Image: Los jardines de la disidencia

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Novela

Los jardines de la disidencia

Jonathan Lethem

5 septiembre, 2014 02:00

Jonathan Lethem. Foto: Jordi Soteras

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz. Random House, 2014, 416 páginas, 21'90 euros, Ebook: 11'90 euros.

Recordaba hace unos días al escribir la necrológica de Nadine Gordimer la complejidad que encierra para cualquier autor ser etiquetado de "escritor político". En la narrativa norteamericana si exceptuamos puntuales títulos y personajes de Philip Roth (pienso en I Married a Comunist o en la protagonista de American Pastoral), y si acaso Saul Bellow, desde el primer cuarto del siglo XX, con Upton Sinclair o John Steinbeck, apenas si encontramos algún título significativo. Desde esta perspectiva la última novela de Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) representa no sé si una excepción, pero desde luego una singularidad narrativa. Y evito utilizar el término "atípica" como califiqué hace una década en estas páginas su anterior Cuando Alice se subió a la mesa.

Lo que Lethem plantea en Los jardines de la disidencia es una visión de Norteamérica desde una perspectiva comunista. Me explico. La tradicional visión de la sociedad norteamericana que nos ofrece un Richard Ford, un Tom Wolfe, incluso el referido Philip Roth, no cuestiona nuestra occidental sociedad capitalista, pues aunque no sea perfecta la alternativa comunista sería mucho peor. En Los jardines de la disidencia sí se plantea esa disyuntiva de forma clara y abierta, como si la alternativa fuera posible.

La historia se desarrolla a través de tres generaciones, Rose Zimmer, su hija Miriam y el nieto Sergius. En las primeras páginas nos situamos a finales de otoño de 1955 cuando Rose es expulsada del partido comunista norteamericano por haber mantenido relaciones sexuales con un policía negro -"Deja de tirarte a polis negros o lárgate del Partido Comunista", es la primera frase-. La decisión de sus compañeros no le resulta inverosímil a Rose, a fin de cuentas, como reflexiona más tarde, todos los verdaderos comunistas terminan solos. Su hija Miriam es entonces una adolescente que irá evolucionando desde postulados beatniks con escenografía hippy hasta el compromiso e implicación política que la llevará a la Nicaragua sandinista aunque para ello deba que dejar atrás, en una escuela rural de cuáqueros, a su hijo Sergius. Aunque los tres personajes aparecen de forma aleatoria y constante a lo largo de las cuatro partes -a su vez divididas cada una de ellas en cuatro capítulos- es Sergius quien protagoniza las últimas escenas. Ha formado parte del particular 15-M estadounidense y como si fuera Mohamed Atta es detenido en el mismo aeropuerto en que el terrorista embarcó en el desgraciado avión. Es entonces cuando se ve a si mismo como "un comunista americano de pura cepa" aunque el policía que lo detenía "no tenía ni remota idea de lo que significaban en realidad esas dos palabras, ni siquiera separadas, mucho menos juntas".

Las vidas de estos tres personajes conforman el hilo conductor, pero alrededor de ellos deambulan personajes, como cantara Serrat, "de cien mil raleas". Lenny -diminutivo de Lenin- y Cicero son dos de ellos, pero el más atractivo, aunque su participación resulte secundaria, es Albert, el padre de Miriam, "destinado" en la Alemania del Este. Resulta paradójico que ni un solo personaje pertenezca a la clase proletaria, todos ellos tienen un cierto grado de componente intelectual, progresista y su actividad laboral nada tiene que ver con la de trabajador asalariado atrapado y explotado por la sociedad capitalista.

Esa singularidad argumental eclipsa un aspecto que resulta sobresaliente en la novela, el desarrollo de los personajes. Sin menosprecio de Rose el desarrollo psicológico de su hija Miriam y la compleja relación entre madre e hija es uno de los valores más sobresalientes. La noche en que Miriam, entonces una joven de 17 años, decide perder la virginidad con un universitario de Columbia, es un pasaje inolvidable. Tanto por el desarrollo y desenlace de la "aventura amorosa" como por lo que acontece ya en casa con la reacción de su madre. La complejidad del ser humano y de las relaciones que mantenemos se muestra en todo su esplendor y tragedia.