de cualquiera: "Los privilegios son muy acogedores -reflexiona Reig-. La igualdad nos aterra: en el trabajo, en la escuela, en la pareja. Nos da tanto miedo que preferimos resignarnos a la injusticia, a la desigualdad, incluso a sabiendas de que así nos perdemos la experiencia real: una vida entre iguales, una pareja entre iguales, un trabajo compartido entre iguales".

-Adolfo Suárez, ese árbol caído del título, recibe hoy el reconocimiento unánime a su labor durante aquellos años. ¿Cómo describiría su aportación a la causa democrática?
-Creo que Suárez se preparó un papel de drama de Shakespeare para la Historia: es el espectro de ese padre al que después descubrimos que no habíamos sabido comprender, una sombra acusadora que nos señala. Lo que no sé es si la izquierda está ahora desvariando como Hamlet o va ya aguas abajo, coronada de florecillas, como Ofelia.

¿Podía haber en España una revolución comunista como la que acababa de darse en Portugal? Era un riesgo que no se podía correr"

-"Franco había muerto -se lee en su novela-y todo se había puesto en movimiento, como esa vida diminuta que aparece al levantar un pedrusco". ¿Se quedaron muchos sin encontrar sitio tras aquel caos inicial?
-Sobre todo se trataba de impedir la entrada a la fiesta a los comunistas. ¿Podía haber en España una revolución comunista como la que acababa de darse en Portugal? Teniendo en cuenta que el antifranquismo fue del PCE, era un riesgo que no se podía correr. Para los poderosos, la Transición sólo era viable ocupando la izquierda con un partido como el PSOE, que nos escamoteara al PCE. La trayectoria del PSOE, desde la OTAN al GAL, parece indicar que en efecto se trataba de un títere de los poderosos.

-¿Qué apartados cree que hay que revisar del pacto de la Transición?
-Primero habría que conocerlos. Damos por hecho que todos somos hijos de la Santa Transición y de su matrimonio de conveniencia con el Régimen de Franco, pero ¿y si la Santa estaba liada con el Pentágono o con varios capitanes de empresa o con todos a la vez? Alguien puede suponer que su padre tenía un amante y que tal vez haya que revisar la herencia, pero tendrá que comprobar primero si su suposición es verdad y quién era la misteriosa amante. Y también convendría hacer una prueba de paternidad, nunca se sabe.

-¿Qué género literario cree le sienta mejor a la novela de la Transición?
-La novela de la Santa Transición sólo puede ser picaresca por el origen infame. Y por sus protagonistas: pícaros como Suárez y González; el primero más castellano, a lo Lazarillo; y el segundo sevillano, sacado directamente del patio de Monipodio. Ahora estamos en la cima de toda buena fortuna, como Lázaro, que era pregonero, en aquella época el oficio más vil después de verdugo.

Ajedrez, escuela de vida

-La novela avanza al tiempo que se juega una partida de ajedrez cuyos movimientos van cumpliéndose paralelamente en la vida real. ¿Se parece el ajedrez a las estrategias que han de seguirse para construir una novela? ¿Y a las estrategias que utilizamos en nuestra vida diaria?
-Tanto se parece que ahora lo van a enseñar en los colegios. El ajedrez es despiadado porque no admite justificaciones: si pierdes es que has cometido un error. El ajedrez enseña a mirar, nos da una nueva mirada, igual que la novela. En cuanto a la estrategia y la táctica, el ajedrez nos enseña lo mismo que la vida: la única estrategia es matar al rey. Como decía Humpty Dumpty, lo importante no es qué significan las palabras, sino quién manda aquí.

-La sombra del PCE de la época planea por la novela, con alguna contradicción interesante: un partido que combate el autoritarismo pero posee una dirección férrea -un personaje lo compara con el Opus Dei- y una militancia sometida. ¿Ocurría como en los partidos actuales, donde parece imperar el pensamiento único y excluyente?
-Un pensamiento único y excluyente ya no es pensamiento. El PCE, con todos sus errores, piensa, es dialéctico. Por eso mismo se equivoca. El auténtico pensamiento único y excluyente lo tienen la CEOE, la banca, las empresas del IBEX o Amancio Ortega, y se llama beneficio, no pensamiento. El PCE de la clandestinidad y el antifranquismo se parece poco al de ahora, como es lógico. También se parece poco al PCE que a mí me gustaría, pero al menos tiene la posibilidad de llegar a serlo.

Las novelas con depilación integral me repelen como una Barbie desnuda."

-¿Cree en la utilidad de la literatura de nítida intención política, al estilo de Belén Gopegui? ¿Toda literatura es política?
-Esa pregunta me suena como si me dijera que si creo en los brazos con axilas. Los brazos tienen axilas, no importa lo que uno crea. Cincuenta sombras de Grey tiene una intención política más nítida que cualquier novela de mi amiga Belén. Diferente, claro está: a favor de la alienación, del consumo, de la desigualdad y de una sociedad y una vida basada en la explotación. La intención política de Belén es la contraria: la felicidad entre iguales (la otra felicidad no es posible para alguien decente). Otra cosa es si me pregunta si prefiero la axila depilada y que no parezca un sobaco sino algo mucho más sublime y literario. Pues no, donde hay pelo hay alegría. Las novelas con depilación integral me repelen como una Barbie desnuda. Un escritor tiene dos opciones: o toma postura o deja que le pongan en otra postura. Escribir es un acto político y escribir con inocencia es siempre aceptar la política del poder, que ya sabemos en qué postura nos pone: de rodillas. Como dice Rafael Chirbes, creo que la novela es el campo de batalla por los imaginarios, esa es su función.

Comedia y tragedia

-¿Cómo se comunican en usted el articulista político y el novelista?
-Soy la misma persona. Alienación es eso: separarnos de nosotros mismos. Comprendo que para un tipo que es verdugo, o dicta una sentencia de desahucio, o lleva a cabo un ERE, la alienación sea un alivio y prefiera ser "un profesional" y separar su vida laboral de su vida privada. Para mí no hay separación. Como no soy verdugo ni empresario ni banquero, puedo permitirme ser lo que hago.

-En Un árbol caído mezcla el tono humorístico, la sátira incluso, con el tono grave de ciertos capítulos, como el de la muerte de Javito. ¿Cree que es importante que convivan en una novela esos tonos distintos, que haya espacio para la comedia y la tragedia?
-¿No conviven en nuestra vida diaria, en nuestra vida de pareja, en nuestro trabajo? La novela siempre ha sido promiscua. Uno lee a Apuleyo y le parece un buhonero incansable, que lo mismo te ofrece el peine que peina para delante y para atrás que el perrito piloto, un cuento popular, una historia mitológica, un estilo coloquial o elevado, una canción o un acertijo, todo vale, eso es la novela. Toda la juglaresca española es así, piense en el Libro de Buen Amor, que es, como dice Orejudo, un espectáculo de variedades. Luego están por otro lado los del mester de clerecía, que son prestigiosos y pesadísimos, y se reúnen en una Academia los jueves. Los escritores que a mí me gustan son más juglares que clérigos, más buhoneros y mercachifles que artistas.

-Alguna vez ha dicho que le gusta que cada libro sea distinto. Si mira atrás, a su primera novela, ¿qué ve?
-Leí hace poco mi primera novela, Esa oscura gente, y me inspiró una gran ternura. Es una novela muy amable, que se deja querer, que hace cualquier trampa con tal de gustar, y lo que veo detrás es a aquel muchacho inseguro que quería hacer sonreír a todos. Intento, es verdad, que cada novela responda a una pregunta diferente. Sin embargo, a veces, cuando miro atrás y veo lo que hay en común en mis novelas, tiendo a darle la razón a Flaubert: un autor no elige sus temas, los soporta.

-Desde hace años vemos el auge de editoriales independientes que descubren autores interesantísimos al calor de Internet, las redes... Por otro lado, los grandes grupos tienen cada vez más poder. ¿Se compensa lo uno con lo otro?
-Lo dudo: lo veo más como cuando aparecieron las llamaban "boutiques del pan", menudo nombre: había quien se sentía especial por comprar una baguette en lugar de una pistola. Luego empezó el "auténtico pan de pueblo" o con pasas o qué sé yo. Pero en realidad casi todo el pan que consumimos es industrial, aunque etiquetado para que cualquiera se sienta parte de una minoría. Hoy la cultura es como la sección de lácteos de un súper: una gran abundancia de lo mismo con distintas etiquetas. La libertad ya sólo consiste en poder elegir el sabor más extravagante del yogur.